El laborismo se presenta tras la crisis 'tory' como alternativa de Gobierno
Uno de los incuestionables logros de los 11 años de Margaret Thatcher al timón del Reino Unido ha sido convertir en alternativa al laborismo al que en 1979 salió dispuesta a eliminar para siempre, lo que a punto estuvo de conseguir en 1983. La amenaza de extinción llevó a Neil Kinnock al liderazgo, lo que le ha brindado seis años para elaborar un programa centrista que no espanta. La izquierda clásica le acusa de electoralismo y de seguir a la sociedad en vez de mostrarle el camino.
El laborismo de los años setenta estaba en manos de los barones sindicales, aferrados al original dogmatismo de la lucha de clases. Los británicos no lo soportaban más y eligieron a Thatcher porque les prometió poner fin a aquellas "reuniones de bocadillos y cerveza" en Downing Street, en las que Gobierno y sindicatos negociaban el futuro.La artrosis que el viejo orden generó en las propias filas laboristas provocó una escisión por la derecha, materializada en la creación del Partido Social Demócrata. Este nuevo grupo no respondió en 1983 a las expectativas, pero junto a la barrida de Thatcher abrió los ojos al laborismo: la alternativa a la muerte era la renovación.
A Kinnock no le resultó fácil abrirse paso entre principios tan legendarios como el unilateralismo, las nacionalizaciones, el antieuropeismo o los derechos de los sindicatos. La izquierda era fuerte y estaba bien pertrechada en la dirección central, mientras las bases eran todo oídos al radicalismo de los militant. La calle había decidido aceptar la oferta thatcherista del capitalismo popular, y el laborismo sólo se miraba el ombligo cuando dejaba de mirar al pasado.
La renovación laborista fue un proceso largo y lento, auspiciado por Kinnock para responder al medio ambiente creado por Thatcher. El debate político tradicional dejó paso a los estudios de mercado. El laborismo identificó los elementos que le convertían en un fenómeno del pasado y analizó con extrema atención qué reclamaba la sociedad. Optó por seguir la corriente social en vez de presentarse como la tradicional vanguardia del cambio y viró hacia el centro del espectro político.
Los sondeos indican que el Partido Laborista ha recuperado la confianza de los trabajadores cualificados -que desertaron al sentirse protagonistas del capitalismo popular por su compra de acciones en las industrias privatizadas y por el acceso a la propiedad de la vivienda- y de las clases medias, siempre incómodas con las estridencias izquierdistas.
Pragmatismo
El arrumbamiento de los viejos principios catalizado por el thatcherismo ha dejado lugar a un espíritu de gestión pragmática. En el pasado congreso laborista, John Smith, responsable de Hacienda en el Gobierno en la sombra, aseguró, con la vista puesta en el electorado no comprometido con el socialismo, que una futura Administración laborista no gastaría más de lo que permitiera la economía, mientras Kinnock mainifestaba que su Gobierno introduciría la libra en el Sistema Monetario Europeo y que bajaría los intereses, justo lo que esa misma semana hizo John Major, ministro de Hacienda.
La izquierda que encarna Tony Benn está en acelerado proceso de extinción, con una voz que nadie escucha, mientras el partido se apresura a mostrar que ha arrojado por la borda los estereotipos de antaño y adopta actitudes y políticas que le puedan devolver a Downing Street. El laborismo ha aceptado la mayor parte de la legislación thatcheriana -entre las más claras excepciones está el poll tax, que los herederos de la dama de hierro no saben cómo quitarse de encima- y ha conseguido ver sobre los tories las viejas etiquetas de división y extremismo que antaño eran de su propiedad.
La reconversión laborista permite al partido ofrecerse al electorado como una alternativa fiable al thatcherismo, a cuyos excesos sociales Kinnock promete poner coto. La cuestión europea, sin embargo, sigue siendo un problema no resuelto.
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