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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Asalto a la mezquita

EN LA mañana del 30 de octubre, una masa de hindúes se lanzó al asalto de la mezquita de Ayodhya, en el norte de la India, con la intención de destruirla. Los choques con la policía, que el Gobierno indio había concentrado para contener el ataque, han causado numerosos muertos y heridos. ¿Estamos simplemente ante una nueva explosión espontánea de fanatismo? Todo indica que las razones políticas han desempeñado un papel esencial. La ola religiosa que ha desembocado en Ayodhya ha sido impulsada, con fines electoralistas, por el partido de extrema derecha Bhratiya Janata Dal (BJD), encabezado por Krishan Advani.La mezquita asaltada fue construida en el siglo XVI y durante 400 años no ha sido causa de litigios graves. En fecha reciente unos santones y astrólogos afirmaron que, al estar situada en el lugar de nacimiento del dios hindú Rama, debía ser destruida el 30 de octubre, a las 9.44, para que un templo hindú fuera edificado en su lugar. Aprovechando la emoción provocada por esos oráculos, Krishan Advani -molesto por el lugar secundario que ocupa en la coalición de Gobierno encabezada por V. P. Singh- decidió ponerse al frente de una campaña en todo el país que debía concluir en el asalto de Ayodhya. La cruzada causó choques violentos en numerosos lugares, con un balance de cientos de muertos. Era inevitable que la conducta del jefe del BJD provocase la ruptura del Gobierno. Al decidir éste la detención de Advani por sus atentados al orden público, su partido se retiró de la coalición. Hoy, el Gobierno de Singh carece de mayoría en el Parlamento y perderá con toda probabilidad la prevista votación de confianza, lo que llevará -según la opinión predominante en Nueva Delhi- a nuevas elecciones, en condiciones favorables para Gandhi.

Los hechos relatados ponen de relieve la debilidad intrínseca de la democracia más numerosa del mundo. A pesar de los avances económicos evidentes de la última década, la estructura social y espiritual de la India presenta profundas contradicciones con los principios democráticos. La política está en gran parte mediatizada por intereses comunales y por devociones religiosas que desempeñan un papel esencial en las luchas entre los partidos.

En ese marco, y por su papel en la creación del Estado indio independiente, el Partido del Congreso, hoy encabezado por Rajiv Gandhi, es el único que tiene una dimensión nacional por su aparato y concepciones. Para quitarle el poder -así ocurrió en 1977, y el experimento se repitió en 1989- se constituyeron coaliciones muy heterogéneas. En el actual Gobierno de V. P. Singh figuraba desde el BJP, de extrema derecha, hasta partidos izquierdistas. Ello determina el que cada uno de esos partidos se preocupe más por su crecimiento electoral que por aplicar una política coherente al servicio del país. El BJP, en su obsesión por ampliar su base electoral, ha llegado a una irresponsabilidad que supera lo imaginable: encender la pasión religiosa hindú contra los musulmanes.

Ya en Bangladesh el eco de Ayodhya ha provocado colisiones violentas entre hindúes y musulmanes, causando muertos y obligando al Gobierno a decretar el toque de queda en las ciudades más importantes. En Pakistán, la derrota de Benazir Bhutto confirma en el poder a los generales y funcionarios que gobernaron con el general Zia, con una orientación nacionalista ligada al fundamentalismo islámico. En definitiva: aumenta la peligrosidad de los conflictos en el sur del continente asiático.

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