Esto no es una crítica
Reía el público, como siempre, con este vodevil de una sola puerta -las otras dos son de servicio, más que de juego pícaro- que escribió un Calderón simpático, despegado de Sus amenazadoras diatribas contra los pecados de religión y honor, dejando entre un camino de ripios y de romance llano metáforas brillantes, grandezas de lenguaje, algunos sonetos de lujo; reía con el gracioso, con las picardías de la dama y los melindres de la damita, y los asombros y los sustos, y la fácil solución de duelos y querellas que hubieran sido, en otros dramas, mortales. Pero reía el público, también, de las gracias, de los golpes añadidos por el director ,que fue José Luis Alonso.Conocía a José Luis Alonso, y sabía qué ademán, qué gesto o qué entonación de cada actor estaba influido por él; y las acciones secundarias, las ilustraciones añadidas al texto y a la acción. Tal vez a los decorados limpios y blancos, a la japonesa, en los que restallaba el colorido de los trajes; con un pequeño esfuerzo -que venía por sí mismo, por la simple tensión de dos semanas de estupor- con sólo dejarse llevar, se veía a José Luis Alonso.
La dama duende
De Calderón de la Barca, versión de Luis Antonio de Villena. Dirección (póstuma): José Luis Alonso. Escenografía: Pedro Moreno. Intérpretes: Jaime Blanch, Fernando Conde, María José Goyanes, Juan Calot, Enrique Menéndez, Antonio Canal, Mercedes Lezcano, Encarna Paso, Ana Goya, Asun Arretxe, Paz Marquina, Raquel Pérez Puerto. Compañía Nacional de Teatro Clásico. Teatro de la Comedia. Madrid, 26 de octubre.
La evocación directa vino al final; unas palabras de la primera actriz, y la cadeneta de actores que saludaban se partió por la mitad para dejar el hueco del espectro querido, del director-duende que se nos había aparecido a todos por su propia obra. El público se puso en pie y aplaudió. Entre ellos, algunos críticos. No sé si se sabe que los críticos no aplauden: es una de las tradiciones de un protocolo antiguo que se suelen respetar.
En otros tiempos los críticos no aplaudían, pero tampoco protestaban en los sonoros pateos que había; como tenían un medio de expresión público, se suponía que no debían manifestar su opinión de otra forma Creo, no sé, que es una costumbre madrileña; no la he visto en otras capitales europeas ni en otras ciudades españolas. Había, también, otro juego: los críticos, que eran primeras figuras literarias nacionales, procuraban mantener una actitud inescrutable, para que su escritura del día siguiente fuese una sorpresa: un efecto teatral más.Cosas que entraban dentro de una trascendencia que tenía el teatro, más rico que ahora, más significativo en la sociedad y en la vida nacional. Nos quedan, ahora, sus remedos. Digo que los críticos, en pie, aplaudieron el vacío que representaba José Luis Alonso para significar que renunciaban de antemano -pienso, supongo- a la función crítica. Se compendiaba medio siglo de teatro en ese hueco de teatro bien hecho, bien pensado, ensayado y trabajado. No sé si esta actitud le hubiese gustado a José Luis Alonso: nunca se enfadaba cuando tenía alguna crítica adversa, aunque procuraba creer, como todos, que el crítico no tenía razón. Pero él ya no dispone de sus gustos.
Esto no es una crítica. Sería desplazado volver ahora a la tontería de si se ha perdido o no la tradición del verso, o si los actores explican bien lo que dicen, o el trabajo del adaptador es suficiente o escaso. Tendría poco sentido en un estreno póstumo, en el que todos los que trabajan en él estaban sobrecogidos por la presencia invisible -sobre todo, con la emotividad del actor, que es parte de su personalidad profesional- y en el que los espectadores veían las cosas con otro estado de ánimo.
Tampoco creo que el público necesite demasiada orientación sobre este espectáculo clásico, y acudirá a él por muchos motivos, entre los cuales estará el recuerdo de José Luis. Renunciar a la crítica es una objetividad: no dejarse llevar por la mezcla de amor y dolor, pero tampoco por una neutralidad fría y rutinaria que, quizá, por exceso de un distanciamiento forzado, no permitiese cumplir con el deber estricto de la información crítica.
Babelia
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