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LAS VENTAS

La verdad de Niño de Leganés

Luis García Niño de Leganés se presentó en Madrid con la verdad de su lidia por delante, protagonizando así uno de los momentos de máximo interés en la alicaída temporada venteña. Es difícil hacer las cosas con tanta honradez y torería chapada a la antigua, sobre todo en esta época de mediocre vulgaridad y uniforme pegapasismo.Las aguas cristalinas de su toreo calaron hondo en los poros más sensibles de los buenos aficionados, que han de conformarse normalmente con beber de los pútridos embalses de las figuritas, incluyendo a esos novilleros que encabezan el escalafón y se niegan a dar la cara en Madrid. Niño de Leganés sorprendió con las muletas más pequeñas que se han visto en muchos años. Con ellas son tan imposibles los ratimagos y el ventajismo como grandes los riesgos.

Palomo / Pauloba, Niño de Leganés, Cristo González

Novillos de Palomo Linares, terciados, flojos y nobles. Luis de Pauloba: silencio en los dos. Niño de Leganés: aviso y ovación; vuelta. Cristo González: palmas; oreja.Plaza de Las Ventas, 6 de julio. Un tercio de entrada.

Pero es que, además, con esas sarguillas cargó siempre la suerte, prendió el celo de sus enemigos -el primero una raspita, como fueron los tres que salieron por delante- y les aplicó también ligazón, pues se quedaba siempre colocado para la siguiente tanda. De su imaginación brotaron dos faenas armoniosas, bellas y plenas de improvisada creatividad, en las que crepitó el más clásico de los artes táuricos, para alegría general del cotarro y jarana particular de sus peñistas.

También alboreó cualidades capotiles, a base de verónicas ganando terreno rematadas en el platillo. Hubo algunas pequeñas imperfecciones, que ya superará si continúa en esa línea, aunque su fallo princial es el pésimo uso de la tizona, lo que le privó de trofeos. Pero el sello de auténtica seriedad y clase que estampó fue de los que tardan en olvidarse.

Estilo amanoletado

Cristo González se lució igualmente con sus armas, que son de otro estilo, más amanoletado y vertical. Comenzó sus faenas con una mezcla de estatuarios y pases del celeste imperio, extrajo redondos y naturales, a compás abiero casi siempre, y se adornó con manoletinas.Paradójicamente, con la enastada cucarachita tercera su labor fue de menos a más, y con el sexto, de presencia justa para Madrid, al revés, con una mayor ración sandunguera, por lo que obtuvo trofeo. En tarde de dignidad profesional, su subalterno Manolo Ortiz se negó a saludar montera en mano por un par de banderillas bien iniciado, pero fatalmente acabado, pues los palos cayeron orejeros.

Pauloba se limitó a dibujarles bellas suertes a sus dos distraídos animales, que parecían pedir sólo que los despenasen. Pero no de la forma barriobajera con que los mechó. Con sus infames bajonazos emborronó esos dibujos.

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