Un retrete para 11
Tres familias comparten un piso de alquiler para poder dormir bajo techo
Natalia, Alicia, Yolanda, Rocío e Isaac, la mayor con seis años, son unos primos muy unidos. Tanto, que viven juntos en un piso de 70 metros cuadrados en Palomeras. Pero, naturalmente, estos niños no viven solos. Además de sus respectivos padres, hay otras personas en la casa. Las cuatro generaciones de la familia Sánchez Villanueva comparten, "y no precisamente por gusto", un destartalado apartamento de techo de uralita y ventanas atrancadas por el que pagan 35.000 pesetas de alquiler. Para ellos, el Plan 18.000 "es un invento para ricos".
Treinta y cinco mil pesetas de alquiler y 6.000 de agua. El sueldo hábil de Florencio Sánchez Villanueva, jardinero de 28 años, casado y con tres niñas, queda reducido, después de cumplir con estas obligaciones mensuales, a ocho billetes color sepia que tienen que alcanzar para las papillas de la pequeñas Alicia y Yolanda, de dos y un año respectivamente, y la comida de Natalia, su primogénita de seis, su mujer, Luisa, de 29, y él mismo.Florencio es el cabeza de una familia de once miembros. Por su trabajo "más o menos estable" como jardinero, ha asumido la responsabilidad de pagar el arrendamiento del piso donde vive con su mujer, sus tres hijas, su hermana, su cuña do y los dos hijos de ambos además de su madre y otra hermana soltera. En un principio, la vivienda era el domicilio de sus padres, que, recién llegados de Bélgica, se instalaron con sus tres hijos en este apartamento de Vallecas "como una solución temporal", dice Antonia, la matriarca de esta familia.
xLa hora del matrimonio
Sin embargo, al poco tiempo de llegar, el marido de Antonia murió, y, cuando Florencio, el hijo mayor, decidió casarse, la falta de independencia económica para adquirir o, ni siquiera, alquilar una vivienda para su nueva familia, hizo que el nuevo matrimonio se quedara a vivir en el viejo piso de la abuela. Algo parecido sucedió cuando la segunda hija de Antonia, Elena, se casó también. Ella y su marido, Ignacio, sin trabajo fijo, no podían pagar un alquiler, y se instalaron en casa de sus suegros, donde nacieron sus dos hijos.
El problema más acuciante, además de la falta de espacio para removerse -"dormimos cuatro personas en cada uno de los minúsculos dormitorios"- es, según opinión unánime, la falta de intimidad. "La convivencia de dos parejas, una persona de edad y una joven, además de cinco niños pequeños es muy dificil, crea tensiones y, sobre todo, una gran frustración por no ser capaz de procurar a tu familia un hogar cómodo y digno", dice Florencio. Tanto él como su mujer, su hermana, su cuñado y su madre ven muy oscuro su futuro. "Pensar en poder alquilar un piso con un sueldo de 70.000 u 80.000 pesetas en trabajos eventuales es imposible. Aparte de que no encuentras ninguna vivienda por menos de 40.000 pesetas al mes, los propietarios te exigen hasta tres meses de fianza y una nómina, con lo que estamos condenados a permanecer aquí", dice Elena, que califica como "inalcanzable" una vivienda en propiedad, ya sea de protección oficial o no.
"Las promociones de viviendas sociales, como esas que llaman del Plan 18.000, están vedadas para nosotros. ¿Cómo piensan que podríamos pagar las 500.000 pesetas o un millón que piden de golpe para empezar a mover la cooperativa de construcción, y unas 50.000 ó 60.000 pesetas al mes con un sueldo que no supera las 80.000 pesetas y varios niños que mantener?", se pregunta Florencio. Las dos parejas se disponen a seguir viviendo juntas con niños, abuela y cuñada algún lustro más. "Hasta que todos los niños vayan al colegio, y las mujeres nos podamos poner a trabajar sin tener que destinar nuestro sueldo a pagar guarderías, tendremos que continuar con esta delicada convivencia generacional, y suplir con orinales las aglomeraciones de niños y adultos".
Compuestos y sin casa
Ochenta y cinco mil madrileños aspiran a conseguir uno de los pisos del llamado Plan 18.000 de construcción de viviendas de protección oficial. Una sencilla operación permite averiguar que cada uno de estos pisos tiene entre cuatro y cinco familias que pretenden legítimamente convertirlo en su hogar.La vivienda es un bien escaso en Madrid. Escaso y, sobre todo, caro. Según datos de abril de este año, el coste medio de los pisos de nueva construcción se sitúa en unos 29 millones de pesetas, mientras que las de segunda mano cuestan, por término medio, cerca de 15 millones, además de los casi siempre necesarios arreglos y obras imprescindibles para instalarse. Los alquileres más modestos no bajan de las 50.000 pesetas.
Con estos precios, miles de madrileños no pueden acceder a una vivienda en propiedad. En el año 1990 quedan en Madrid alrededor de 300 chabolas o infraviviendas. A veces, estas cabañas se convierten en materia de negocio de compraventa y alquiler. Por 10.000 pesetas al mes se puede arrendar una chabola en el poblado de La Veguilla. En el lado contrario, alrededor de 50.000 viviendas se encuentran desocupadas, bien porque sus propietarios disponen de otro domicilio o bien porque se trata de viviendas públicas y no están adjudicadas o sus concesionarios no las habitan.
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