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Suasoria

Ahora que las instituciones armadas españolas se han colocado, leal y disciplinadamente, en su lugar constitucional dentro de la vida nacional, creo que la Real Academia Española de la Lengua debería reanudar la tradición de contar entre sus miembros con alguna personalidad del estamento militar que haya demostrado probada dedicación al amplio mundo de las letras. La docta casa contribuiría así a que no haya compartimientos estancos en la sociedad española y a que exista la suficiente elasticidad social para que todos los grupos se sientan solidarios y, como decía el autor de España invertebrada, Ia vida de cada individuo quede en cierta manera multiplicada por la de todos los demás".La única razón evidente para no tomar esa decisión sería porque no existiese nadie de ese colectivo con títulos suficientes en el campo cultural. Pero no es así. Yo señalo uno: el almirante Elíseo Álvarez-Arenas, que desempeñaría en la Academia tan buen papel como lo desempeñaron sus compañeros de armas, el que fue asimismo almirante, don Rafael Estrada, y el contralmirante don Julio Guillén.

¿Qué ha hecho el almirante -dejando aparte, claro, su excelente hoja de servicios profesionales- para merecer esa distinción? Yo lo resumo en esto: un denodado esfuerzo para restablecer en la conciencia del hombre español la condición eminentemente marinera de su tierra. Su primer libro -que tuve el placer de publicar, en 1969, en las Ediciones de la Revista de Occidente- se titulaba El español ante el mar, y el más reciente, publicado por la Editorial Naval en 1987, se denomina Del mar en la historia de España. Entre ellos ha publicado otros libros, amén de varios trabajos y artículos, algunos de éstos aparecidos en este diario. "Un Estado europeo", decía Hegel en cita del almirante, "no puede ser un verdadero Estado si no tiene nexo con el mar. En el mar acontece ( ... ) ese trascender de la vida allende de sí misma. Por eso el principio de la libertad individual ha llegado a ser el principio de la vida de los Estados europeos". El mar -decíamos los editores de su primer libro- imprime carácter a las naciones y, frente a él, surge como antítesis la masa continental. Mar y tierra significan una eterna y perenne discordia coloreando la condición diversa de los pueblos. España, en 1492, comprendió su vocación marinera y, en gran parte por ello, descubrió un mundo nuevo. Pero aquella mentalidad marítima fue transformándose en una mentalidad continental, y el español fue dando la espalda al mar. Y, sin embargo, este giro es grave, a juicio del almirante, "porque el mar no es extemporáneo para toda Europa y, aun imaginando guerras termonucleares, el mar seguirá siendo de decisivo valor estratégico y comercial". Quizá el hallazgo de una nueva relación entre el mar y los españoles pueda contribuir a que España se encuentre a sí misma. Comentarios del mar ausente se titula, poéticamente, uno de los capítulos del libro más reciente de Álvarez-Arenas.

No es casual la predisposición literaria de los marinos de todas las latitudes. Su trabajo profesional suele ser duro e in tenso, pero deja lugar a largas calmas, embarcados o en tierra, que permiten, al que tenga dentro el duende del idioma, el meditar, escribir o contar aventuras. Pierre Loti, con su Ramuntcho, es un ejemplo clásico. ¿A qué se dedicará Elíseo Álvarez

Arenas ahora que le ha llegado la calma inmensa de la jubilación profesional? Pienso que mirará a diversos puntos del horizonte de sus entusiasmos intelectuales: la historia naval, la interpretación de la historia, las ideas y el perfil de los grandes estrategas: Tucídides, Maquiavelo, Vauban, Federico el Grande, Napoleón (a quien tantos mareos proporcionó el mar), Jomini, Clausewitz, Castex, sin olvidar a los filósofos que han pensado sobre la guerra: Aristóteles, Kant, Dilthey, Ortega, Nicol, Glucksman y el más enterado de ellos a este respecto, quizá por o a pesar de su antimilitarismo, Engels, cuyos artículos en The New York Times sobre la guerra de Crimea fueron tan precisos que durante tiempo se atribuyeron al general Winfield Scott. También sé que le atrae, buen conocedor de Ortega y Zubiri como es, el sumirse en la metafísica, mar a veces arbolada. Sería además un valioso auxiliar para la Academia a la hora de definir y completar los complicados y casi desconocidos términos náuticos, algunos de los cuales duermen, desde 1831, en el Diccionario marítimo español que hizo el capitán de fragata don Timoteo O'Scanlan, en espera de ser dignos de ingresar en el de la Academia, dios mayor de todos ellos. Pero esté donde esté, el almirante Álvarez-Arenas seguirá soñando con el mar. Él mismo ha recordado recientemente aquel estremecedor grito de Maragall que, aunque dirigido a Castilla, se amplía por sí mismo a todas las regiones españolas de tierra adentro: "... Castella. / Y está trista, que sols ella / no pot veure els mars llunyans. / ¡Parleu-li del mar, germans!".

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