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Ni rehículos, ni comida

Antonio Caño

No quedan más vehículos en Monrovia que los de la organización belga de Médicos sin Fronteras para intentar rescatar, desafiando los tiroteos y la oposición de los soldados, a los heridos y enfermos que prefieren agonizar en sus casas a afrontar la incierta aventura de un extenuante recorrido a pie hacia el hospital de los misioneros españoles de San Juan. Los vehículos de la Cruz Roja fueron requisados por los soldados enloquecidos por la nueva ofensiva de los rebeldes hace dos semanas. Desde entonces el equipo de la Cruz Roja internacional se mantiene refugiado en la embajada suiza sin operar.Además del riesgo que supone esta actividad, los miembros del equipo belga no tienen tregua con las trabas burocráticas. Así, por ejemplo, los representantes de la ONU se marcharon de Liberia, pero dejaron encerrados, en sus almacenes situados en el puerto de Monrovia, toneladas de arroz, alimentos complementarios y dos camiones que podrían ser providenciales, dada la rapiña de vehículos de la que ha sido víctima la ciudad. "Tras tres meses de gestiones, hemos logrado que la ONU nos autorizara a retirar de sus almacenes el arroz. Pero no ha habido respuesta ni para el resto de los alimentos", explica Lucas Verskuren, responsable logístico de Médicos sin Fronteras en Monrovia. Las reservas del hospital pueden sostener todavía a los pacientes y personal del centro. Pero ya no quedan víveres que distribuir entre los habitantes de los seis centros de refugiados de Monrovia.

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Un oasis en medio de la batalla

Gestiones y más gestiones para lograr realizar incluso el trabajo estrictamente médico. No ha sido fácil para los médicos belgas lograr el permiso de las autoridades liberianas para efectuar el traslado a San Juan de los militares que se hallaban, desde hace más de un mes, abandonados a su suerte en el hospital militar de Monrovia. No había medios adecuados para asistirles, pero las autoridades eran reacias a pasear públicamente sus bajas. Por fin, a principios de la pasada semana, los religiosos españoles asistieron a un desfile nunca visto en sus largos años de experiencia en Monrovia: el ambiente se impregnó de un vaho de carne en putrefacción, mientras desfilaban decenas de soldados con horripilantes y ya irreversibles gangrenas. Los religiosos y médicos belgas distribuyeron a los recién llegados en las colchonetas con que se habían sembrado las salas de espera del hospital. El doctor hispano-libanés El Azziz, desde hace cinco años miembro del personal del hospital de San José, escucha, junto a las enfermeras religiosas españolas, las indicaciones del cirujano belga Reginald Morels, veterano ya en misiones médicas de guerra en todo el planeta: "En contra de lo que generalmente se cree, los proyectiles, cuando entran en el cuerpo, no estan calientes y por tanto no estan esterilizados, como es creencia general; hay que establecer una prioridad de casos: primero, las intervenciones de éxito seguro y corta duración; las más largas y de solución incierta, hay que dejarlas las últimas...". Es la dura ley que la falta de tiempo y medios imponen para economizar vidas humanas.

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