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Armas para frenar a Husein

En 1984, cuando era secretario de Defensa, propuse varias circunstancias mediante las cuales definía la situación en la que, en mi opinión, Estados Unidos debería -o podría, eficazmente implicar a nuestras Fuerzas Armadas en un conflicto. De acuerdo con ese criterio, la invasión de Irak a Kuwait se presenta como una causa clara para una intervención militar de Estados Unidos. Además, y quizá por primera vez desde antes de la guerra de Víetnam, se dan las condiciones políticas óptimas para una acción efectiva.La primera circunstancia requiere que nuestros intereses vitales estén comprometidos. Las consecuencias deben ser tan importantes para el futuro de Estados Unidos y de nuestros aliados que estemos dispuestos a utilizar las fuerzas necesarias para triunfar.

Es incuestionable que, en la presente situación, los intereses vitales de Estados Unidos y de nuestros aliados están en peligro. Más del 50% del petróleo que se consume en Estados Unidos es importado, y cerca del 40% de las reservas petrolíferas mundiales están localizadas en Arabia Saudí, Kuwait e Irak.

Dado que el apetito de Sadam Husein es insaciable, tenemos que dar por supuesto que no se detendrá si se le deja creer que no va a pagar un precio por su evidente agresión. Ni nosotros ni nuestros aliados en Europa y Japón podemos vivir en un mundo en el que un dictador absoluto, respaldado por un ejército de un millón de soldados, torne el control del petróleo que abastece a nuestras economías industriales, afecta a la tasa de inflación y ayuda a mantener nuestro nivel de vida. Literalmente, nuestra supervivencia estaría en peligro.Debemos tener en cuenta que, desde los tiempos de Dwigh Eisenhower, Estados Unidos ha considerado de vital interés mantener abierto el golfo Pérsico y el suministro de petróleo de esta región.

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En segundo lugar, debe haber cierta seguridad razonable sobre el apoyo del pueblo norteamericano. Aunque es evidente que no se puede emprender la guerra según el último sondeo de Gallup, un presidente de Estados Unidos no puede librar una guerra fuera y otra en casa, con el Congreso. Ésta fue la lección de Vietnam. La nación tiene que estar unida, el pueblo norteamericano tiene que entender por qué los intereses amenazados son vitales. Y debe tener en cuenta el coste de la no intervención.

En el caso de Nicaragua no pudimos persuadir al pueblo norteamericano de que la situación era lo suficientemente importante como para ayudar a aquellos nicaragüenses que luchaban por su libertad. La mitad de la población lo creía, pero la otra mitad no.

La invasión iraquí de Kuwait no es, por supuesto, un Pearl Harbor, un ataque directo al territorio norteamericano y su población. Pero es el tipo de acción de fuerza que provoca un amplio apoyo público a favor de la intervención, a causa del sentimiento universal de aversión, ira y preocupación sobre las serias consecuencias de la pasividad.

Parece que en estos momentos hay un total reconocimiento por parte de los norteamericanos, y afortunadamente de muchos otros países, de que si no paramos a Sadam Husein ahora, si se le permite creer que no se le puede parar, nada podrá detenerle en los próximos días y semanas. La gente recuerda la crisis petrolera de los años setenta, pero también saben lo que ocurre cuando se permite a un Hitler pasearse por el mundo sin control.El despliegue que el presidente Bush ha hecho de unidades de las divisiones aéreas 82 y 101, más los F-16 y F-15, en Arabia Saudí es una advertencia clara y tajante para Husein. Éste no debería dudar de que está respaldado por el pueblo norteamericano. Esto es importante, porque Husein no quiere correr el riesgo de una derrota, y sólo ese miedo podrá frenar una ulterior invasión suya.

En tercer lugar, deben estar claramente definidos los objetivos militares que puedan asegurarse.La protección estadounidense a barcos comerciales, inocentes y no beligerantes, fuera del golfo Pérsico en 1987 es un ejemplo que demuestra que los esfuerzos militares norteamericanos pueden ser eficaces si su objetivo y alcance están claramente definidos. En ese momento, Kuwait apreció nuestra ayuda para escoltar sus petroleros y protegerlos de los ataques iraníes. Tuvimos bajas humanas, pero fueron pocas.

Los iraníes se convencieron de que no podían ganar, y el ayatolá Jomeini se vio forzado, según sus propias palabras, "a tragar la amarga píldora" de un fracaso al intentar detener el tráfico de petróleo en el Golfo. Estados Unidos logró defender el principo básico de nuestra política exterior desde la fundación de la República: el compromiso de la libertad en los mares. Nuestro objetivo en la situación actual está igualmente claro, aunque seguramente es más grave y más costoso: expulsar a Sadam Husein de Kuwaít e impedirle que vaya más lejos.

No es suficiente frenar a Husein en su avance hacia las fronteras saudíes, permitiéndole conservar el trofeo de su agresión a Kuwait (lo que significa el 20% de las reservas petrolíferas mundiales conocidas). Esto le permitiría potenciar a su ejército y a su país para otras futuras agresiones. Como ha dicho el presidente Bush, el objetivo es neutralizar la invasión de Kuwait por Irak.

Husein no tiene ningún tipo de escrúpulos, es un ser frío y calculador de enorme ambición. Si se sale con la suya en Kuwait, podrá intentar algo más. No deberíamos olvidar la definición que Winston Churchill hacía de los pacificadores: aquellos que ven'al tigre devorar uno a uno a los demás con la esperanza de que él será el último en ser comido.

En cuarto lugar, debemos ser capaces de conseguir nuestros objetivos.

Este criterio está íntimamente relacionado con el unánime respaldo público, porque si decidimos que la invasión iraquí supone una amenaza lo suficientemente seria como para justificar el uso de fuerzas de combate, tenemos que llevar a cabo esta acción con total convencimiento, utilizando suficientes efectivos y con la intención de ganar.

En los años ochenta recuperamos nuestra potencia militar y no hay dudas sobre nuestra capacidad para enfrentarnos a Irak, especialmente ahora que nos hemos asegurado la cooperación sin precedentes de Arabia Saudí, al estacionar las fuerzas norteamericanas en su territorio, y el apoyo de otros muchos países.

Es en esta área, en la de nuestra capacidad, en la que albergo algún temor. El presupuesto de Defensa, que ahora está siendo discutido en el Congreso, requeriría drásticos recortes en las fuerzas militares y en la adquisición del armamento más avanzado y la cancelación de muchos de nuestros mejores aviones y otros equipos militares, lo que debilitaría gravemente nuestra fuerza.

Estoy convencido de que Husein ha calculado que podía tomar Kuwait, porque ambas superpotencias estaban ocupadas en la congelación de sus hostilidades y porque el Congreso de EE UU contemplaba drásticos recortes en el presupuesto de Defensa.

No debería pasar inadvertido que muchos de los proyectos que el Congreso quiere reducir -como el del bombardero B-2 y el del avión de combate Silueta- tendrían una enorme importancia en la presente situación a causa de las débiles defensas aéreas de Irak. Más aún, eliminar la disponibilidad de las armas químicas, presente también en la agenda del Congreso, debilitaría nuestra capacidad disuasoria en una guerra con Irak. Irak tiene un gran arsenal de armas químicas y un líder sin escrúpulos para utilizar gas venenoso, como hizo en 1988 contra desarmados campesinos kurdos.

Finalmente, las fuerzas estadounidenses deben emplearse sólo como un último recurso. Todos los esfuerzos diplomáticos en la negociación y en las sanciones económicas unilaterales deben intentarse, como estamos haciendo, una vez que la agresión militar ha comenzado. Cuando todas las presiones pacificadoras se hayan demostrado ineficaces, la acción militar -ya sea un bloqueo naval, un ataque aéreo por sorpresa, bombardeos aéreos y de artillería o asalto terestre tendrá un legítimo respaldo.

Aunque generalmente los boicoteos económicos no han sido eficaces a lo largo de la historia, la votación casi unánime de Naciones Unidas en apoyo del boicoteo mundial a Irak es altamente reconfortante. Si todas las naciones del mundo dejan de comerciar realmente con Irak y le imposibilitan vender su petróleo, si todos comprarnos el petróleo a otros, si los acuerdos multilaterales establecen el cierre de los dos oleoductos que transportan fuera el petróleo iraquí, y si se impide a Irak usar el mar Rojo o el Mediterráneo oriental como salida de su petróleo, entonces, después de unos meses, Irak podrá entrar en razón. Tras todas las acciones multilaterales, los boicoteos y las maniobras diplomáticas, el factor crucial es que Estados Unidos esté preparado para una acción militar unilateral. Aunque fracase el boicoteo, Husein tiene que entender que las acciones contra él no acaban aquí. Debe saber que pagará un altísimo precio por sus actos.

Mientras medita sus próximos movimientos siniestros, Sadam Husein no debería dudar de que se enfrenta a un Estados Unidos dispuesto, deseoso y capaz de entrar en combate con sus fuerzas y vencer.

Caspar W. Weinberger fue secretario de Estado de Defensa de EE UU de 1981 a 1987, actualmente es editor de la revista Forbes. Los Angeles Times Syndicate.

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