Lección magistral
Llegó el final del primer tiempo y todos creíamos que sólo había transcurrido un cuarto de hora. Justo a la mitad del segundo periodo, la mayoría exigíamos, por una vez, la disputa de una prórroga. Y, con el balón puesto sobre el punto de penalti, reclamábamos todavía más minutos de juego. Dos horas nos pareció poco. Todos queríamos más. El partido resultó un premio en una competición contra la que veníamos quejándonos por su mezquindad. La República Federal de Alemania e Inglaterra nos brindaron una lección magistral de fútbol. Fue, sin duda, el mejor partido del Mundial.Los dos equipos se dedicaron a jugar al fútbol. Los alemanes, reñidos con el aburrimiento, ofrecieron de nuevo una imagen de equipo pletórico, y los ingleses, despreciados por todos por la vulgaridad que exhibieron en la primera fase, reivindicaron ayer la vistosidad de su fútbol.
Fue, además, un duelo leal. Todos fueron leales consigo mismos y con el rival. No se recurrió a las triquiñuelas que invanden nuestro fútbol de cada día. No se simuló ninguna lesión. Nadie se durmió en la cancha pidiendo la ayuda del masajista. Ningún jugador despreció la disculpa del contrario. Jamás se intentó engañar al árbitro, para que así completara una actuación casi inmaculada.
El partido debería quedar plasmado en un manual de enseñanza para que todos aprendieran cómo se consigue el espectáculo futbolístico.
Los penaltis son siempre una suerte injusta para decidir cualquier confrontación, y en especial, la de ayer. Nadie mereció perder, porque empataron en todo. La suerte se alió finalmente con los alemanes. No puede haber, sin embargo, ningún reproche si tenemos en cuenta que el equipo de Franz Beckenbauer ha sido el que más fútbol ha ofrecido desde el inicio del Mundial. Ha sido el más regular.
El ritmo del encuentro fue tan trepidante que incluso la prórroga no pareció un añadido sino la continuación del propio partido. Inglaterra supo maniatar al trío del Inter (Brehme, Matthäus y Klinsmann) y los alemanes, sin embargo, encontraron alternativas para mantener el partido abierto. El mérito de los ingleses fue precisamente cuajar su mejor partido el día preciso, circunstancia que deja en entredicho las fases de clasificación.
El equilibrio entre dos equipos que salieron a ganar, reivindicando por una vez el sentido del fútbol, fue total. No hubo ni reproches para los técnicos.
Este artículo ha sido reelaborado periodísticamente por Ramón Besa
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