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CRÓNICAS DE VERANO

El mundo en una toalla

A veces el mundo es un pañuelo. Pero en verano y en la costa, suele ser una toalla. Una toalla al lado de otra. Y dentro de los límites de ese mundo, el cuerpo extendido al sol y el gran silencio que lo envuelve. La arena, la roca o el césped que rodea la piscina, está habitado por seres, nacionales o extranjeros, con síndrome de ensimismamiento. Debe ser por el calor. "No, no, me gusta bañarme, prefiero ver el mar desde arriba", balbucea el mirón de una cala nudista, que se escondió y fue hallado entre las rocas, al borde de la insolación.La gente de la toalla, ya sea dominguera, turista, veraneante de siempre, nudista o piscinera, vive en un universo casi catatónico, aunque los vecinos estén separados por palmo y medio de tabique invisible, y el cuerpo más próximo se acompañe de un transistor repleto de voces estridentes. Las complicidades y las conversaciones suele proporcionarlas el refresco del agua para más tarde llevarlas a la toalla.

Del agua de la cala Portixol, en Jávea (Alicante), el francés Rémy Hibschele, de 39 años, se trae un pulpo. Y lo convierte en acontecimiento. El animal capturado atrapa las miradas de los toalleros, perdidas en un punto del horizonte o en el sol de un pensamiento. "Le encanta pescar", comenta su esposa.

Sombrillas, cremas, gorros

Christine y Réiny veranean en Jesús Pobre a pocos kilómetros de la cala Portixol, porque no les gusta vivir a pie de playa. "Preferimos ir cada día a una cala tranquila", señala Christine. Pues mal día han elegido, porque mientras habla, un especimen común de las playas españolas busca un hueco para hundir el asta de su sombrilla. El grupo, porque vienen en grupo, -un marido, su señora, un cuñado, la hermana del marido y los niños-, desparrama en el círculo de sombra toa.llas, cremas, gorros y revistas del corazón. El grupo no habla. Y los niños incordian a distancia. Son urbanitas y permanecen en el coche jugando con el dial de la radio como si de matar marcianitos se tratara. Sólo el marido y el cuñado se bailan.Muy distinta del abominable hombre de la playa, es M. L., española de 39 años, que prefiere permanecer en el anonimato. Veranea en Pedreguer (Alicante), a escasos kilómetros del mar. En su toalla, extendida en el borde de la piscina de su casa, convivenunas ciruelas, un periódico, una reflexión y un recuerdo. "Me gusta el verano por lo que tiene de repetición. Vuelven las cosas y te das cuenta de que no se han ido para siempre. El mar sigue ahí y, con él, el cubo y la pala de nuestra infancia", señala. La infancia le recuerda a Benidorm. "De niña, veraneaba allí, pero mis padres dejaron de ir cuando a mis hermanos pequeños tuvieron que atarlos a la sombrilla para que no se perdieran", añade.

Sin embargo, este año Benidorm no es un tumulto. Aunque persista la visión urbanística, sobre todo desde el mar, de unos edificios que parecen las púas de un gigantesco erizo. En la playa de Levante de esta ciudad, la toalla de Mark Steven's, de 20 años, es un mundo enrrollado. Con ella cubre sus piernas abrasadas por el sol. Stevens tiene mirada de pocos amigos, un pendiente solitario y un mechón de pelo escurridizo. Su mundo es el de la arena y no se acerca al mar. 300 libras le van a proporcionar 15 días de estancia en Benidorm Viene de Newcastle (Inglaterra), donde trabaja como ascensorista. Steven's quiere sexo. "Aunque todavía no he logrado mi propósito. Pero no deseo una mujer sino muchas", musita con voz resacosa. La noche anterior buscó chicas y su música preferida. Sólo encontró acid house.

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Otros ingleses tapados le acompañan, Helen y Jason Wing, de 19 y 20 años, también de New castle. "No hemos tomado mucho el sol", señala Helen, con la poca piel que deja entrever teñida de color salmonete. "Sólo cinco horas diaria?, remata Helen Jason, asiente. Tres horas des pués continuaban en la playa, no se habían acercado al agua y apenas se hablaron.

Cerca de ellos, el mundo para lelo a la playa de Benidorm: el de las terrazas. Sobre unas sillas, las toallas de las suecas Susann y Marie Johansson, de 18 y 17 años. Se las trajeron desde Estocolmo y en ellas se apretuja un mundo caligráfico. Susanne y Marie parecen las encargadas de la correspondencia de un club.de fans. "Lo que más nos gusta de Benidorm son las discotecas", dice Susanne, en medio de una pila de tarjetas postales. Del sol ni una palabra. Disfrutan con la luna. "Es estupendo poder acostarnos tarde". La última noche a las cuatro de la madrugada. Ahorraron las 80.000 pesetas que les costó el viaje en avión, con hotel incluido, cuidando ancianos.

Playas naturistas

Dos ancianos hay en una cala nudista de Denia. En las toallas de las escasas veinte personas se deposita primero la timidez y luego se la sustituye por el bañador. En la del naturista Francisco Ferrer, de 32 años, hay además unas gafas de sol y artilugios para bucear. Casado y con una hija; Ferrer trabaja como funcionario de correos en Calpe (Alicante). "Bailándome desnudo me siento más libre", dice en el agua. "Aunque en ocasiones me insulten desde los barcos que se acercan. Es complicado que la gente acepte el desnudo con absoluta naturalidad", añade.Esa naturalidad con la que Joan Gasquet, de 27 años, y bombero de profesión desde hace seis años, se baña en cueros. Está muy preocupado por los incendios que han asolado la zona: "El fuego me impacta por el desastre ecológico que supone". Gasquet ha venido un momento para refrescarse, pues dentro de poco empieza su turno. Se baila, nada un rato, y se marcha. Su toalla apenas ha permanecido extendida.

En las rocas de la playa nudista aparecen sombras chinescas. El sol ha traicionado a un mirón. Sus movimientos masturbatorios se reproducen en la pantalla de piedra coñio si de un cine exin de terraza de verano se tratara. Y surge la preocupación en uno de los toalleros, todavía con el trasero sonrosado. "Si sigue así, se va a caer y se va a dar una leche". El mirón no quiere dar su nombre, pero dice que se lo pasa mejor allá arriba "porque las rocas tienen agujeros y hay corriente de aire. Ustedes, ahí abajo sí que deben pasar calor", señala, mientras con sus palabras procura disimular un sofoco y su cuerpo intenta acoplarse a un recodo de la roca. Y no lleva toalla.

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