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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El final de la guerra fría

Al paso que vamos, con la historia moviéndose a la velocidad de la luz, una película que ilustre episodios de hace seis años corre el riesgo -o tiene la virtud, táchese lo que se considere improcedente- de resultar todo un discurso sobre el pasado. Es lo que le ocurre, por ejemplo, a La caza del 'Octubre Rojo', último film del neoyorquino John McTiernan, realizador de algún título de éxito -que no de prestigio-, como Depredador o La jungla de cristal.Noviembre de 1984. Chernenko gobierna en la URS S, Gorbachov está en la reserva, esperando su turno. Un submarino atómico al mando de un rudo e inteligente marino (la máscara siempre magistral de Sean Connery) no ruso, sino lituano, parece dirigirse con aviesas intenciones hacia la costa norteamericana. ¿Para atacar? No, para desertar, como descubre por divina deducción un analista de la CIA. Unos y otros lucharán para o bien hundir el ingenio, o bien apoderarse de él.

La caza del 'Octubre Rojo'

Director: John McTiernan. Guión: Larry Ferguson y Donald Stewart, según el libro de Tom Clancy. Fotografía: Jan de Bont. Efectos especiales: Brent Boates, Scott Squire y Michael Fink. Música: Basil Podedouris. Estados Unidos, 1990. Intérpretes: Sean Connery, Alec Baldwin, Scott Glenn, Sam Neil, James Earl Jones. Estreno en Barcelona: cines Aquitania, Balmes, Comedia, Florida, Publi y Waldorf.

La caza del 'Octubre Rojo' es resultado de un filón contemporáneo, el tema del fondo del mar, que el cine norteamericano ha revisitado recientemente con títulos como Profundidad o Abyss. El escaso éxito de ellos no parece ser obstáculo, y la causa radica justamente en el carácter privilegiado del escenario que estas ficciones proponen: abismos insondables y desconocidos, espacios cerrados, especialmente propensos a violentos estallidos pasionales -subrayados además por una planificación a base de planos cortos y angulaciones forzadas-, posibilidades para el uso de efectos especiales....

No faltan aquí, además, los ingredientes del agresivo, añejo cine bélico de la guerra fría: soviéticos tirando a tontos (con la excepción de los desertores, que son muy listos: no en vano sueñan con establecerse en EE UU), oscuros funcionarios controlados por cínicos comisarios políticos; norteamericanos despreocupados y geniales; políticos que juegan al escondite con los diplomáticos soviéticos: en suma, la superior visión de la vida consustancial al cine norteamericano.

Lo que sí sorprende, y más en un filme que pasa de las dos horas, es cómo con tan pocos ingredientes se puede hacer un producto tan entretenido. Y la respuesta es simple: todo radica en un guión bien construido, que dosifica los momentos de tension haciendo que cada uno de los que abundan en el filme se convierta en un microclímax bien resuelto, que se encadena y da paso a otro, y así sucesivamente hasta un final previsible y deslucido, pero que es lo de menos; lo mejor, como debería ocurrir siempre, está en el desarrollo. Aunque la fruición está reservada, insisto, a quien esté dispuesto a tragarse una indigesta y burda píldora ideológica.

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