Cuando la orquesta era la reina del baile
Hay nombres que han formado parte indisociable de la mitología popular; rostros, sonrisas o miradas que para una mayoría han sido tan familiares que, a menudo, se ha olvidado cuál fue la razón que les hizo acceder a ese estadio de privilegio de la fama. Xavier Cugat es uno de ellos.No fueron, precisamente, sus pequeños chihuahuas, sus coloristas dibujos, sus esculturales acompañantes o sus ingenuas excentricidades lo que le permitieron alcanzar ese estado entrañable, sino el impresionante bagaje musical que pesó sobre sus hombros durante casi 70 años.
En Escuela de sirenas, aquel elegante señor que dirigía una gran orquesta al borde de una piscina mientras la contorneante, y ahora ya desconocida, Lina Romay hacía los posibles por entonar un Bim bam boom era precisamente Xavier Cugat. En aquellos momentos, a mediados de la década de los cuarenta, su imagen era ya utilizada para dar un toque de distinción a musicales de éxito seguro; su sola presencia en la pantalla servía para atraer al público, aunque su papel no tuviese diálogo. Desde los años veinte, la orquesta de Cugat hacía bailar a medio mundo.
Cuando la música norteamericana giró sus ojos hacia la cercana Cuba en busca de nuevas inspiraciones, Xavier Cugat se convirtió en la cabeza visible de un nuevo movimiento dispuesto a implantar la música antillana. Gracias a Cugat, los ritmos latinos hasta entonces prácticamente desconocidos invadieron Estados Unidos, su orquesta se convirtió en la más escuchada, y sus melodías tropicales, aunque edulcoradas y hollywoodenses, abrieron las puertas de par en par para que tras él otros nombres pudieran introducirse en el mercado americano y mundial.
Curiosamente, gente tan importante para la música latina como Machito iniciaron carrera norteamericana al lado de Cugat. Sólo por haber iniciado ese camino el nombre del catalán ya merecería haber pasado a la historia de la música popular, pero sus aportaciones no acabaron ahí. Su orquesta, sin olvidar nunca el toque latino, sobrevivió a lo largo de más de medio siglo manteniendo siempre el equilibrio entre calidad y comercialidad.
No sólo la música latina está en deuda con Cugat, toda la música popular le debe algo. Por poner un solo ejemplo: el director nacido en Gerona, que no sólo entendía de mujeres, fue uno de los que primero apostó por la voz de un jovencito llamado Frank Sinatra que en 1945 grabó uno de sus primeros discos como vocalista de la orquesta.
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