Un oasis en medio de la batalla
Un hospital español, único centro en Monrovia que atiende heridos y enfermos durante la guerra
Un hospital de misioneros españoles ha logrado mantenerse, por ahora, como un excepcional oasis de paz dentro de la sangrienta tormenta que sacude Monrovia, la capital liberiana, atrapada entre los fuegos de los soldados del presidente Samuel Doe y los guerrilleros del Frente Patriótico Nacional. Es el recinto del hospital católico de San José el único centro sanitario de la capital liberiana al que el corte de agua y luz no ha dejado fuera de juego. Por ello, la organización humanitaria Médicos sin Fronteras lo ha elegido como base de su labor en Monrovia.
En el hospital de San José, día y noche, religiosos y médicos belgas trabajan codo a codo para asistir a los centenares de heridos que han tenido que ser acomodados en simples colchonetas sobre el suelo."Absolutamente prohibida la entrada a este recinto con armas", reza una enorme pintada roja sobre una sábana blanca que ondea sobre el camino, bordeado por dos hileras de seculares árboles, que conduce a la entrada principal del hospital de San José, creado hace 25 años por los religiosos españoles de la orden de San Juan de Dios. El cartel es uno de los varios confeccionados por los jóvenes miembros del equipo sanitario enviado a Monrovia por la sección belga de Médicos sin Fronteras. Su petición, más que una orden, constituye un loable intento de que se respete el estatuto de neutralidad de que goza, con el acuerdo de las autoridades y de la guerrilla, el recinto del hospital desde hace dos semanas. Es decir, desde que coincidiendo con el recrudecimiento del conflicto liberiano la organización -en colaboración con los misioneros españoles- estableció allí un centro de emergencia.
Los esfuerzos invertidos en las pintadas han conseguido resultados, aunque sólo sea a medias. A lo largo del día los guardias de seguridad del hospital no pueden evitar la llegada hasta la misma puerta del edificio central de los militares.
Artillería
Armados hasta los dientes, sus bayonetas no dejan de apuntar, como si fueran los aguijones de un puercoespín de chapa, en todas la direcciones. "Esperemos que sigan así, sin disparar ni un tiro en este recinto", murmura Lucas Verskuren, coordinador logístíco de Médicos sin Fronteras al observar con alivio cómo los militares, antes de superar la puerta, entregan de forma insólitamente sumisa su artillería a la recepcionista. "Hasta ahora, el hospital ha sido respetado siempre", explica con tranquilidad Justino Izquierdo, burgalés y director del centro. A los dos días de iniciar su labor de rescate a los heridos, los médicos belgas comprobaron que la bandera del hospital en sus vehículos era la mejor garantía para circular por la ciudad a merced de los soldados borrachos y drogados.Las visitas de los militares son frecuentes. Cada una de estas produce un inquieto revoloteo entre las decenas de refugiados que desde hace un mes y medio se hallan autorrecluídos, con las ventanas y las puertas cerradas a cal y canto a pesar del calor húmedo, en la trastienda del hospital. Todos los días se plantea el grave dilema de tener que decir no a nuevos solicitantes de protección. Pero las habitaciones de aire enrarecido y abarrotadas de esteras y colchonetas ya no dan más de sí "No importa que se queden en el jardín, traen mantas y pueden dormir al aire libre", intercede suplicante un enfermero señalando un grupo de familiares que espera con sus hatillos Pero el establecimiento de un campamento a la vista, convertiría al hospital en territorio enemigo para los militares y blanco de sus ataques.
Para los refugiados hay esta blecidos seis centros de acogida totalmente desbordados. La semana pasada un confuso anuncio de la Cruz Roja pro metiendo ayuda por la BBC provocó una avalancha. Enloquecidos por la angustia, esta masas de civiles a los que los saqueos de los soldados han dejado sin casa ni recursos, inundaron uno de estos recintos y, tras expulsar a los enfermos, se convirtieron en los dueños de este centro.
La falta de agua es la pesadilla de toda la ciudad. "Los liberianos, a diferencia de otros africanos, son escrupulosamente limpios. No pueden vivir sin su baño diario", explica la religíosa navarra María Luisa Gorriz. "Desde el primer día en que los rebeldes cortaron el agua he intentado convencer a la gente conectada con el hospital de que se preocupen menos de su higiene personal y ahorren al máximo las reservas que logran de las lluvias porque sólo este agua tiene garantías de no estar contaminada. Pero no hay forma...", añade.
Ya no hay aviones ni avionetas que enlacen Monrovia con el exterior. El hambre se apodera de toda la ciudad y, junto a las epidemias, corre el riesgo de ser más asesina que la propia guerra.
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