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LAS VENTAS

Pepín Jiménez se reencuentra

Molerol/Jiménez, Caballero, Bote

Tres toros de Molero hermanos, y 2º, 3º y 4', de Tabernero de Villanueva, desiguales de presentación y juego. Pepín Jiménez: vuelta; ovación. Andrés Caballero: ovación en los dos. José Luis Bote: silencio en los dos. Plaza de Las Ventas, 23 de julio. Casi media entrada.EMILIO MARTINEZ

El lorquino Pepín Jiménez se reencontró ayer, durante la lidia de su primer toro, con lo mejor de sí mismo. Este diestro, catalogado como artista desde sus inicios, había demostrado tal condición con cuentagotas, y sus últimas actuaciones en Madrid fueron flojas. La buena sorpresa surgió ayer, afortunadamente para él y para la afición. Destapó el frasco de las esencias y perfumó la bochornosa tarde veraniega.

Jiménez escudriñó pronto la catadura manejable del burel que abría plaza, cuyo único defecto era su blandura. Se esmeró con la sarga en series de redondos y naturales. En todos ellos mandó con la mano muy baja y cimbreó la embestida alrededor de su cintura, con lo que los efluvios de su aroma artístico calaron en el cotarro. Su pinturería la fue destilando, además, entre adornos y pases de pecho de una belleza sin mácula.

Lástima que el animal blandeara en demasía y le impidiera derramar todas las esencias al lorquino, que mechó con habilidad a su colaborador de un hábil y no muy descarado certero sablazo en el rincón, lo que emborronó algo su balance final.

La debilidad de su carácter, que tanto le ha perjudicado, pareció reencontrarla también al sufrir un desarme nada más empezar la faena al manso y berrendo cuarto. Por suerte fue un espejismo y se lo quitó de encima con dignidad, aunque tal vez le faltó decisión para buscar un triunfo sonado, eso sí, echándole más agallas. Pese a todo en el recuerdo queda su postinera y esperanzadora labor inicial.

El presidente no se entera

Bote no pudo espresar su condición de artista ni ante el más que invalidísimo tercero, muy protestado hasta por la turistada debido a su invalidez, pero de la que el presidente Francisco González no se enteró, ni con el marrajón y añejado sexto.

Con el primero se tuvo que tragar su reconcóme de rabia por el triunfo que le podían estar quitando. El coletudo dibujó deleitosos pases de salón, que no trascendieron. Al otro, cinqueño -concretamente tenía cinco años y siete meses en su carné de identidad-, greñudo y con sospechosa pinta de toreado, se limitó a machetearlo y despenarlo con rapidez.

Andrés Caballero fue protagonista a su modo y bulló toda la tarde con su arrojado estilo. Con el percal: interviniendo en quites, unos ortodoxos y otros a la remanguillé. Con las banderillas: pares desiguales y espectaculares. Y con la pañosa: atropellado y auténtico en el bravo y noble segundo, que merecía un estilo más artístico; y breve y fácil con el aplomado quinto.

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