Cuestión de dignidad
SEGURAMENTE HAY en muchas provincias españolas personajes como Juan Hormaechea, que tanta nombradía ha adquirido en su Cantabria natal primero y en más extensos territorios luego; pero no suele ser habitual que ciudadanos así, más notables por su zafiedad que por sus logros, lleguen a ser alcaldes de una importante ciudad o presidentes de comunidad autónoma. En un régimen democrático, y ello es una diferencia con situaciones como las que Hormaechea parece aflorar, cualquiera tiene derecho a desempeñar un cargo público si sus conciudadanos lo votan.A Hormaechea los santanderinos lo eligieron por dos veces para alcalde y luego para presidente regional. Nada que objetar. Peroningún partido democrátíco tiene por qué amparar con sus siglas a quien, con gancho popular o sin él, hace periódicos alardes de incivilidad como los que jalonan la biografía de este correoso admirador del general Franco. Así lo ha entendido, con cierto retraso, la dirección del Partido Popular al decidir desvincularse del presidente de Cantabria, elegido como independiente en ¡as listas de dicho partido.
José María Aznar ha considerado que el apoyo que su partido viene prestando desde antiguo a dicho personaje ha llegado a hacerse incompatible con la ética pública y con el mínimo de'dignídad exigible a cualquier persona investida de autoridad. El desencadenante de la ruptura han sido los insultos lanzados por Hormaechea, sin que su presunta embriaguez suponga atenuante suficiente, contra el máximo dirigente conservador, Jose María Aznar; contra la diputada popular Isabel Tocino y contra el fundador del partido, Manuel Fraga. Y si es lamentable que anteriores comportamientos de similar naturaleza pero dirigidos contra diputados de otros partidos, periodistas u otros particulares, fueran ignorados por la dirección regional y nacional del PP, más vale tarde que nunca. La firmeza demostrada ahora por Aznar, en contraste con los titubeos mostrados por otros dirigentes en el pasado -a propósito, por ejemplo, de las declaraciones favorables a Pinochet del senador Arespacochaga-, merece, en cualquier caso, ser elogiada.
Especialmente porque al hacerlo, incluso a riesgo, según ha manifestado, de la hipotética disolución del partido en Cantabría, ha sabido supeditar cualquier eventual interés electoral a lo que considera una cuestión de principios y dignidad. De dignidad de las instituciones, en primer lugar, aunque también afecte a las personas. Juan Hormaechea ha demostrado largamente no ser un correcto representante de la institución para la que, con el apoyo del partido conservador, fue elegido. Debe, por tanto, y respetando en todo caso los cauces legales propios de un sistema representativo, ser relevado de su cargo. Y la oposición daría un buen ejemplo de responsabilidad -tan grato en estos momentos de confusión en otros grupos políticos- si permite con sus votos el triunfo de una moción de censura necesaria para. alcanzar ese deseable objetivo. Demostrarían así también esos partidos que son capaces de supeditar sus legítimos intereses de grupo a los del sistema democrático. Por dignidad.
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