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LA CRISIS DEL GOLFO

François Mitterrand y el 'efecto Golfo'

El presidente francés recupera su popularidad a caballo entre la guerra y la negociación

"Usted es como los grandes, los De Gaulle, los Roosevelt, los Churchill", le dijo un visitante en 1988 cuando François Mitterrand había ganado la reelección para su segundo septenato como presidente de la República Francesa. "No", se dice que corrigió Mitterrand. "Me habrá faltado una guerra". Dos años más tarde, a raíz de la crisis desencadenada por la invasión iraquí de Kuwait, el presidente francés tiene la oportunidad histórica, si no de una guerra (aún), al menos de una lógica de la guerra.

Ésta le ha permitido mostrar una firmeza y una moderación premiadas hasta ahora por la opinión pública francesa con un aumento de su popularidad, que desde principios de año hasta la crisis del Golfo era decreciente.Hasta ahora, Mitterrand ha ganado al menos esa batalla. La confianza que suscitaba entre sus conciudadanos había descendido desde el 61% al 54% entre marzo y julio pasados, según las encuestas de opinión. En agosto su popularidad volvió a los niveles del 61 %, y en algunos sondeos, el 79% de los entrevistados manifestó su acuerdo con la actuación del jefe del Estado francés. El efecto Golfo había dado sus frutos, aunque también el cambio de estilo en su relación con los franceses.

Corrigiendo la experiencia acumulada en 1989 durante la caída de los regímenes del Este de Europa y el proceso de reunificación de Alemania, ante los cuales Mitterrand dio pie a que se calificara de dubitativa su actitud por una ausencia de explicaciones, esta vez el propio presidente se convenció de que no bastaba adoptar decisiones si no se las explicaba a la población.Resultado: en menos de dos meses, Mitterrand dio cuatro conferencias de prensa televisadas, tantas como en los siete de su primer mandato. Una quinta aparición estelar, esta vez en la tribuna de las Naciones Unidas, fue también íntegramente televisada al país. En todas ellas Mitterrand ejerció plenamente el mandato constitucional que le atribuye la jefatura de las Fuerzas Arrnadas y de la diplomacia de su país. Y más allá de ese mandato, su monopolio del discurso oficial ante la crisis del Golfo ha sido notable: buen entendimiento con su ministro de Exteriores, Roland Dumas; corrección a tiempo de las dudas del ministro de Defensa, JeanPierre Chevénement, y discreto segundo plano del primer ministro, Michel Rocard.

Difícil perfil propioEl envite no era fácil para el monarca republicano. París era hasta hace dos años firme aliado po lítico de Irak, decisivo soporte militar en la guerra de ese país del Golfo contra su vecino Irán y segundo vendedor de armas al régimen iraquí, después de la URSS. Ahora, en cambio, Francia envió a la zona una fuerza integrada por 13.000 hombres, un portaaviones, un crucero, dos destructores, dos fragatas, 30 aviones de combate y 48 helicópteros: el contingente militar más grande enviado fuera de sus fronteras desde la guerra de Argelia, a comienzos de los sesenta.

Estas decisiones se adoptaron en el marco de una dinámica dictada por las iniciativas de Irak y las respuestas de Estados Unidos. Pero Mitterrand busca establecer un dificil perfil propio. El 21 de agosto pasado dijo que la situación entraba en una lógica de la guerra de la que sería difícil salir, y ratificó la carta del embargo como la estrategia elegida por su país. El 24 de septiembre, en la ONU, propuso una lógica de la paz, que imagina una segunda fase del conflicto: si Bagdad libera a los rehenes y anuncia su intención de salir de Kuwait, la ONU controlará la retirada de las fuerzas militares en la zona y se abrirá una negociación sobre Oriente Próximo.

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