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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La libra, en Europa

LA DECISIÓN adoptada por el Gobierno británico de incorporar la libra esterlina al mecanismo de cambios del Sistema Monetario Europeo (SME) libera el proceso de integración económica y monetaria de Europa de uno de los obstáculos más importantes en su larga trayectoria hacia la existencia de una sola moneda en la región. A partir del lunes, una vez aprobada formalmente la decisión por los ministros de Finanzas de la CE, la moneda británica iniciará su sujeción a esa disciplina cambiaría, con una banda de fluctuación del 6% en torno a un tipo de cambio central que frente al marco alemán es de 2,95 marcos por libra. Se cierra así un largo periodo de reticencias en el que, frente al convencimiento de la totalidad de los agentes económicos británicos sobre la conveniencia de vincular esa moneda a la disciplina cambiaría europea, la primera ministra, Margaret Thatcher, mantenía en solitario una posición aislacionista que no ha revelado utilidad política y económica alguna.Con ocasión de la cumbre comunitaria de Madrid, en junio del pasado año, y tras los pobres resultados obtenidos por su partido en las elecciones al Parlamento Europeo, Margaret Thatcher cedía en su incondicional oposición a la incorporación de la libra esterlina al mecanismo de cambios del SME. Para que la asunción de esa disciplina fuera posible era necesario establecer tres precondiciones: una significativa reducción de la tasa de inflación de la economía británica, la liberalización de los movimientos de capital en el seno de la Comunidad y avances reales en la consecución del mercado único, en términos de liberalización de servicios financieros y fortalecimiento de la política de competencia. Ninguna de ellas ha sido, por el momento, satisfecha. Por el contrario, la inflación británica, que hasta hace pocos días se reclamaba que debería converger con el promedio europeo, es hoy cuatro o cinco puntos superior a la de sus principales socios miembros del mecanismo de cambios del SME.

Con todo, han sido consideraciones políticas las dominantes en esa decisión. La primera ministra británica ha debido ponderar la proximidad de la conferencia de su partido, última antes de las próximas elecciones generales, de la que podría conseguir el respaldo necesario para tratar de intentar la reelección por un cuarto mandato. La fuerza de los hechos habrá contribuido igualmente al definitivo convencimiento de que, independientemente de las declaraciones más o menos solemnes de sus propósitos antiinflacionistas, la credibilidad de las políticas económicas queda en mayor medida garantizada mediante la forzosa homologación con las practicadas por aquellos países con mejores resultados que ofrecer. No otro era el convencimiento del anterior ministro de Finanzas, Nigel Lawson, cuyo empeño por conseguir la plena incorporación de la libra al SME le costaría hace un año su continuidad en el cargo.

La previsible apreciación con que la libra esterlina iniciará su andadura en el SME ha permitido acompañar esa decisión con la siempre popular reducción de los tipos de interés en un punto (hasta el 14%), tanto más cuanto más visibles resultan los síntomas de debilitamiento de la actividad económica. Movimientos en la misma dirección, apoyados en la renovada fortaleza de su moneda, permitirían al Gobierno británico prolongar la luna de miel europeísta hasta la convocatoria de las elecciones, aun a costa del necesario estrechamiento del diferencial de inflación frente a los principales países europeos.

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En cualquier caso, el paso que acaba de dar el Gobierno británico constituye un compromiso que fortalece el proyecto europeo y otorga a las autoridades británicas la credibilidad necesaria para que sus objeciones y alternativas al mismo gocen de un predicamento hasta ahora ausente.

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