El parque del ridículo
CUANDO, EN 1987, la Walt Disney decidió instalar un parque en París, Jordi Pujol achacó al Gobierno de Felipe González no haber puesto el suficiente empeño para que la corte de Mickey Mouse acampase en Cataluña. Y decidió replicaí atrayendo a otra empresa norteamericana a gran escala, la Anheuser Busch, líder cervecero en su país. En junio de 1989 se dictó un decreto a la medida de la Busch que permitía expropiaciones en función del interés turístico y social del proyecto. De las 833 hectáreas previstas, sólo 96 estaban destinadas al parque recreativo. El resto se comercializaba como zona residencial y de equipamientos.Pujol puso su empeño personal en el éxito de la operación, pero una serie de imprevistos ha ido convirtiendo el proyecto original en caricatura de sí mismo. La segregación de Salou del municipio de Vila-seca provocó un conflicto de límites, todavía no resuelto, entre dos munícipes del partido de Pujol e hizo que la Busch condicionara la operación al arreglo de este conflicto. Si Busch tiraba la toalla, Pujol perdía su apuesta. Para impedirlo, se ha rogado al financiero Javier de la Rosa que aporte, con otros, el grueso de la inversión, con lo que buena parte de los anunciados 44.000 millones de inversión del exterior tendrán que salir de casa. Pujol quiso dar el campanazo en una zona, la de Tarragona, un tanto desafecta por los problemas que la abruman, y se ha buscado cualquier repuesto antes que el abandono, aunque sea a costa de cambiar por decreto la concesión y de utilizar a uno de sus consejeros como intermediario de los nuevos patrones. Aunque la causa valiera la pena, se ha hecho demasiado el ridículo en demasiado poco tiempo.
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