Apegos y creencias
En su ambiente natural, el club de jazz, Barry Harris ofreció un soberbio concieto de presenta ción en el que dejó patente que es hombre de fuertes apegos y creencias firmes. El cariño a De troit, su ciudad natal, le impidió dar el salto a Nueva York junto al resto de colegas de su genera ción, pero a pesar de entrar en la Gran Manzana tarde y por la puerta trasera, tuvo tiempo de tocar con todos los grandes del bebop, que pronto se dieron cuenta de que el pianista recién llegado estaba en condiciones de aportar ideas valiosas y.Hace falta templanza de carácter y querer al jazz como a un hijo para tocar con la brillantez y autoridad con que Harris lo hace.
Sonido redondo
Barry Harris parece infalible, posee un sonido redondo y aterciopelado, como si colocara un papel de fumar entre las mazas y las cuerdas del piano o, corno si imprimiera efecto a las teclas cuando las pulsa. Sus solos son un prodigio de equilibrio y densidad.. Para no perderse nada de su mensaje es preciso tener un cerebro capaz de almacenar'con rapidez el caudal dé ideas y, más tarde, recuperar y asimilar con más calma la sutileza de todo lo oído.
Barry Harris Trío
Barry Harris (piano), Manuel Calleja (contrabajo), y Guillermo MacGill (batería). Café Central.Madrid del 7 al 12 de agosto.
El concierto se inició de manera insólita. Harris compartió teclado con un niño y así, tocando a cuatro manos, cumplió con una de sus debilidades- difundir el jazz entre la juventud. Después vino un trepidante Strike upthe band en el que las manos de Harris volaron sobre el teclado con la elegancia y suavidad que se le exigiría al mejor patinador sobre hielo. Fue una gloria ver tratar al piano de esa forma tan respetuosa, ahora que en manos de las estrellas del pop sirve de cama o es vapuleado con pies y trasero hasta privarlo de toda dignidad.Interpretó también atractivas composiciones propias como A nd so I love you; rindió homenajes a Thelonious Morik en un delicioso inedley y a Bud Powell en Tea for tivo donde incluyó la introducción que otros pianistas parecen haber olvidado y que para Poweil era motivo principal.Tras el descanso, aligeró el repertorio. Valseó con gracia y jugó con el calypso y las canciones populares.Este profundo dominio de tan diferentes palos le han convertido en pianista fiable para cualquier circunstancia. Por eso, Dexter Gordon y Sonny Stitt le requirieron habitualmente cuando comenzaron a ser apreciados nuevamente en los años setenta, y músicos de estilos tan dispares como Thad Jones, Warne Marsh e Illinois Jacquet se encontraron a sus anchas con Harris sentado al piano. Coleman Hawkins le prefirió a otros cuando grabó la que sería a la postre su último disco oficial.
El ambiente estaba caldeado y la fiesta en el cénit, cuando Harris acabó su concierto con A night in Tunisia. Había sido generoso, pero pudo haber continuado varias horas más sin agotar sus múltiples recursos.
Le acompañaron Manuel Calleja y Guillermo MacGill que estuvieron atentos y aplicados aunque el último debió haber utilizado más las escobillas porque la música se prestaba a ello.
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