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Tribuna:AZAÑA Y MADRID
Tribuna
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¡Siempre lo mismo!

Manuel Azaña, el que fue presidente de la Segunda República Española y de cuya muerte se cumplen ahora 50 años, tuvo una considerable preocupación por Madrid. Este texto da cuenta de su empeño por preservar el entorno ambiental de la ciudad que le llevó a detener actuaciones municipales que le parecían lesivas para Madrid. También impulsó el desarrollo urbanístico; algunos proyectos, como la prolongación de la Castellana, se realizaron, otros se truncaron por la guerra y los terrenos fueron pasto de la especulación durante la dictadura.

Dentro de las relaciones de Azaña con Madrid, el periodo correspondiente a la II República española es quizá uno de los menos conocidos. Sin embargo, su preocupación por la ciudad fue considerable, sobre todo, si tenemos en cuenta que el desempeño de las más altas magistraturas requería toda su atención y esfuerzo.Los años en que gobernó Azaña no se caracterizaron, como es bien sabido, por el bienestar económico ni por la estabilidad política. No obstante, son los años en que alcanza la plenitud de su carrera como estadista, al tiempo que se hace de dominio público su producción intelectual.

Es de destacar el hecho de que, por primera vez en nuestra historia constitucional, la carta magna republicana se detuviera en precisar la capital del Estado. Así, el artículo 5º señalaba escuetamente que, "Ia capitalidad, de la República se fija en Madrid". Sobre este Madrid, cuya capitalidad venía a confirmar el nuevo texto legal, tras más de tres siglos y medio de ejercicio, comenzó a actuar Azaña desde su doble condición de presidente del Gobierno y ministro de la Guerra.

Crítico local

Años atrás, como crítico local, había fustigado el Madrid "burocrático y ordenancista" en la mejor línea que iniciaran Sebastián Miñano y Mariano José de Larra. Congruente con aquella actitud, y versado en su propia experiencia, no es extraño que uno de sus primeros decretos, a los pocos días de asumir la presidencia, se dirigiera a regular la actividad de los funcionarios públicos. Glosando estas medidas, años más tarde, resumía sus objetivos con estas palabras: "Se quiere que un funcionario sea responsable y que cada funcionario viva exclusivamente de su función y no sea más que eso: un funcionario". A esta finalidad se dirigía el decreto y la ley de incompatibilidades, y ambos textos legales conjuntamente, "son", continuaba, "sin que lo parezca, una pequeña revolución en las costumbres españolas, y, sobre todo, en las madrileñas, que son muy difíciles de reformar".

Si esta primera resolución pretendía modificar determinadas actitudes de los madrileños, aun reconociendo su extraordinaria dificultad, las siguientes en las que hizo hincapié, Azaña se centraron exclusivamente en la mejora y embellecimiento de la capital.

En noviembre de 1931, como presidente de la Junta Constructora de la Ciudad Universitaria, visitó las obras de la misma acompañado del doctor Juan Negrín, secretario de dicha entidad. El "destrozo" causado en la zona le produjo una penosa impresión: "Toda esta parte de la Moncloa", recoge en sus Memorias, "con el paisaje hasta el río, era bellísima, dulce, elegante; lo mejor de Madrid. Ya no queda nada: una gran avenida, rasantes nuevas, el horror de la urbanización". Como era tradicional en él, se revolvía contra la eliminación de masas arbóreas o espacios ajardinados. Aun comprendiendo que en "15 o 20 años será aquello sin duda muy hermoso", estaba convencido de que la Moncloa no recuperaría nunca su belleza original.

Aquella visita, según propia confesión, le causó una enorme tristeza. A la misma, se sumó la preocupación al escuchar los planes del doctor Negrín para construir edificios universitarios en la Casa de Campo y en El Pardo. Estas iniciativas, si existieron, no llegaron a llevarse a la práctica. En cualquier ca.so, Azaña no olvidó el tema, y en sus Memorias recogerá fielmente el reflejo de sus inquietudes.

El 22 de abril de 1932, tras un prolongado Consejo de Miniuros, escribe la siguiente anotación: "Tengo una conversación con Fernando de los Ríos [entonces ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes] para salvar de profanaciones pedagógicas el palacio de Riofrío, y de explotaciones inicuas El Pardo, y procurar la restauración de los antiguos jardines de la Moncloa". Como puede verse, no sólo mantenía en su memoria todos y cada uno de los "destrozos" presentes y venideros percibidos al visitar la Ciudad Universitaria, sino que además dejaba constancia en su tono del progresivo afianzamiento de su autoridad como presidente.

Con relativa frecuencia, recoge en sus notas intervenciones directas para detener actuaciones municipales que le parecen lesivas para la ciudad. Así, sin ocultar su contrariedad, escribe el 9 de mayo de 1932 lo siguiente: "He llamado a Galarza, que es concejal, a ver si consigue impedir que el Ayuntamiento realice el vandalismo de quitar al Campo del Moro una faja de 11 metros para tender un tranvía. ¡Siempre lo mismo!". La reiteración de estas conductas municipales justificaba, en gran parte, el mal humor manifestado por el presidente del Gobierno. Pocos meses más tarde, una tala de árboles en la Casa deCampo provocaría de nuevo su intervención inmediata, y, en este caso, ante el propio Consejo de Ministros.

Desarrollo

Además de esta acción reiterada en defensa del medio ambiente, Manuel Azaña impulsó también medidas concretas para el desarrollo de la capital. Una de las más singulares, sin duda, fue la prolongación del paseo de la Castellana y la construcción de los Nuevos Ministerios. El 15 de abril de 1933, celebrando el segundo aniversario de la República, se abría"el nuevo trazado del paseo y se iniciaban dos edificios que debían albergar los ministerios de Gobernación y Obras Públicas, respectivamente. Refiriéndose al titular del segundo de los departamentos citados, anotaba Azaña con gran optimismo lo siguiente: "Procuro que esta obra se lleve con celeridad, dándole alas a Prieto, y a fin de que las cosas queden en tal estado que no pueda detenerse ni rectificarse el plan de conjunto, que será muy bueno". A renglón seguido, mostrándose fervoroso partidario del desarrollo urbano de la capital, exclamaba: "Sacaremos a Madrid del patio de la Cibeles y del corredor de la calle de Alcalá".

Con independencia de estas actitudes desarrollistas, también le cupo al presidente del Gobierno la ambición de realizar una gran obra para Madrid. En este caso, a diferencia del anterior, la magnitud del proyecto y la proximidad de su dimisión impidieron llevar a cabo lo que, sin duda, habría representado un conjunto de instalaciones culturales y deportivas de gran importancia para la ciudad. Se trataba de transformar una finca de grandes dimensiones, denominada La Veguilla, en un jardín botánico, un parque zoológico y lo que se denominó "el gran estadio de Madrid". El espacio, sin urbanizar, estaba situado entre los términos municipales de Chamartín de la Rosa y Fuencarral, y tenía una extensión de 2.330.000 metros cuadrados. Se trataba de unos terrenos improductivos incautados a la Compañía de Jesús y transferidos por decreto de 7 de marzo de 1933 al Ministerio de Instrucción Pública para destinarlos a los fines antes descritos.

El propio presidente suscribió el decreto y manifestó reiteradas veces, incluso en plena guerra civil, su extraordinario empeño por llevar a cabo este gran proyecto. El mismo día en que su propuesta fue aprobada por el Consejo de Ministros, anotó en sus Memorias lo siguiente: "Tenía yo mucho interés en esto, y lo he apresurado todo lo posible. Ahora falta que sepan ejecutarlo".

No cabe duda de que esta iniciativa, malograda para desgracia de Madrid, debió de entusiasmar al presidente. Pocos días después del acuerdo del Gobierno, acudió a recorrer el terreno acompañado del doctor Negrín. Una vez allí le hizo partícipe de sus deseos: "Se trata", recogía en sus Memorias, "de poner en comunicación la Ciudad Universitaria y los terrenos de La Veguilla, urbanizando una zona. Le ayudaré cuanto pueda, porque a eso iban mis planes, pero", añadía premonitorio, "dudo que tenga yo tiempo de llevarlo a cabo".

En efecto, antes de que transcurrieran seis meses, Manuel Azaña dimitía como presidente del Gobierno y su plan, como tantos, otros, corría la suerte de su progenitor. Mientras tanto, el desarrollo de aquellos objetivos, previstos con notable antelación, aún no se ha visto cumplido en su totalidad; el gran estadio que se deseaba para Madrid sigue pendiente de construirse, el jardín botánico, del que tanta necesidad tiene el mundo universitario madrileño, no se ha realizado todavía, pese a contar con un espacio para ello desde tiempo inmemorial.

Especulación

Finalmente, el parque zoológico se levantó, como es notorio, en la Casa de Campo, con carácter privado y cercenando de aquel recinto público una considerable extensión de su ya esquilmado perímetro. Para mayor desgracia, La Veguilla no sólo no se destinó a zona verde, o a instalaciones culturales y deportivas, sino que, víctima de la especulación del Madrid de los años centrales de la dictadura, vio levantarse sobre la misma una porción de los desabridos edificios que componen los barrios de Peña Grande y El Pilar, en el actual distrito de Fuencarral. En eso fueron a parar, desdichadamente, aquellas loables intenciones de Manuel Azaña y del Gobierno de la II República española.

Enrique Moral Sandoval es secretario de la Fundación Pablo Iglesias.

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