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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El discurso de la corona

EL MIÉRCOLES pasado, la reina Isabel II pronunció en Londres ante las Cámaras el discurso de la corona, en el que se contiene el programa del Gobierno conservador para el año parlamentario que ahora empieza. Era esperado con expectación, menos por los proyectos legislativos que debía anunciar que por la actitud que asumiría la primera ministra, redactora de la alocución, sobre la profunda crisis que divide a su partido cuando se discute de la incorporación del Reino Unido a Europa. Retornando con firmeza las riendas, Margaret Thatcher dio por concluido, casi con displicencia, el problema de su posibIe relevo.Hace unos días, el viceprimer ministro, Geoffrey Howe, decidió dimitir por lo que considera la imperdonable falta de tacto de Thatcher cuando se sienta con sus colegas de la CE para hablex de la construcción europea. El aislamiento comunitario de la primera ministra alcanzó una de sus cimas en la reciente cumbre extraordinaria de Roma. Thatcher utilizó entonces una amplia batería delinvectivas antieuropeas frente al distanciamiento de sus 11 socios: desde que Jacques Delors, presidente de la Comisión, pretende acabar con la democracia, a la insolidaridad -salvo honrosas excepciones- en el cerco a Irak o su seguridad en que la respuesta de la Cámari, de los Comunes ante las propuestas europeas de que cada país miembro renuncie a parcelas de soberaría sería, básicamente, la carcajada; sin eludir el calilicativo de disparatado para el proyecto de moneda única europea o dejar constancia de que las ampulosas declaraciones europeístas de sus socios son más manifestaciones retóricas que propuestas concretas.

El dimitido Howe no parece estar en desacuerdo con las objeciones de fondo de su primera ministra, sino con el lenguaje utilizado para exponerlas. Lo mismo ocurre con el secretario del Foreign Office, Douglas Hurd, quien acaba de declarar que, dando por supuesto que se debe seguir luchando arduamente en defensa de los intereses británicos, "pcidemos hacerlo sin que nos asusten ogros inexistentes". Howe, Hurd, el ex ministro de Defensa Heseltine y otras figuras menores -como el ministro de Hacienda, John Major, o el secretario para el Medio Ambiente, Chris Patten- han sido presentados como posibles sustitutos de Thatcher en la elección convocada por la premier para el próximo día 20, en un intento de resolver la crisis del partido conservador. Ninguno tiene posibilidades reales, ya sea por autoexclusión, en el caso de los dos primeros, o por impopularidad en el partido, como ocurre con Heseltirie.

La disidencia ha servido para moderar el lenguaje europeo de Londres y para que tanto la reina como la primera ministra utilizaran en sus discursos ante las Cámaras un texto previamente consensuado. Pero ha sido insuficiente, puesto que no impidió la agresividad dialéctica de la primera ministra, pese al terremoto político que desencadenó la dimisión de Howe.

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Tras 15 años de jefatura indiscutida, la imagen de la dama de hierro se resquebraja: la situación económica del país no es buena, y los laboristas de Neil Kinnock han conseguido una ventaja de casi veinte puntos en las intenciones de voto. Probablemente fruto de todo ello sea la levedad del programa legislativo presentado en el discurso de la corona: la imprecisión de proyectos permite a Thatcher anticipar las elecciones generales -previstas para junio de 1992- sin que se quede en el tintero ley alguna por promulgar. Por último, señalemos que la dureza del ultimátum de la premier a Sadam Huseín debe enmarcarse en su anhelo por mejorar posiciones entre los electores. No se puede olvidar que los alegatos militares durante la guerra de las Malvinas, en 1982, incrementaron espectacularmente su popularidad.

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