La España quemada
DE LAS numerosas causas de desertización del suelo de España, la más directa, rápida, abundante y grave es la de los incendios forestales. La sospecha de que una gran parte está siendo ocasionada por manos de liberadas es firme, y se cree en la existencia de organizaciones criminales que dirigen, preparan y realizan estos actos en lugares determinados por su conveniencia. A España se le está yendo el suelo fértil por los cambios climatológicos desfavorables y todavía no previstos; por la industrialización, que no tiene normas suficientes de protección o no las cumple; por una polución humana que, al paso de la demografía y de la elevación de nivel de vida, se come la tierra; por el tornado de las vacaciones de acampada de los sin sensibilidad, que pisan, ensucian y queman. Y por este azote de los incendios de verano, que este año, como algunos anteriores, se ha cebado especialmente en Galicia, aprovechándose de sequías excepcionales en esa región, pero también de intereses y negocios diversos.Autoridades gallegas han dicho que estos centenares de incendios que se producen cada mes se deben no sólo a manos directamente criminales, sino a organizaciones; a mafias, como término genérico. No las nombran. Pueden ser los interesados en recoger los restos de madera a precios insignificantes y con posibilidades de comercialización inmediata a precios altos; los que quieren que se cambien las plantaciones de árboles por otros utilizables con más rapidez; quienes desean unos terrenos limpios para construir urbanizaciones, industrias o viviendas, o por intereses menores de convertir en siembras zonas forestales.
La Guardia Civil ha detenido a casi 2.000 personas, y las ha tenido que soltar por razones diversas: o son tontos de pueblo o pirómanos de psiquiátrico, o, simplemente, no hay pruebas contra ellos. Puede ser que si las denuncias genéricas de las autoridades se hicieran más precisas, la investigación llegaría a encontrar a los verdaderos culpables y a evitar que continuasen con sus prácticas criminales.
La incultura con respecto al árbol es antigua en España. Hubo una viajera francesa del siglo XVII, la condesa D'Aulnoy, que escribió que en España una ardilla podría viajar desde los Pirineos al extremo sur sin bajarse nunca de las copas de los árboles. Aun aceptando la exageración literaria, hay datos suficientes para probar que la deforestación es acelerada en nuestro país, y que no se corresponde con la de otras zonas climatológicas semejantes o próximas en Europa, aunque el fenómeno de la desertización sea general en la Tierra. Aquí se achaca especialmente a la sequía; pero también se puede culpar a la disminución constante de la masa forestal el que haya menos lluvias. Ninguna política hidráulica ha sido tan amplia y tan eficaz a lo largo de los tiempos como para paliar estos efectos en la flora. Y por consiguiente, en la fauna, que ecológicamente corresponde a los territorios hoy devastados y que está desapareciendo simultáneamente.
Los incendios multiplican las causas naturales no atajadas y las artificiales, que son crecientes y que se están permitiendo, aunque sólo sea por falta de pruebas, y las medidas para cortarlos tampoco son suficientes, aun con la participación de aviones y helicópteros, de pueblos enteros, de fuerzas de orden público y de la colaboración del ejército. Habrá que aumentar la escalada de la represión de culpables, y al mismo tiempo, la de prevención y lucha; los plazos de la gran desertización van aumentando, y un poco más tarde ya no habrá remedio para la pobreza.
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