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La vida usada

Juan Cruz

A medianoche del domingo el taxista ha hecho un alto en el camino y ha comprado en la Puerta del Sol la edición de esta semana de la publicación Segunda Mano. Él no tiene preocupaciones mayores de trabajo, porque el taxi es suyo y la cosa no va mal, pero le gusta saber cómo está el mercado, y la verdad, dice, es que la gente no se puede quejar.Tampoco necesita nada perentoriamente, aunque hace algún tiempo vio la oferta de una caravana muy atractiva y la hubiera comprado al instante si hubiera tenido dinero. Así que no se fija en esta revista que acopia todos los objetos de la vida usada de los madrileños por un interés personal, sino por saber por dónde demonios va el mundo.

Se entera de todo. En efecto, es mentira que no haya trabajo, y tampoco es verdad que no haya viviendas; es falso que los vídeos estén caros, por ejemplo, y si tuviera que casarse otra vez, la novia dispondría de un buen número de trajes de segunda mano a menos de 13.000 pesetas.

Sillas rotas

Es un fresco de la vida usada. Las calles de Madrid estaban llenas, antiguamente, de sillas rotas. Ahora las adecentan un poco y las ofrecen usadas como un objeto de valor. Las papeleras y los basureros están repletos exclusivamente de lo inservible, y aun eso tiene un atractivo extraño para los que merodean por las zonas sagradas de la basura. No son sólo mendigos los que hurgan en esas vitrinas olvidadas de la ciudad: ahí busca todo el mundo porque despojarse de las cosas no obedece siempre a razones de utilidad, sino de gusto, y muchas veces la gente se despoja de basura que para los otros tiene el indiscreto encanto de lo que ha sido ajeno.

Los poetas fueron los primeros en darse cuenta de la utilidad que tienen las cosas rotas: Pablo Neruda lo contó hablando de las cosas que nadie rompe pero se rompieron y es legendario que resulta de sabios recoger las hierbas que el otro arroja. Lo que ocurre ahora en ciudades como Madrid es que se acabó la era del abandono despectivo del detritus y la basura ha cobrado el prestigio del que carecía antes.

La revista Segunda Mano, que es notoria en el mercado de lo usado, tiene 119 páginas útiles, y como los periódicos antiguos tiene anuncios desde la portada. En la época en que José Hierro dice que cuando moría un español se mutilaba el universo, la gente se acercaba a estas ofertas como si tuviera vergüenza de mostrarse interesada en público por lo usado, pero ahora la gente va con esa revista bajo el brazo como antes iban con Triunfo los que querían decir en público que eran más modernos que lo antiguo.

Hay de todo: "Caviar iraní auténtico, Chivas, veinte botellas procedentes de regalo, Kefir, agradezco quien me dé sobrante, cortacésped, desbrozadora, armario seminuevo, cama de matrimonio con somier, salita de estar seminueva, sillas de cocina niqueladas, muebles sobrantes piso piloto, libros de la convocatoria para ingreso en los cuerpos ,general administrativo de la Administración del Estado y de la Seguridad Social, la Sagrada Biblia, Diccionario Espasa, colección de quince fascículos de Cinema EL PAÍS, armas y esmeraldas de gran pureza".

Y la gente pide de todo. Guitarras, pianos, botas de montaña, automóviles. Y se quiere desprender de todo, porque la oferta y la demanda mantienen un equilibrio inestable pero en sentido inverso: a veces hay más de unas cosas, a veces hay mayor abundancia de otras. De modo que no es que la gente quiera la vida usada de los otros, exclusivamente, sino que busca también desprenderse de la suya acaso para adquirir otra o quizá para vivir una vida nueva. A juzgar por el grosor de este juego de compraventa de lo que es pasado de otros, la voluntad de todo el mundo por cubrirse con la biografía do los objetos ajenos puede ser el primer paso, en las grandes ciudades, de hacer aparecer sobre el asfalto frío un ejercicio de solidaridad que empieza por el intercambio de lo que ha sufrido el sudor del prójimo.

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