El verdadero invasor
El sentido profundo de la invasión norteamericana del golfo Pérsico después de las de -por ejemplo- Vietnam y Panamá corre peligro de perderse en el alboroto de los medios informativos. Nos hallamos ante la guerra del petróleo, una nueva agresión contra el Tercer Mundo, una escalada decisiva en la guerra de los ricos contra los pobres camuflada de defensiva local de un pueblo soberano contra una invasión extranjera.Una simple comparación basta para denunciar esta hipocresía:
-El 2 de agosto de 1990 el ejército iraquí entra en Kuwait; inmediatamente, Estados Unidos denuncia la invasión, exige a sus vasallos el bloqueo económico y financiero de Irak y envía a Arabia Saudí, Bahrein. y Omán un cuerpo expedicionario como no se veía desde los tiempos de Vietnam.
-En 1967 el ejército israelí ocupa Jerusalén, Cisjordania y Gaza; allí sigue desde hace 23 años.
Las Naciones Unidas condenan esta ocupación ilegal (resoluciones 242, 252, 267, 465), pero las tropas de ocupación cometen matanzas cotidianas y el Estado arrebata la tierra a los palestinos para instalar allí colonias israelíes. Estados Unidos se opone con su veto a toda sanción y envía a Israel armas y dinero para perpetuar su ocupación, violando así deliberadamente la ley internacional.
¿Por qué dos actitudes radicalmente diferentes ante casos jurídicamente intolerables?
No existe, en efecto, más que una falaz semejanza jurídica entre las dos ocupaciones.
El verdadero objetivo de Estados Unidos es el poder absoluto sobre el petróleo de Oriente Próximo necesario para el crecimiento de los países ricos y su dominio del Tercer Mundo.
Todo se aclara a partir de este hecho:
- El papel particular de Kuwait.
- El papel de Arabia Saudí.
- Las posiciones de la Liga Árabe.
Kuwait no es ni un pueblo ni una nación: es una provincia de Irak, separada del conjunto el 19 de junio de 1967 por voluntad de las compañías petroleras y gracias a la intervención militar inglesa, aprobada por sus cómplices occidentales cuando el general Kassem, jefe del Estado iraquí, decidiera a comienzos de 1961 retirar a los magnates del petróleo sus concesiones. Éstos, para disponer a gusto de las inmensas riquezas de Kuwait, crean allí un Estado impotente y sin raíces; sobre el trono colocan como testaferro a un jefe de tribu. Hasta agosto de 1990 el Gobierno estaba constituido por el emír Sabbah y los miembros de su familia.
En Kuwait el derecho a voto estaba reservado al 8% de la población; el Parlamento así elegido fue disuelto en 1986.
Aceptar indefinidamente el diktat colonialista, que permitía a este seudosoberano manipular los precios del petróleo, según los deseos de sus señores occidentales, o dar fin a tan ruinosa ficción: tal era la única alternativa dada a los dirigentes iraquíes.
El problema, por tanto, era un problema puramente iraquí y no implicaba en absoluto una invasión de Arabia Saudí.
Los dirigentes saudíes no temían una invasión, sino un contagio, pues su monarquía es una pura imagen de la de Kuwait; en el interior reina el absolutismo arbitrario del rey Fahd. Todos los ministros son miembros de su familia. Como en Kuwait, no existe ni pueblo ni nación; ni siquiera existe la ficción de un Parlamento, de unas elecciones, incluso de una Constitución.
Este régimen sin raíces y sin fundamentos se mantiene desde hace ya tres cuartos de siglo gracias exclusivamente a la protección occidental.
Ya en 1913, antes incluso de la creación de su reino (en 1928), Abd el Aziz, fundador de la dinastía, firma con el Reino Unido el tratado de adhesión de Katif (protección inglesa a cambio de alineamiento político sobre sus posiciones), renovado en 1927 por el pacto de Yedda y aplicado en 1948, cuando el ejército inglés aplasta el levantamiento de Katif. La llamada a la ocupación del país por Bush continúa hoy esa tradición de vasallaje.
El papel internacional que hoy le asignan sus señores a Arabia Saudí consiste en prestar a Estados Unidos las bases navales y aéreas que le permitan controlar la región del petróleo.
Tras la caída del sha de Irán, su gendarme en el Golfo, Reagan proclamó: "Jamás permitiremos que Arabia Saudí se convierta en un nuevo Irán".
Por supuesto que todas las fuerzas interiores de represión de Arabia Saudí se encuentran en manos occidentales. La guardia nacional ha sido forjada por la Vinnel Corporation de Estados Unidos. Su instructor general es un oficial alemán, el general Ulrich von Wegener (nombrado en 1987, después de la matanza de La Meca).
Los AWACS, aviones espía, comprados a Estados Unidos, están al servicio exclusivo del Ejército norteamericano que controla todos los laboratorios de procesamiento de datos de tierra. (Estos AWACS no han visto a los aviones israelíes bombardear la central nuclear iraquí de Osirak, pero no pasan por alto ningún movimiento en el golfo Pérsico).
Otro factor ata estrechamente a los emires saudíes a Estados Unidos: han invertido allí 172.000 millones de dólares (cuatro veces más que en su día el sha).
Arabia Saudí, además, sirve a los norteamericanos de correa de transmisión para manipular a varios miembros de la Liga Árabe.
La Liga Árabe es un viejo sueño inglés del tiempo de la I Guerra Mundial para desmembrar el imperio otomano por medio de un movimiento panárabe suscitado en su seno.
Después de la II Guerra Mundial los norteamericanos tomaron el relevo. Tras conseguir dislocar la umma musulmana levantando a los árabes contra los turcos, los occidentales consiguen oponer a los árabes a los iraníes (a los que la Liga Árabe define en 1988 como enemigos principales).
Ahora, en 1990, logran la división del mundo árabe mismo con una extraña mayoría: 12 miembros de 21 se alinean bajo la bandera norteamericana. Seis de ellos son los emires del Golfo (Arabia Saudí, Kuwait, Bahrein, Qatar, emiratos de Omán). Un destacamento egipcio sirve para camuflar la invasión norteamericana del Próximo Oriente.
La indignación de los pueblos se manifiesta contra esta tradición. Los palestinos, una vez más, dan el ejemplo al rebelarse contra este nuevo desafío al Tercer Mundo. No sólo se manifiestan en los territorios ocupados; también en Líbano, en el corazón de Damasco y en Túnez el movimiento popular empuja al jefe del Estado a desmarcarse de los colaboradores del Golfo. En Jordania miles de voluntarios se alzan para salvar el honor. En Argelia se forma un comité de apoyo al pueblo iraquí y hasta en Egipto, donde el jefe de Estado sirve de coartada para todas las traiciones, el dirigente de los Hermanos Musulmanes declara: "Hemos vuelto a los tiempos del protectorado y de la ocupación".
Ésta es, pues, la nueva situa-
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ción tras la intervención norteamericana en el Golfo.
No sólo están amenazados los árabes, sino todo el Tercer Mundo. Asia tuvo Vietnam, América Latina recientemente vivió las invasiones de Granada y Panamá. En África, con el pretexto de proteger a sus compatriotas, Bush, el ex jefe de la CIA, ordena desembarcar a los marines en Liberia.
Israel, por su parte, se prepara a atacar Jordania proclamando que la entrada en ese país de soldados iraquíes, aun a petición del rey jordano, constituye un caso de guerra.
La llegada masiva de judíos soviéticos exige este nuevo espacio vital.
Esta amenaza de guerra concierne al mundo entero.
Permitir actuar a los dirigentes americanos significa:
- Permitir la dominación absoluta de Occidente sobre el petróleo del Golfo y así gravar el equilibrio existente entre los países ricos y el Tercer Mundo.
- Destruir toda esperanza de una liberación negociada de Palestina.
- Preparar el camino a una guerra entre los mundos generalizada, entre un Tercer Mundo empujado a miserias y desesperaciones mayores y una oligarquía que dispone de todas las riquezas y no representa más que una parte ínfima de la población mundial.
La línea a seguir para todos los que son conscientes del peligro planetario, que anuncia la intervención norteamericana en el Golfo, es clara. Para escapar del caos y de la acción arbitraria de los fuertes es necesario:
- Exigir una aplicación práctica de todas las decisiones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas:
1. La retirada de todas las tropas de ocupación de Cisjordania, de Gaza y del Golán (Resolución 242, del 22 de noviembre de 1967).
2. Restauración del estatuto internacional de Jerusalén (Resolución 252, del 21 de marzo de 1948, y Resolución 267, del 2 de julio de 1969, del Consejo Ejecutivo, por unanimidad).
3. Interdicción de las colonias israelíes implantadas en los territorios ocupados (Resolución del 20 de julio de 1979 y Resolución 465 del Consejo de Seguridad, en marzo de 1980).
4. Retirada de todas las tropas iraquíes de Kuwait (Resolución del Consejo Ejecutivo del 2 de agosto de 1990).
La aplicación de las decisiones de las Naciones Unidas permitiría un referéndum y elecciones bajo control de la ONU para todos los palestinos, en el caso de los territorios ocupados, y para todos los kuwaitíes para determinar el futuro de su país.
Los iraquíes, al no haberse planteado nunca la invasión de Arabia Saudí, no tendrían inconveniente en que se cree un cordón militar de interposición de la ONU en las fronteras de Arabia Saudí. Esto significaría la retirada del ejército norteamericano.
Poner fin a esta aventura militar dirigida contra el Tercer Mundo significa salvaguardar la paz.
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