Héroes, batallas y amores

ENVIADO ESPECIALEntre 1716 y 1725 Niecolo Forteguerri escribió un poema heroico-cómico en 30 cantos, Ricciardetto, cuya intención es expresar la contrariedad por la musa épica: "Cantar vuole de'eroi, e di battaglie, e d'amori, e d'mprese memorande". Francesco Berio di Salsa lo convirtió en libreto de ópera: es infumable. Reyes africanos, princesas asiáticas y caballeros cristianos conviven en una historia imposible llena de peripecias disparatadas. Ambrossini compuso a partir de ahí una ópera extraña dentro de su periodo napolitano (se estrenó en 1818, poco después de Mos in Egitto, poco antes de Ermione), en que las piezas de conjunto y las grandes escenas prevalecen sobre las arias cuyas dos partes tienen carácter bien diferenciado: tediosa y escasa de inspiración la primera; con momentos deslavazados pero intensos, la segunda. Rossini no habría pasado a la historia si Ricciardo e Zoraide fuese su único fruto musical.

Recuperación

Sin embargo, Ricciardo tuvo éxito en su tiempo. Después se dejó de representar y ahora vuelve de la mano del Festival Rossini de Pésaro por primera vez en este siglo. La puesta era, cuando menos, arriesgada.

Ronconi ya había trabajado con Gae Aulenti (escenograflia) y Giovanna Duzi (trajes) en Il viaggio a Reims, la recuperación Más importante surgida desde Pésaro. Entonces, presentaron una escena llena de ironía y creatividad. Ahora, en este Ricciardo han optado por el misterio, imprescindible en Rossini, planteando el desarrollo de la acción en un -escenario único, las dunas de arena de un desierto, al que se incorporan elementos que recrean ambientes del mundo caballeresco o exótico en que se mueve la obra. La belleza plástica en la composición de imágenes es impresionante. La luz refuerza el clima de necesaria irrealidad. La gama cromática es cálida y los movimientos de conjunto tienen sentido y teatralidad. La fábula posee algún elemento de ingenuidad pero sobre todo domina en ella la magia.

La realización escénica se convirtió en la gran protagonista durante toda la primera parte de la ópera. Ni Chailly, con una orquesta de trazo grueso, conseguía explicar satisfactoriamente el porqué de este Rossini tan enigmático, ni las voces pasaban de un nivel correcto. June Anderson, con magnífica técnica y elegancia de canto, ha perdido brillantez en el registro agudo. Mateuzzi, en buen estado vocal empezó francamente mal en los pasajes interválicos; después se fue templando hasta conseguir una notable prestación. Bruce Ford había sustituido a Merritt, que no anda muy fino últimamente. Ford posee facilidad en los agudos pero no alcanza la brillantez del tenor de Oklahoma. Gloria Schalchi tiene una voz potente. Pasó la prueba de fuego de la puesta de largo con éxito.

Las voces en conjunto fueron a más en la segunda parte quitando la exclusividad del interés a la escena que, no obstante, mantuvo hasta el final su gran lección de teatro lírico. Ronconi ya había mostrado su fascinación por el mundo caballeresco en Orlando furioso, de Ariosto, y su capacidad de intimidad en el trabajo de actores y la creación de atmósfe ra en La serva amorosa, de Boldoni, dentro del teatro de prosa. Son dos puntos de referencia cercanos al espectador español para entender la mezcla de refinamiento y complejidad que posee su enfoque de Ricciardo e Zoraide. Sin su aportación este es perado Ricciardo e Zoraide ha bría rozado el aburrimiento.