La historia bailable
Hay muy buenos antecedentes de este tipo de obra: Cabalgata, de Noel Coward; Plaza de Oriente, de Calvo Sotelo: una revista de la historia reciente desde un punto de vista mínimo. El primero en explotar la crónica, que había sido silenciosa hasta el nuevo régimen, fue Adolfo Marsillach con su largo y feliz éxito de Yo me apeo en la próxima, ¿y usted? Este Dancing producido por el Condal del Barcelona se apoya en una obra original francesa, Le ball, que tuvo un gran éxito cinematográfico con la película de Ettore Scola del mismo nombre. Un salón de baile modesto -dancing se llamaban, efectivamente, en otros tiempos- en Barcelona: por los personajes que acuden a él, sus trajes y sus bailes pasa la historia desde antes de la II República hasta, digamos, nuestros días.Los creadores van más allá y a veces meten la historia misma, a algunos de sus personajes -doña Carmen, quizá el propio Franco; y Tarancón, y el guardia civil Tejero, y el Rey, y Jordi Pujol-, en el salón. No se habla ningún idioma, como parece ser costumbre en muchas de las grandes compañías catalanas que viajan, aparte de las noticias que da la radio, por si las otras claves no se entienden, también con voces históricas -otra vez Franco-.
Dancing
Dramaturgia y dirección: Helder Costa. Intérpretes: Xavier Capdet, Lluïsa Castell, Núria Fábregas, Luciano Federico, Itziar Fenollar, Pep Ferrer, Rafael Méndez, Toni Mira, Pep Armengol, Alicia Orozco, Vicky Peña, Albert Pérez, Isabel Rocatti, Boris Ruiz, Montse Sánchez, Oriol Tranvía, Rosa Renom. Producción del teatro Condal de Barcelona. Teatro María Guerrero. 4 de julio.
Tiene muchas cosas para gustar el juego de la nostalgia directa, el de la indirecta que sirve para que nos riamos de nosotros mismos al ver la caricatura de cómo fuimos o cómo nuestros antepasados -nos gusta creer que somos superiores a ellos-, el gran gancho de la música característica, las imitaciones de estrellas. Los bailes se realizan con destreza, y los trajes, con la negligencia deseada para que sean, también, un poco cómicos. Trocitos de ternura, de emoción ingenua -la República, la sardana, la guerra civil, su pérdida-, de chiste, los apuntes de tipos... Tal vez demasiadas cosas, tal vez no todas. Hay una falta de ritmo. El ritmo no quiere decir que no se paren nunca, sino que se equilibren los cuadros y los tiempos. El espectáculo se alarga demasiado. No hay tantas sorpresas como para mantener la atención: el juego es uno sólo. Hay, también, una carga política Algunos franquistas o neofranquistas, o de derechas en general, se sintieron molestos por el mal trato. Los que no se atrevieron a irse en la primera parte, se quedaron para patear un poco al final: eran minoría. No veo otras razones para la protesta, porque la obra, como teatro, si tiene defectos, no son de tal fuerza que requieran el rechazo fuerte de nadie. La mayoría se adhirió más a la forma en que está tratada la historia y la política, y aplaudió con mucho entusiasmo, con ovaciones y bravos: hay que atribuir lo también más a la conformidad -con la caricatura que a la excelsitud de su importancia artística; aunque es un trabajo duro, bien hecho, conseguido con esa fuerza de la juventud que no se cansa por nada. Va a estar pocos días y se puede suponer que estará lleno: el aforo se ha reducido unas 300 localidades.
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