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Enanos

Rosa Montero

Leo que el gobernador de Nueva York ha prohibido lanzar enanos por los aires. Por lo visto, se trata de un nuevo entretenimiento muy de moda en los bares: se coge al liliputiense y se le arroja lo más lejos posible, y aquel que consiga despanzurrarle más allá gana la apuesta.Siempre me ha inquietado la capacidad del ser humano para infligir dolor, para Ingeniar suplicios y pergeñar espantos. La famosa frase de Oscar Wilde "la realidad imita al arte" es, claro está, mentira: no hay novelista capaz de inventar horrores literarios tan refinados. Y si un escritor hubiera metido en una novela una escena semejante, con unos cuantos mostrencos jugando a los dardos con enanos volantes, seguramente habría sido tachado de excesivo, de melodramático y de inverosímil. Porque siempre nos resistimos a creer que los humanos podemos llegar a ser tan crueles.

¿A quién se le pudo ocurrir lo de estrellar seres chiquitos? Pues quizá a un puñado de muchachotes sanos y deportivos mientras tomaban copas, al salir de¡ trabajo, un viernes por la tarde. Quiero decir que no se trata del aislado delirio de un bruto borracho, sino de un divertimento que les debe de parecer a todos muy ingenioso y que ha adquirido rápidamente tanta popularidad, que ha tenido tanto éxito, que el gobernador del Estado se ha visto obligado a prohibirlo. Es fácil imaginar la escena: el grupillo regocijado y malicioso, los gritos de aliento para los favoritos, los excitados aullidos que, a no dudar, acompañarán los breves vuelos. Es fácil imaginar a alguno de los contendientes balanceando a un hombrecito entre sus brazos para tomar impulso, y al hombrecito intentan o tragarse e pavor, la vergüenza y el vértigo por las cuatro miserables perras que le paguen. Les ponen un casco, a los enanos. Creo que eso, lo del casco, es lo más repugnante: ese simulacro de preocupación humana en un acto tan inhumano y humillante.

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