El Mahler de Neumann
Más de 2.000 personas aplaudieron el domingo en la- plaza Porticada a Vaclav Neumann, la Orquesta Filarmónica Checa, la mezzosoprano Van Nes y el Orfeón Donostiarra tras su ejemplar versión de la Tercera sinfonía de Mahler, dentro de la programación del 392 Festival Internacional de Santander.La sinfonía de la naturaleza, que el compositor pensó titular "mi alegre sabiduría" constituye un entero canto de vida y esperanza en el que'Mahler da entrada al más vario material musical, propio o prestado, para someterlo a unidad conceptual y artesana.
Y como de pintar la vida se trata, caben en el extenso conjunto de los seis movimientos ideas de poco peso, vulgares en el más exacto sentido del término, e invenciones de radical grandeza artístico-expresiva como el lírico e interiorizado lento que pone fin a la obra.
Pero en el trozo más amplio y estructurado, el primer movimiento, el compositor nos maravilla al estructrar pequeñas ideas musicales y festivas, girones de marcha popular o hilaturas de sus propias canciones, todo ello inserto en algo que es, a la vez, ensueño evocador y realidad inmediata, para demostrarnos que, también en música, puede alcanzarse categoría estética trabajando con mármol, con marfil o con barro cocido.
En el centro de ese mundo de referencias íntimas y ambientales, el hombre Mahler nos dice su alegría interior y lo que le dicen las flores de los prados, los animalillos del bosque, la noche nietzscheana con Zarathustra al fondo, la voz de las campanas o el amor. Fascina el dominio técnico y la original e irrepetible invención instrumental; la ternura de los cánticos de El muchacho de la trompa mágica, la ordenada pasión del sentimiento amoroso o la transfiguración de ese minueto lejano que parece sonar no en el salón sino entre el follaje verde-lluvia.
Ningún maestro mejor para esta música de un Mahler feliz y apenas quejumbroso que el praguense Vaclav Neumann, 70 años de vivencia mahlerianas, y ninguna orquesta más adecuada que la legendaria filarmónica checa con sus cuerdas tenuemente vibradas, la dulce densidad de sus maderas o las casi humanas voces de los metales.
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