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La hora de la verdad para Iberoamérica

"Tal vez no somos el Nuevo Mundo", dijo una vez Uslar Pietri, "no lo hemos llegado a ser, pero hemos contribuido a la creación de una nueva época en el mundo y en este momento estamos en una condición privilegiada para estar entre los constructores fundamentales de ese Nuevo Mundo que va a llegar...". Esto lo dijo hace unos años. Recientemente, en una serie de artículos notables, se pregunta si América Latina ha fracasado, en qué ha errado y qué se puede hacer. Y precisa que desde el inicio de este siglo hasta la II Guerra Mundial se sentía y creía que América Latina tenía un gran futuro. Sin embargo, hoy en día ese optimismo cesó. En vez de la aspiración a incorporarse a los países más desarrollados, impera una suerte de resignación en sumarse al Tercer Mundo cuya definición dista mucho de ser positiva, pues se formula en negativo y por comparación con el desarrollo no alcanzado.Mediante un eufemismo se disfraza la heterogeneidad de ese indefinible Tercer Mundo: el de países en vías de desarrollo. Inclusive hay políticos iberoamericanos que asumen la representación del hipotético Tercer Mundo. Por una parte, en las tribunas internacionales alzan la voz exigiendo un nuevo orden que favorezca a los países en vías de desarrollo, lo cual reza con el sistema económico europeo y norteamericano, con el Fondo Monetario y la banca mundial, y, por otra, denuncian la dependencia hacia las potencias, sus manejos imperialistas y su egoísmo nacionalista. Es decir, se tiende la mano y se amenaza con la otra.

Viene al caso recordar un párrafo de Ortega y Gasset objetando el libro de Waldo Frank Redescubrimiento de América, evangelio durante algunos años de todo intelectual iberoamericano que no fuera comunista. En ese párrafo (El Espectador, VIII, Revés de Almanaque) Ortega apuntaba que todo el razonamiento de Frank descansaba sobre la. idea de que Europa estaba muerta. Y no lo estaba aún, en 1934.

Europa no estaba muerta aunque le esperara una prueba para acabar ciertamente con ella: la guerra de España, la Il Guerra Mundial, los totalitarismos fascistas y comunistas. Europa no murió y hela ahora convertida, mediante el Mercado Común y la inteligencia de la integración, en un bloque de poder económico, cultural y social de primera magnitud.

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Lo que ha fallado fundamentalmente en Iberoamérica es el Gobierno, no el Estado. Más bien los Gobiernos suplantan al Estado, debido a lo cual las instituciones se pervierten y están al servicio, ayer, del caudillo de turno; hoy, de los partidos o de la dictadura militar. La acción de los hombres en el poder doblega, mediante argucias o mediante la fuerza, leyes e instituciones a sus intereses, y conviene precisar que, en general, el político profesional de partido, el burócrata, el caudillo o las representaciones militares no acceden a las jerarquías de mando por sus luces, su cultura, su preparación, sino por los golpes y regolpes de una historia azarosa o por el dominio electoral que constituye-, al parecer, la actividad fundamental en las etapas llamadas democráticas, traducidas en la práctica a la modalidad partido-Estado, Estado-partido.

Por tanto, el predominio agobiante, avasallante, exclusivo, constante de la lucha por el poder, bajo todos los aspectos y con todas las variantes, el interés por la política y sus meandros y torbellinos, no permite el desarrollo de las instituciones ni la diversificación útil y orientadora del Estado, de los partidos, del caudillismo o de la dictadura militar. Los resultados están a la vista. El iberoamericano es súbdito, cliente político o guerrillero cuando se rebela contra los sistemas de gobierno, pero nunca ciudadano.

La conmemoración de los 500 años del descubrimiento de América sería fecha propicia para dos tareas intelectuales poco gratas: en primer lugar, tomar conciencia del fracaso que son, desde el punto de vista económico, social y político, las antiguas colonias españolas de las Indias occidentales y las ulteriores repúblicas independientes, y, en segundo lugar, indagar con verdadero sentido crítico y autocrítico las razones y sinrazones de una, al parecer, imposibilidad de administrar con eficacia y honradez los inmensos recursos naturales, persiguiendo la meta doble de repartir equitativamente la riqueza y de crear bienestar y seguridad sociales.

No sé si la monumental obra anunciada por el Instituto de Cooperación Iberoamericana de Madrid, en la que colaboraron más de 60 especialistas, se abocará a esa crítica y autocrítica y no a un recuento histórico más o menos complaciente y oficioso, pero lo cierto es que hoy, más que nunca, gravita sobre el presente iberoamericano la tremenda advertencia del Bolívar lúcido y desencantado del último mensaje al Congreso de Colombia, el 20 de enero de 1830: "La independencia es el único bien que hemos adquirido a costa de los demás".

-Por el momento, Iberoamérica ha deteriorado considerablemente sus recursos naturales (petróleo, oro y plata, selvas, aguas, minas, etcétera), no ha logrado estabilidad política pese a haber ensayado todos los sistemas de gobierno, está padeciendo guerras civiles larvadas, el creciente dominio de poderosos carteles del negocio de la droga, y cruje bajo el peso de una deuda externa de más de 480.000 millones de dólares contraída por voluntad propia de sus Gobiernos en la década de los setenta. Esa gigantesca inyección de dinero no se tradujo en producción y productividad, ni en bienestar y seguridad sociales, ni en integración, ni en saneamiento de la economía. Por el contrario, dejó profundo malestar político y la sensación de despilfarro, corrupción gubernamental y aprovechamiento ilícito para las cúpulas partidistas, los políticos profesionales, los empresarios dependientes del Estado y las carreras armamentistas.

Una de las interrogantes que se debería plantear con motivo de los 500 años del descubrimiento es la de conocer y desentrañar el fenómeno global del desarrollo impresionante de las antiguas colonias de Virginia y Nueva Inglaterra, y las inglesas y francesas en Canadá, un siglo después de la conquista y de las fundaciones hispánicas y portuguesas. Por supuesto, las respuestas y análisis sobran en ese aspecto, pero los Gobiernos iberoamericanos, los partidos populistas socialdemócratas o socialcristianos, las dictaduras de caudillo o de las fuerzas armadas, la singular y emocionante revolución mexicana, los pensadores anti-imperialistas y apasionados por esa identidad que tanta tinta ha hecho correr, se han negado a reconocer el fracaso, el atraso, o bien lo han atribuido puerilmente a las maniobras anglosajonas y su imperialismo brutal.

Lo sucedido no es para olvidar entre fraseologías de discursos patrióticos y loas a la madre patria y a "los cachorros del león español" del exaltado indoamericano nicaragüense Rubén Darío, ni para repetir la literaria interpretación ariélica y calibánica del buen Rodó, ni para las especulaciones culturales y metahistóricas nuevomundistas, sino para encarar una realidad desastrosa que ya no soporta el mesianismo personalista, la demagogia populista heredera de aquélla y los gobiernos corporativos militares. Cuba tampoco se salva en el orden económico de producción y productividad, y menos en el político, pues forma parte, frente a la perestroika universalista, del conservadurismo personalista y represivo infatigable, a la manera estalinista.

La hora de la verdad sonó para Iberoamérica, a los 500 años de ser fundada por los peninsulares de una Europa, hoy, en plena recuperación y auge económico debidos al trabajo y a la unión de las naciones.

Juan Liscano es escritor y periodista venezolano.

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