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'Et propter vitam...'

El mundo se asombra ante el presunto hundimiento del comunismo, y casi todos los presuntos asombrados creen que tal hundimiento se ha producido de repente, como el del muro de Berlín. Pero hay cuestiones más complejas que el derrumbe de un tabique."Hegel dice que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se producen dos veces, pero se olvidó de agregar que una vez como tragedia y otra como farsa". Son las palabras iniciales de El 18 de brumario de Luis Bonaparte. Todos los politólogos las han citado alguna vez. Ahora, en cambio, llevan meses sin citarlas -al menos, que yo sepa-, perdiendo así una ocasión de oro, porque el 18 de brumario, el de verdad, fue el 9 de noviembre de 1799, y la caída del tabique o medianil o muro de Berlín se produjo también un 9 de noviembre, exactamente el de 1989. El politólogo que hubiera reparado en tan hermosa coincidencia de fechas habría podido inmortalizarse enmendando la plana a Hegel y a Marx, con el mismo derecho con que Marx se la enmendó a Hegel. Le bastaría señalar que los grandes hechos no se producen dos veces, sino tres: una como tragedia, otra como farsa, y la tercera como tragicomedia o tal vez como farsa trágica. Si luego no acertase a demostrarlo, podría dejar esa tarea, más bien secundaria, para que con ella se inmortalizase otro.

Pero, inmortalidades y tabiques aparte, el hundimiento del comunismo viene atribuyéndose a un fenomenal fracaso económico, debido fundamentalmente a la carrera armamentista, cuando lo cierto es que esa carrera -todavía en plena marcha- tampoco ha dejado para muchos trotes las economías de otros países. Sin atender más que a los millones de parados y de pobres de la CEE, de los restantes países de la Europa capitalista y de Estados, Unidos, tendremos suficientes muestras de lo que pueden dar de sí las florecientes democracias con que hoy sueñan los llamados países del Este. Parecerá, pues, asombroso que el comunismo se haya hundido, pero igualmente asombroso tiene que parecer que el capitalismo no se haya hundido también. Si las causas del hundimiento fueran sólo económicas, tendrían que haberse hundido los dos. Como esto no ha ocurrido, será aconsejable buscar las motivaciones determinantes en el terreno político. Y para hablar de política hay que volver a Marx. Sigue siendo inevitable.

Allá por el año 1940 cayó en mis manos -raro azar entonces- un ejemplar de Miseria de la fiosofía, y allí encontré una de las citas latinas con las que Marx solía adornarse, en este caso para ilustrar una de las numerosas reconvenciones que en el libro dirige a Proudhon: "Et propter vitam vivendi perdere causas". (Marx no lo dice, pero el verso es de Juvenal, sátira VIII, 84. Una nota a pie de página en. las obras completas de Shakespeare, Ediciones Aguilar, Madrid, 1965, lo atribuye a Lucano, y así se mantiene en la edición de 1989. Se trata, sin duda, de un lapsus que aparece ya en la edición de Espasa-Calpe, de 1934). La traducción del verso no es difícil: "Y por [conservar] la vida, perder las causas [que son la razón] de vivir". Pero lo importante es la traducción libre de Marx, según la cual no se puede salvar un sistema sacrificando sus bases, sus principios.

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Engels nos dice que Marx escribió Miseria... en 1846-1847, "cuando elaboró definitivamente los principios fundamentales de sus nuevas concepciones históricas y económicas". En 1875, con ocasión de la Crítica del programa de Gotha, Marx insiste en que no puede admitirse "ningún chalaneo con los principios", y Lenin, en su ¿Qué hacer? (1902), escribe: "Pactad acuerdos para alcanzar los objetivos prácticos del movimiento, pero no trafiquéis con los principios".

Como vemos, se trata de una idea recurrente en los clásicos del marxismo, que aparece también en el número 20 de Nuovi Argomenti (mayo-junio, 1956). Alberto Moravia y Alberto Carocci preguntaban a Palmiro Togliatti qué significado atribuía a la condena del culto a la personalidad en la URSS, y Togliatti respondía que era grosero y ridículo "pensar que los comunistas soviéticos hayan echado por la borda o se dispongan a echar por la borda todas sus posicion es de principio, todo su pasado, todo lo que han afirmado, sostenido, defendido, realizado durante tantos decenios de trabajo".

Togliatti se equivocó, pero se equivocó acertando, porque en la formulacion de su error señalaba justamente el peligro que entonces comenzaba a correr el movimiento comunista internacional. Hacía muy pocos meses que Jruschov había pronunciado su informe secreto (?) ante el XX Congreso del PCUS (25 de febrero de 1956). Parece como si Togliatti, con la afirmación de que los comunistas no abandonarían sus principios, estuviese insinuando el temor de que tal abandono fuera a producirse. Que el discurso de Jruschov suscitó graves inquietudes en algunos militantes (digo algunos, no digo muchos) y que el XX Congreso introdujo el desconcierto en el comunismo mundial es innegable. Así lo señala Eduardo Haro cuando dice (véase EL PAÍS del 10 de marzo de 1988) que "ningún golpe del anticomunismo fue tan rudo como éste para la izquierda de conciencia", y Hans Magnus Enzensberger escribe (véase EL PAÍS de 25-26 de diciembre de 1989) que Jruschov "no sabía lo que hacía", que "no tenía idea clara de las implicaciones de su actuación", ni de lo que había comenzado "con su famoso discurso ante el XX Congreso del PCUS", añadiendo que "hoy está patente más que nunca la lógica subversiva de su carrera". Pues bien: ante la rudeza de aquel golpe y las implicaciones de la actuación de Jruschov, algunos militantes (no muchos, no) alzaron sus voces de alarma, pero inútilmente. Ni en el movimiento eurocomunista ni en el compromiso histórico aparecía ni la menor cautela ante el peligro del abandono de los principios, contra el que se había levantado ya la advertencia de Togliatti. ( Eduardo Haro habla tambien de "la creación de los eurocomunismos, en los que nunca se vio más que un camino de retirada y de oportunismo", y es de recordar que ya en 1982 el PCE y el PCI, cada uno a su modo, declararon que el impulso renovador que supuso la Revolución de Octubre estaba agotado).

Gorbachov, el dirigente a quien, a estas alturas, mal podrá tacharte de conservador, decía a L'Humanité (8 de febrero de 1986): "Lo que hace la fuerza del movimiento comunista es, precisamente, la solidaridad, la solidaridad activa de todos los partidos iguales e independientes que lo componen y que actúan en circunstancias diversas, teniendo que resolver problemas diferentes, pero también unidos por la lucha común en la defensa de las masas trabajadoras, de la paz y del socialismo". Exactamente lo contrario de la política practicada durante los últimos 30 años por casi todos los partidos comunistas de arrojar piedras contra el propio tejado y, en prímer lugar, contra el de la URSS -lo que, evidentemente, no ha hecho la fuerza del movimiento comunista-, tarea a la que han acabado sumándose sectores de la propia URSS con inesperado entusiasmo. (Gorbachov ha dicho también que la guerra fría ha terminado, y que ni Bush ni él piensan detenerse a establecer quiénes son los vencedores y quiénes los vencidos. Pero ya no parece necesario; de momento, aunque Gorbachov no lo sepa ni le interese, el mundo entero y Bush ya lo saben).

No faltan dirigentes comunistas que se muestran exultantes en presencia de unos acontecimientos que están consternando a buena parte de la izquierda mundial, lo cual nos induce a someter a su consideración las siguientes observaciones:

1. Las teorías oportunistas no han permitido a quienes venían sustentándolas prever lo que está ocurriendo, mientras las pocas voces que se alzaban contra ellas no dejaron de augurar graves males como consecuencia del abandono de los principios.

2. Esos males se han producido ya. Podrá argüirse que la catástrofe se debe al hecho de que los partidos y los países del socialismo real han tardado demasiado en adaptarse a las orientaciones revisionistas, pero entonces alguien tendrá que explicar por qué la práctica temprana de tales orientaciones por parte de esos partidos los ha llevado a las situaciones en que desde hace años se encuentran, y que tanto se parecen a auténticas desapariciones. (¿O permiten acaso valoraciones más optimistas la desbandada del PCE y la cosa en cuya invención se afana Achille Occhetto? Cuando un insigne eurodiputado y eurocomunista ha pedido la más pronta desaparición del PCE, ¿no es que el PCE ya ha desaparecido? Elementalísimo).

3. Esto prueba, además, que la causa primordial del hundimiento no han sido los gastos militares de la URSS. Los partidos comunistas de otros países, sin gastos de ese tipo, se han hundido mucho antes. Parece claro que la causa principal de unos y otros hundimientos radica en el abandono de los principios. El capitalismo jamás ha abandonado ninguno de los suyos.

El comunismo mundial retrocede por su propio pie hacia la socialdemocracia revisionista que ya Bernstein, Kautsky y otros le deseaban. Han sido muchos los partidos que han optado por el chalaneo y por el tráfico de los principios, desoyendo la profunda verdad que desde hace 2.000 años viene manando del verso clásico donde la encontró expresada Marx.

(Y a propósito de versos, ¿qué va a pasar, podremos seguir hablando de poetas comunistas o tendremos que empezar a hablar de poetas socialdemócratas?).

Marcial Suárez es escritor y premio de teatro Lope de Vega.

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