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lan McKellen interpreta en Madrid 'Ricardo III', con el National Theatre

"Siempre que hago Shakespeare me lo imagino como un dramaturgo moderno", declara el actor británico

lan McKellen, uno de los más prestigiosos actores clásicos británicos, es para muchos el heredero natural de Laurence Olivier. Durante 30 años en los escenarios se ha encontrado con decenas de personajes, y ahora, a sus 51 años, sigue exhibiendo un contagioso entusiasmo por la vida y la política -es activista contra la legislación discriminatoria en el Reino Unido hacia los homosexuales-, y por el teatro. En una ambiciosa gira internacional con el Royal National Theatre pasea por medio mundo un Ricardo III que se podrá admirar desde el miércoles en el María Guerrero, de Madrid, sede del Centro Dramático Nacional.

Aunque McKellen participa también en El rey Lear (representaciones, días 16, 17 y 18), la otra obra con que viaja la compañía, el gran reto ha sido su magnética interpretación del truculento Ricardo III (días 14, 15 y 17). Ésta fue siempre una de las más populares obras de Shakespeare en Gran Bretaña, pero resulta tan específicamente inglesa que a primera vista parece una extraña elección para llevar a públicos extranjeros muy heterogéneos."Es cierto que Ricardo III trata de un momento muy particular de nuestra historia. Pero Shakespeare escribió una obra sobre la política, y en este sentido es universal. No hay un país en el mundo al que no interese la política o que en algún tiempo no haya sufrido a un tirano que legal o ilegalmente se hiciera con el poder. Aunque no vamos a Madrid con la pretensión de contar nada a los españoles acerca de su historia reciente. Más bien, Ricardo III plantea un análisis de las actitudes políticas inglesas, con sus componentes de clase, y de la relación entre el ejército -Ricardo es un militar- y los políticos, al tiempo que presenta una pequeña muestra del efecto de una tiranía en el conjunto social. Se trata, pues, de una obra pertinente en cualquier país de nuestro tiempo, porque tiranos y políticos corruptos existen todavía".

La presente producción trasplanta la acción a la Inglaterra de los años treinta y se sirve de la imaginería nazi para resaltar el horror de la opresión política. Esta actualización no ha convencido a parte de la crítica inglesa; particularmente, según McKellen, a la conservadora.

"Siempre que hago Shakespeare", asegura, "me lo imagino como un dramaturgo moderno. No representamos a Shakespeare para comprender cómo era la vida hace 400 años, sino para comprender nuestra vida hoy. Sabemos que esta historia no sucedió en nuestro país en los años treinta, pero podría haber ocurrido. Aunque con este planteamiento arriesgas disgustar a miembros del público que no desean recordar la fuerte inclinación de la sociedad inglesa hacia la derecha más integrista. En nuestra producción, las palabras de Shakespeare, que es lo importante, están cuidadosamente respetadas. Si actualizamos detalles como el vestuario y los decorados es para dejar claro ante el público que esto es vida y no historia".

McKellen estudió en Cambridge cuando ésta era un semillero de futuros valores teatrales; y allí supo que su destino no era la enseñanza, sino el teatro. Su poder interpretativo se reveló a todos en 1969, al combinar el Ricardo III de Shakespeare con el Eduardo II de Marlowe. Y desde entonces la ascensión fue irresistible. Su carrera está repleta de interpretaciones legendarias.

La respuesta sexual del público

A McKellen le gusta trabajar en el cine, aunque ninguno de sus filmes haya tenido gran éxito. Pero sabe que su arena es la escena y admite ser afortunado por vivir en un país que se toma en serio el teatro."Es extraño fijar un momento con una cámara, porque ese momento no existe más. El cine es una forma antinatural de contar historias, mientras que el teatro es como la vida. Su impacto permanece o se desvanece, pero mientras se produce es lo único importante; la gente no bebe coca-cola ni come palomitas. La propia experiencia es autosuficiente en el teatro; el cine necesita algo extra". "Es hermoso", afirma el actor, "poder actuar teniendo en cuenta al público de cada noche, que está allí no sólo para divertirse. Yo siempre confío en que, al final de mi actuación, la percepción que tuvieran del mundo o incluso sus vidas hayan cambiado un poquito. De lo contrario, tres horas y media es mucho tiempo para estar sentado sin hacer nada".

Y el temor a que ese público no le tomara en serio, como Romeo si supiera que en la vida real le atraería Mercurio en lugar de Julieta, le hizo ocultar su homosexualidad durante mucho tiempo. "El espectador", asegura, "tiene una respuesta sexual ante quien está en el escenario. Cuando un actor entra, primero mira a su cara y luego a su bragueta. Si la tendencia sexual de un actor es bien conocida y determinada por adelantado, muy probablemente afectará la percepción que se tenga de lo que pasa en el escenario".

Pero acabó con el equívoco cuando anunció públicamente su homosexualidad para contestar al Gobierno de Margaret Thatcher, que, en 1988, introdujo leyes restrictivas de los derechos de los homosexuales, sobre todo la prohibición de subvenciones públicas para la actividad cultural que promocione la homosexualidad.

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