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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Bonn y Moscú amigos

ES SIGNIFICATIVO que el primer tratado internacional firmado por Alemania -una vez recuperada su unidad estatal- haya sido con la Unión Soviética. La cordialidad ha sido la nota dominante durante el viaje de Mijaíl Gorbachov a Alemania para el acto de la firma, en la fecha simbólica del 9 de noviembre, un año después de la caída del muro de Berlín. El canciller Kohl no ahorró elogios al líder soviético como. principal artífice de los grandes cambios que Europa ha conocido en los últimos años, y gracias a los cuales ha sido posible la unificación alemana. Hay muchas razones para que tanto Moscú como Bonn estén muy interesados, en la fase actual, en establecer nuevas bases para una relación política amistosa y para una cooperación económica. Sin hablar ya del interés electoral del canciller Kohl en aparecer -a tres semanas de las elecciones generales- como representante indiscutido en el mundo de la Alemania unida; apenas terminada la visita del primer ministro polaco, Mazowiecki, la llegada del líder soviético ha aportado nuevos estímulos a su campaña.Pero el contenido del tratado "de buena vecindad, asociación y cooperación" entre Alemania y la URSS desborda los aspectos coyunturales. Es un paso decisivo para enterrar residuos de la posguerra y definir las nuevas relaciones que deben caracterizar a la Europa de hoy y de mañana. La cláusula más llamativa se refiere al compromiso de cada parte, en caso de conflicto, a no ayudar al eventual agresor de la otra. Salta a la vista que este punto tira por tierra toda la filosoffia de la OTAN, basada en la necesidad de preparar una respuesta unida a la eventual agresión de la URSS. En el momento en que los debates en la OTAN no logran definir su nuevo papel, la firma del tratado germano- soviético pone de relieve la urgencia de cambiar la concepción básica de la alianza.

En el terreno económico, Gorbachov, acosado por una situación interior insostenible, está muy interesado en que Alemania -Gobierno y empresas- impulse la cooperación en diversas formas con la URSS: desde las inversiones hasta la preparación de cuadros para una economía de mercado. Al aceptar, con una rapidez sorprendente, primero la unidad de Alemania y luego que ésta siga en la OTAN, la URSS ha hecho obviamente una apuesta por una política de cooperación, sobre todo técnica y económica, con el nuevo Estado. Existen ya compromisos concretos de ayuda económica alemana para la repatriación de las tropas soviéticas, que, en principio, concluirá en 1994. No obstante, el interés prioritario de Gorbachov es obtener una cooperación lo más generosa en esta etapa de desastres económicos, incluso si para ello tiene que hacer concesiones en temas militares hoy de importancia decreciente.

¿Se producirá en otros países europeos, y sobre todo en Francia, una reacción de recelo ante el acercamiento de Bonn y Moscú? Un tic casi permanente de la diplomacia europea ha sido el temor a un nuevo Rapallo, el tratado firmado por sorpresa en 1922 por la URSS y Alemania para hacer frente a la presión que sobre ambas ejercían las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial. Hoy no parecen existir bases para un temor de ese género. Bonn va a firmar, después del tratado con la URSS, otros con Polonia -decisivo para zanjar el tema de la frontera- y con Checoslovaquia. Que Alemania -Integrada en la CE y en la OTAN, y deseosa de enterrar las secuelas del pasado- se disponga a participar más activamente en la recuperación de Europa oriental no debería ser causa de suspicacia. Sobre todo si se consolida una nueva articulación de las relaciones en nuestro continente que evite una recaída en la vieja política de equilibrio de poderes. Para ello será decisiva, la próxíma semana, la cumbre de París de la Conferencia de Seguridad y Cooperación Europeas.

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