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Un ventarrón de libertades

En diciembre del año pasado de 1989 se realizaron elecciones municipales en Venezuela. La figura principal a seleccionar por boca del pueblo fueron los alcaldes, cabezas de los llamados en la nueva vieja ley municipios autónomos, es decir, los antiguos cabildos y ayuntamientos de los siglos XVI, XVII y XVIII. Ya tiene alcalde el pueblo. La democracia política cobija a todo el ámbito latinoamericano, con la sola excepción de Cuba, que goza de una sólida democracia social a nivel de la educación y de la salud. El pan es más sabroso si se come en libertad. ¿Para qué sirve la libertad si no hay pan?La libertad es uno de los dos principios básicos en la tradición histórica iberoamericana. El otro es nada menos que la justicia. Esa tradición es anterior al descubrimiento. Cuando el enviado de los Reyes Católicos se tropieza con el Nuevo Mundo ya estaba vigente la constitución que dará orden y concierto a las provincias que formarán los reinos de las Indias. Esa constitución se denomina Las siete partidas, añeja del año 1263, cuando el gran rey legislador, precursor y liberador de la justicia le puso fin, bajo la cábala del número siete y de su nombre, Alfonso. Las siete partidas rigen la vida institucional de las -provincias (reales audiencias, virreinatos, gobernaciones y capitanías generales). De ese Libro de las leyes, de esa constitución, se derivan las Leyes de Indias, el cuerpo orgánico del Estado de derecho monárquico vigente durante tres siglos. Las ciudades, los pueblos y los caseríos -como denominamos hoy las organizaciones sociales y políticas de la República- están armónicamente tejidos por el orden constitucional y jurídico. Las siete partidas fue el libro de cabecera de los alcaldes, de los gobernadores, de los presidentes y oidores de las audiencias, de los virreyes y de todos los funcionarios públicos de cualquier rango. La edición de 1611 (Madrid, Casa de Juan Hasfrey)-sirvió a los alcaldes de la minúscula ciudad de Carora, fundada en 1569, en la provincia de Venezuela. Conservo el -ejemplar que mi bisabuelo, Pedro Montero, utilizaba como abogado todavía en 1875, después de la República federal de 1863 y bien asentado ya el Estado de derecho, republicano de 1811 y 1830. La poderosa tradición de la libertad y de la justicia hecha carne viva en el pueblo antiguo.

Así pues, la democracia de las -repúblicas latinoamericanas proviene de aquella vertiente doctrinaria que es la sal de Las siete partidas, el hombre vive para ser libre, la justicia es el único objeto del Estado; si el gobernante falsea, desvía, corrompe la libertad y la justicia, el pueblo tiene el deber y el derecho de rescatar la soberanía que le es originaria y connatural. Cuando los cabildos -con sus alcaldes como caudillos deciden asumir la soberanía a partir del 19 de abril de 18 10 (el ejemplo que Caracas dio) no hacen otra cosa sino aferrarse a la letra y al espíritu de nuestra primera constitución, especialmente a la Tercera partida que trata de la justicia, con el aval además de los grandes teóricos de la doctrina humanística, como Francisco Suárez (15481617), quienes desarrollaron para la práctica política los fundamentos filosóficos de la soberanía popular (Tratado de las leyes, 1612).

En el año de 1559 se reunieron en la ciudad de Nueva Segovia de Barquisimeto (capital del hoy Estado Lara, en Venezuela) los procuradores de las cinco ciudades de la provincia. Tratan de los asuntos propios de la República: política, economía, problemas sociales. De los pedregales andinos -donde Diego García de Paredes fundó a Trujillo, vinculada en el nombre y en la sangre a la extremeña- bajaron a esas juntas populares dos fundadores: Juan Morón de Cadenas y Sancho Briceño. Este último es electo procurador en Cortes. Su vigorosa representación logra éxitos: exenciones comerciales, licencias y una real cédula (1560) que se convierte en ley, por la cual los alcaldes pueden gobernar sus ciudades en ausencia del gobernador. Se acentuó así el poder municipal, origen cierto de la democracia. Esa libertad fue concedida por el rey Felipe II.

La Historia general de España, creada y dirigida en sus principios por aquel gran humanista llamado Ramón Menéndez Pidal (un día largo y hermoso conversé con él en su biblioteca madrileña) le dedica dos tomos a España en tiempo de Felipe II. Su autor es el historiador P. Luis Fernández y Fernández de Retana, como todo el mundo sabe; el prólogo, excelente, es de Cayetano Alcázar Molina. Esta obra monumental, cerca de 2.000 páginas, lleva y trae toda la historia de Europa que gira en torno al grande y poderoso rey, sobre cuya figura está abierta una discusión desde su esplendente tiempo (15561598). Treinta y cuatro veces se menciona a la. España que sostiene a España, a los reinos de las Indias, y ello de simple referencia. Ese Felipe II incompleto no puede ser comprendido. Sucede que ese rey extraordinario no sólo se ocupó de Europa, sino que puso esmerado empeño en el gobierno de América, con la profunda convicción de que sin las Indias no podía ni debía sustentarse el Estado.

No sería exagerado asegurar, como aseguro, que gracias a la administración de Felipe II existe una historia del pueblo hispanoamericano. Oyó al pueblo. Cuando un perdido cabildo de una remota ciudad venezolana redacta ordenanzas para su juicioso gobierno -que no se adulteren ni el pan ni el vino, que se castigue al especulador, que haya pesas y medidas regulares, que se abra escuela pública y no anden realengos los muchachos-, los doctores de la Real Academia y del Consejo de las Indias llenan de peros el sencillo documento. Mas don Felipe examina personalmente los asuntos de sus lejanos vasallos y ordena con lucidez: "Hágase como dice la República". Estableció así la libertad de expresión.

En tres oportunidades distintas, un ventarrón de libertades ha soplado sobre los pueblos hispanoamericanos, porción principal ppr su antigüedad, por su extensión geográfica y por su población, de lo que llamamos América Latina.

En primer lugar, durante el siglo XVI, y más concretamente bajo el reinado de don Felipe II, quien siguió y acrecentó el tratam iento político que diera a los nuevos reinos don Carlos V, iniciador de ese toque de apertura.

Felipe II maneja los asuntos de Europa con mano derecha, duramente; pero en lo que a la España americana se refiere, el rey trabaja con mano izquierda, suave y estimuladotamente; para los pueblos nuevos, una política nueva, dentro del espíritu y la letra de la constitución y las leyes, iguales frente al Estado de derecho, con mayores libertades para la acción y la creación. La libertad, dentro de la ley, para crear pueblos, establecer instituciones, abrir caminos, acrecentar la cultura y la hacienda. La libertad de acción y de creación es lo que permite establecer al gran Estado, al imperio, en las Indias. Allí están las ciudades, las universidades, la lengua, la religión roquera, los usos y costumbres desde. México hasta Buenos Aires. La autonomía de las provincias, la fuerza de los municipios, el derecho a voz y voto, incluso la libertad de expresión desde Francisco de Montesinos contra encomenderos y esclavistas, Bartolomé de las Casas contra los gobernantes abusadores, hasta Lope de Aguirre,Tarnado El Tirano, con el derecho a dirigirse, sin intermediarios, al propio Felipe II. Los archivos españoles, principalmente el de Indias en Sevilla, y los archivos hispanoamericanos, están hasta los topes con cartas de los vasallos-ciudadanos más humildes directas al rey. Y el rey solía dar rienda suelta a esas libertades. Por eso el siglo fundador, el siglo creador de los pueblos hispanoamericanos, tiene tanta luz en la historia.

En segundo término, desde 1810 a 1830, el ventarrón de libertades se llama la independencia. El viejo espíritu de justicia estuvo en las palabras y en la acción. Pero el error dialéctico de la desunión hizo oscuro el camino para ambas Españas.

Y en último lugar, este final de siglo, cuando la libertad se. llama democracia. Viene por sus fueros la antiquísima doctrina de la soberanía popular. Vuelve el cabildo a tomar en sus manos el destino. Se ilumina la noble figura de don Felipe II, hacedor de la justicia, mantenedor de la constitución y de las leyes, favorecedor de las raíces de la República, ventarrón de libertades.

Ya se ve, pues, cómo España -y la América Latina son uña y carne, donde la uña es América Latina. Arránquela usted y verá cuánto duele, por mucha anestesia europea que le ponga.

es novelista y director de la Academia de la Historia de Venezuela.

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