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La 'cultura' del fuego

Más de un millón de hectáreas de monte ha ardido en Galicia en los últimos 25 años

Xosé Hermida

"Es inútil intentar apagarlo. Mañana o cualquier otro día le volverán a prender fuego". El anciano labrador observa con resignación cómo los bomberos luchan para sofocar las llamas que están quemando sus eucaliptos. El fatalismo parece haberse apoderado de los gallegos ante la imposibilidad de hacer frente a la oleada de incendios forestales que han destruido más de un millón de hectáreas en 25 años, proyectando la sombra de la desertización sobre la comunidad autónoma. Con una media de 160 siniestros diarios, los incendios han aumentado un 500% con respecto a 1989.

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Del bosque al desierto

Durante estas casi tres décadas de constante quema del bosque se ha creado en Galicia una especie de cultura del fuego, como la define José Luis Díez, jefe del Servicio de Incendios de la Consejería de Agricultura de la Xunta. "Tenemos que romper esta cultura", afirma. Los responsables de los servicios de extinción de incendios en Galicia se quejan de la falta de ayuda ciudadana y reconocen que se sienten desmoralizados. "La gente cada vez colabora menos", explica un agente forestal que lleva 13 años en el puesto. "Últimamente, ni siquiera los propietarios del monte nos echan una mano. Se sientan tranquilamente a ver cómo trabajamos".En la pequeña aldea de A Susana, en las inmediaciones de Santiago de Compostela, poco bosque quedaba ya por arder. La mayoría se calcinó el pasado año, y ahora ofrece el desolado aspecto de un montón de rastrojos. Media docena de integrantes de una cuadrilla de extinción de la Xunta de Galicia, equipados con un camión cisterna, luchan para que las llamas no alcancen a un grupo de eucaliptos, el último reducto de masa forestal que permanece intacto. Después de dos horas en el monte, la cuadrilla ha logrado controlar las llamas. Son las cinco de la tarde, y este mismo equipo de extinción se ha pasado, toda la madrugada en un bosque cercano, sofocando otro incendio que no se apagó hasta las 11 de la mañana. La mayoría de los integrantes de la cuadrilla no cobrará más de 90.000 pesetas mensuales.

Rastrojos peligrosos

Un grupo de vecinos ha esta do observando la escena, sin intervenir, desde una esquina de bosque. "¿Trabajar aquí? Yo trabajo en mi casa, y es suficiente" responde uno de ellos, malhumorado. La mayoría decide marcharse ante la presencia del periodista, mientras un anciano que deja caer su cuerpo sobre un cayado se encarama desde el camino. "¡Allá va lo poco que me quedaba!", repite entre blasfemias. Un compañero de su misma edad asiente: "Y esto que falta aquí caerá mañana. Seguro" Ninguno de los dos alberga la menor duda sobre la intencionalidad del fuego, que atribuyen, en voz baja y sin aparente resentimiento, a algún vecino que desea que se queme el monte para crear pastos.

Para José Luis Díez, además de la pasividad que muestran muchos ciudadanos, no existe una verdadera conciencia de peligro ante el fuego, y un importante número de siniestros se produce por descuidos de labradores que insisten en quemar rastrojos durante el verano.

El enigma, que todavía permanece sin descifrar, sobre quiénes son los responsables de la destrucción de más de un millón de hectáreas de bosque en Galicia en los últimos 25 años, ha contribuido a incrementar los sentimientos de fatalidad e impotencia ante el fuego. "Esto es cosa de la política, y nosotros no podemos hacer nada", se lamentan algunos labradores. El escaso número de pirómanos detenidos en los últimos años -siete en lo que va de verano- y las absurdas explicaciones que éstos suelen ofrecer sobre sus móviles contribuyen a propagar todo tipo de leyendas acerca del origen del fuego. Como señala un industrial dedicado a la compraventa de madera, "siempre detienen al tonto del pueblo", a personas que incluso recorren las tabernas jactándose de haber quemado el monte. Dos supuestos pirómanos capturados la pasada semana por la Guardia Civil en Orense fueron directamente ingresados en un psiquiátrico.

Uno de los mitos más extendidos es que son los propios equipos de extinción los causantes de las llamas. Esto crea numerosos problemas a los servicios contra incendios, que en ocasiones realizan su trabajo entre la desconfianza y la abierta hostilidad de los vecinos. El avión, como artefacto indeterminado, también es otro de los culpables a los ojos de muchos labradores, y, hace algunas semanas, uno de los helicópteros contratados por la Xunta para la provincia de Lugo apareció con el depósito lleno de agua.

La tensión que provocan estos hechos y la precariedad de medios hacen mella en las cerca de 6.000 personas que participan este año en las tareas de extinción, la mayoría contratados temporales, además de 430 agentes forestales, cuatro compañías del Ejército acampadas en las zonas con mayor índice de siniestralidad y 116 guardias civiles especialistas en protección de la naturaleza que recorren el bosque en moto y a caballo. Sus jornadas laborales pueden prolongarse durante 20 horas ininterrumpidas, y los más veteranos llevan años pasando el verano entre humo, ceniza y temperaturas insoportables. Los agentes forestales han estado a punto de ir a la huelga porque reclamaban mejores retribuciones y se negaban a utilizar sus automóviles particulares para desplazarse al monte, reivindicaciones atendidas a última hora por la Xunta.

La Consejería de Agricultura quiere evitar a toda costa que la desmoralización cunda entre el personal encargado de apagar el fuego, porque afirma que la lucha contra los incendios es también una "guerra psicológica". Una batalla contra la sensación cada vez más generalizada de que es inevitable que Galicia se convierta algún día en un paisaje desértico.

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Sobre la firma

Xosé Hermida
Es corresponsal parlamentario de EL PAÍS. Anteriormente ejerció como redactor jefe de España y delegado en Brasil y Galicia. Ha pasado también por las secciones de Deportes, Reportajes y El País Semanal. Sus primeros trabajos fueron en el diario El Correo Gallego y en la emisora Radio Galega.

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