Aquellos pases mágicos de Don Pepín
Aquella trincherilla ligada con el pase de la firma... Luego un peón metería la pata. Siempre hay quien mete la pata cuando, de repente -y rara vez- se produce un momento mágico en la vida. La trincherilla y el pase de la firma los dio Pepín Jiménez, que tiene tratamiento de don por esos pases mágicos y otros de su creación.Don Pepín pertenece a esa especie de toreros que, o están
inspirados, o no dan ni una. Y será verdad que se inspira pocas veces pero, cuando ocurre, pone la plaza boca abajo. En esta ocasión, la puso. No sólo por los pases mágicos. También por otros suavísimos, con que se llevó el toro a los medios, y dos tandas de naturales de una belleza singular. Naturales tirando del toro para cargar la suerte, y embarcarle, ceñidísimo, muy baja la mano de mandar....
Sierro / Campuzano, Frascuelo, Jiménez
Tres toros de El Sierro, en general flojos, con genio; dos de Murteira: 1º noble; 5º, primer sobrero, inválido, en sustitución del 3º , de El Sierro, devuelto también por inválido (se corrió turno); 6º segundo sobrero, de Cortijoliva, reservón, en sustitución de otro inválido del hierro titular. Todo bien presentados. José Atonio Campuzano: estocada ladeada (aplausos); estocada (silencio). Frascuelo: dos pinchazos y estocada (silencio); dos pinchazos y estocada corta (silencio). Pepín Jiménez: tres pinchazos y bajonazo (vuelta con protestas); pinchazo hondo ladeado y descabello (aplausos).Plaza de Las Ventas, 12 de octubre. Tres cuartos de entrada.
Hubo una unánime exclamación admirativa cuando don Pepín cuadró en el centro del redondel. La afición quiere -y, con ella, la fiesta- que las faenas de muleta son valientes, dominadoras, artísticas, medidas, coronadas con el volapié. Y así fue la faena de don Pepín. Excepto en lo del volapié, porque pinchaba sin cruzar el fielato y mató de horrendo bajonazo.Hubo más toreo bueno en la tarde y lo ejecutó Frascuelo en el segundo toro: primorosos lances a la verónica, medias verónicas belmontinas, ayudados por bajo de añejo sabor... Luego se le complicó el toro, poco picado e incierto, y pasó malos ratos. El otro de Frascuelo estaba tan inválido que ni se le podía torear.
Campuzano aplicó a la nobleza del primero un muleteo de escaso interés. Los taurinos suelen decir de faenas así que no transmiten, y culpan al toro por no tener transmisión. Es jerga propia de banderilleros malos. Pónsela, tócale, háblale, date importancia -y estar en profesional y transmitir- son sus principales innovaciones lingüísticas, que han infestado el maravilloso vocabulario taurino con tanta facilidad de propagación como la peste. Y, sin embargo, lo que con semejantes palabrotas pretenden disimular estos especialistas del cuerpo de transmisiones es, si se refieren al toro, que no tiene casta; y si al torero, que no tiene arte. He aquí un ejemplo: metiendo el pico y descargando la suerte -según hacía Campuzano-, no se transmite, sencillamente porque no se torea.
El cuarto toro tenía genio y Campuzano lo despachó pronto. El sexto era reservón e hizo lo mismo Pepín Jiménez. La afición despidió con aplausos a Pepín Jiménez y con cajas destempladas a uno de sus banderilleros, por insultar a un espectador que protestó la vuelta al ruedo del diestro. Ese peón impresentable, merecedor de multa gubernativa por su intolerable insolencia, no se había enterado de nada. Los mismos que protestaron la vuelta al ruedo de Pepín Jiménez habían aclamado sus pases mágicos. Y no es que se hubieran vuelto tontos de repente. Es que son aficionados auténticos, conocedores del toreo en todas sus versiones, con sensibilidad para apreciar lo bueno, ojo clínico para detectar lo malo y temperamento para decir a las claras lo que le gusta y lo que le disgusta. Por eso un triunfo o un fracaso en Madrid tienen tanta importancia. Una lección de compostura debió dar a su banderillero don Pepín, y si no se la dio, es que eran cómplices; en cuyo caso resultaría que tampoco él se enteró de nada.
Babelia
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