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Manuel Caballero cumple su mayor sueño

Corrida mixta / Caballero, Vargas, Correas

Tres novillos de José Matías Bernardos, bien presentados, encastados y flojos. Manuel Caballero: estocada baja y descabello (petición y vuelta); estocada ladeada (oreja); pinchazo, pinchazo hondo y estocada baja (oreja). Tres toros para rejoneo de Fermín Bohórquez, con trapío, afeitadísimos; 1º y 3º, manejables; 2º, manso. Antonio Ignacio Vargas: rejonazo trasero bajo (vuelta). Antonio Correas: rejonazo bajo (ovación). Vargas-Correas, en collera: rejonazo en el brazuelo y otro bajo (vuelta). Plaza de Albacete, 15 de septiembre. Séptima corrida de feria. Lleno.

El diestro albacetense Manuel Caballero cumplió su máximo sueño de alcanzar la puerta grande del coso de su tierra. La emoción embargó a novillero y parroquianos cuando el espada atravesaba el umbral de dicha puerta con el corazón reventado de alegría y las lágrimas bañando su rostro lampiño mientras los aficionados aún conservaban el paladar perfumado con la exquisitez de su toreo.

Paradójicamente, el festejo fue una mezcolanza de corrida mixta con caballitos y Caballero. La peste equina impidió la presencia de los rejoneadores Cartagena y Bohórquez y permitió a laempresa, tras clamorosa petición de los aficionados, deshacer el entuerto de haber contratado a la máxima estrella de la torería albacetense en sólo un festejo. El coletudo era consciente de la responsabilidad y la expectación creada y se dedicó, con todas sus armas taurinas, a lograr su sueño. Esas armas nacen en el toreo clásico, dando el sitio al novillo y citando de lejos, sin los encimismos de la lidia posmoderna. Pasan por la ligazón y templanza, a las que sazona con creatividad e improvisación torera. Desembocan en que realiza todas las suertes gustándose. Eso es siempre lo que más ahonda en el alma del torero y lo que más cala en la sensibilidad, de los espectadores.

Los tres novillos a que se enfrentó eran bomboncitos beatíficos, pero con el picante de la casta. Capaces de hundir a un mal torero, confirmaron la categoría del albacetense. En ellos se dedicó a torear con hondura, desde los naturales, redondos y de pecho encumbradísimo y ciñendo a su cinturilla la embestida del animal, hasta la pinturería de trincherazos, cambios de mano y ayudados. Esta misma variedad alumbró su labor con el percal, en el que dejó también que brillara el sobresaliente Rafael García.

Junto a él se dio la otra cara de la fiesta, la de los caballitos. Vargas se dedicó más a las cabriolas; Coreas hizo un toreo más técnico y cerebral.

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