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EL CONFLICTO DE ORIENTE PRÓXIMO

El otro éxodo

Más de 250.000 yemeníes han abandonado ya Arabia Saudí forzados por el Gobierno

Tienen la piel mucho más oscura y llevan faldas, turbante y una daga en el cinturón. Llegaron hace años a Arabia Saudí en busca de trabajo y lo consiguieron fácilmente. Unos, como dependientes en pequeños comercios; otros montaron sus propios talleres de reparación de vehículos. Pero el conflicto del Golfo les obliga ahora a volver a su país. El Gobierno de Yemen apoyó desde un principio a Sadam Husein y las autoridades saudíes se lo están haciendo pagar a los yemeníes. Más de 250.000 han salido ya en el último mes por este paso fronterizo junto a la costa del mar Rojo. Antes de fin de noviembre es probable que la cifra supere el medio millón.

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Ya no hay largas colas como los primeros días. Pero cientos de ciudadanos yemeníes siguen abandonando cada día Arabia Saudí. Llegan. al puesto fronterizo de Al Tawan, al sur de la ciudad costera de Jizan, con todos sus enseres cargados en las furgonetas, o en camiones alquilados, y allí tienen que esperar largas horas hasta arreglar los papeles de vuelta.El conflicto del Golfo les ha hecho perder la situación especial que gozaban hasta ahora. Cerca de dos millones de yemeníes habían emigrado en los ochenta a Arabia Saudí, aprovechando la oportunidad que les brindaban sus vecinos del norte. Podían vivir en cualquiera de las ciudades saudíes sin necesidad de visado ni patrocinador (cualquier extranjero que quiera entrar en el país necesita una institución que le avale), siempre y cuando encontraran un trabajo estable. Y trabajo no falta en Arabia. Por eso, llegaron por miles y se fueron instalando con sus familias. Tenían una cierta ventaja respecto a los emigrantes indios, paquistaníes o tailandeses, que se tienen que contentar con vivir solos en núcleos urbanos saudíes y enviar el dinero mensualmente a sus familias.

Pero su agradable situación cambió de un día para otro. Sólo tres países de la zona del Golfo no se alinearon con Kuwait tras la invasión iraquí: Yemen, Sudán y Jordania. Y los tres lo están pagando muy caro. Las autoridades saudíes se han encargado personalmente de que los ciudadanos de estos tres países sufran las consecuencias.

El sistema es muy sencillo. El Gobierno hizo saber hace ya más de un mes que todos los yemeníes residentes en el país debían regularizar su situación en el plazo de cuatro semanas (luego se amplió el plazo otro mes), bajo las mismas condiciones que el resto de los emigrantes. Es decir, que los casi dos millones de yemeníes tenían que buscarse un patrocinador saudí que les firmara su carta de residencia. Algo poco menos que imposible, teniendo en cuenta la dura campaña realizada por el aparato de propaganda saudí desde principios de octubre

El inicio de la odisea

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Empezó entonces una auténtica odisea para los yemeníes. Los primeros días el puesto fronterizo de Al Tawan era un auténtico heredero. Entre 5.000 y 10.000 yemeníes intentaban la vuelta a su país cada día y eran sometidos a todo tipo de vejaciones en su camino de vuelta.

La visita a la zona fronteriza de Al Tawan confirma las penalidades que tienen que pasar los yemeníes al abandonar el país que les había acogido. No hay muestras de torturas o malos tratos, y los funcionarios saudíes que acompañan a los periodistas se esfuerzan en desmentir cualquier información en ese sentido. Hay incluso ciudadanos yemeníes dispuestos a declarar, bajo la mirada de las autoridades fronterizas, que no hay ningún problema, que nadie les fuerza a irse y que vuelven a su país porque les apetece ver a su familia. Sin embargo, la situación es muy distinta. Todos viajan cargados con sus enseres: colchones, nevera, televisor, grandes maletas y cajas de cartón llenas a rebosar, bicicletas y, en muchos casos, el borrico, las cabras o el taller desmontado que les ayudaba a subsistir en este país.

Los más pudientes transportan su equipaje en su propia furgoneta. Pequeñas pick up trucks de marca japonesa, cargadas hasta los topes, aguardan en fila a que los funcionarios saudíes terminen el registro y levanten, por fin, la barrera de la frontera. Antes de partir sufrirán la penúltima humillación: los soldados les arrancarán las placas de la matrícula. Mientras tanto, las mujeres (vestidas de negro al estilo saudí) intentan calmar a los niños con agua o zumo de naranja, y los ancianos buscan un sitio en la sombra para aguantar los 40 grados con que castiga el sol.

La mayoría de los yemeníes ni siquiera tiene la posibilidad de trasladar sus cosas en furgoneta. Unos nunca tuvieron vehículo y otros lo han tenido que vender para conseguir algo de dinero para la vuelta. Por eso, traen sus equipajes en grandes camiones con matrícula saudí y tienen que descargarlos en la frontera, para volverlos a cargar en otros vehículos que cruzan desde Yemen en su búsqueda.

Un alto funcionario saudí explica que todo está funcionando perfectamente y que las acusaciones de malos tratos y torturas realizadas por el Gobierno yemení y Amnistía Internacional son meros "ataques del exterior". "La realidad es que no estamos echando a nadie. Lo único que sucede es que los emigrantes yemeníes tienen que cumplir desde hace un mes los mismos requisitos que el resto de los extranjeros en el país. Han perdido unos privilegios y se ven obligados a regularizar su situación".

Sin embargo, en mitad de su explicación, aparece en el puesto fronterizo un nuevo convoy, cuya imagen contradice todas las explicaciones oficiales. Encabeza el grupo una furgoneta sobre la que hay instalada una especie de jaula para animales, repleta de hombres que tienen que permanecer agachados para no dar con su cabeza en el techo de barrotes. Son yemeníes obligados a abandonar Arabia Saudí.

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