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Ortega como estímulo vital

El autor de este artículo reflexiona sobre la actualidad renovadora de la obra del filósofo español, sobre todo por el poder revitalizante de su racionalismo y por la utilidad para combatir la apatía que domina al hombre contemporáneo.

El conocimiento racional, clasificador, lógico, lleva a la voluptuosa inactividad del cuerpo, a una dulce modorra de la pasividad. Para salir de este letargo o sopor del corazón, releamos a Ortega, cuyo "poder vitamínico" es necesario al hombre, afirma Juan D. García Bacca en Nueve grandes filósofos contemporáneos y sus temas (Editorial Anthropos). Con esa inyección de energía que proporciona vuelve a bullir la vida en nuestra carne seductora, incitante, esplendorosa, y sentimos la tentación de precipitarnos en el abismo de la existencia. Los ensayistas franceses que trabajan actualmente sobre la obra de Ortega, por el contrario, subrayan una racionalidad sistemática frente a las dispersas semillas vivificantes que descubre García Bacca en su filosofía.Sin duda alguna, conocer racionaliza la vida, y el mundo que se ofrece a nuestros ojos lo estratifica en distintos niveles que establecen un conjunto de conexiones entitativas. Lo que hace Ortega es impedir que las categorías lógicas se posen, sedimenten y abrumen la vida, secando su savia riquísima y fecunda. Por ello, a la razón de la vida implanta la vida de la razón: "Yo soy yo y mi circunstancia", y así unifica la subjetividad y la objetividad, nexo dialéctico, armonía problemática, contradictoria. "Yo soy ser y cosa", comenta García Bacca, o, como dijo Heidegger años más tarde que Ortega, "el hombre es Da-sein" (cosa y ser). El problema radica en que es difícil existir como cosa y ser al unísono. Caben dos actitudes: la del racionalista que investiga, sistematiza y ordena el mundo, y la del vitalista, que se entrega a la vida con frenesí báquico, se altera desalterando su sed de vivir, y acaba satisfecho en un reposo inerte.

Ortega rechaza la razón congelada, enfriadora y, también, una vida exaltada, irracional, sin fines objetivos. Las antinomias de la razón vital surgen cuando el hombre se entrega a la circunstancia plural e indeterminada, pues se cosifica y convierte en Objeto puro. Por el contrario, si se humaniza totalmente o piensa demasiado en sí, se desvitaliza y aliena, interiorizándose hasta devenir un fantasma dubitativo, un Hamlet cotidiano. Ortega propone como solución que el sujeto se entregue a sus amores y odios, es decir, necesarias vivencias para hacerse por sí mismo. "Vivir para ser o ser para vivir, base de la ontología subjetiva", afirma García Bacca. Ya no es Dios el ser supremo. "Ahora", contesta Ortega, `el centro del Ser se halla en el sujeto". Por sujeto no entiende el trascendental, cognoscitivo, y dice: "Este sujeto es la vida humana o el hombre como razón vital". El hombre, para realizarse, se enfrenta inevitablemente a lo que no ha creado, y eso con que topa lo denomina Ortega "la contravoluntad".

García Bacca deduce que Ortega se libera del subjetivismo al establecer una distinción entre ser y cosa, porque el hombre no se apodera de ellas para convertirlas en parte de sí mismo. Ortega se apoya siempre en la vida como objetividad creadora, estímulo vital del sujeto, fuente de su energía, "materialismo de su filosoria por ser demasiado de este mundo visible, tangible, material", comenta García Bacca. Pero el sujeto es también una cosa y "se siente maltratado como una cosa entre las demás". Su vida es múltiple, se fragmenta en instintos, pulsiones, impulsos, emociones, pasiones, sentimientos, y se siente perdido entre las cosas hasta que se retira en sí mismo, lo que Ortega llama "ensimismamiento", vida contemplativa en la que crea ideas, pensamientos que son los avatares de su conciencia. De esta clausura en la intimidad nace el concepto "ser del mundo y de las cosas". "Ortega no hace simple ontología descriptiva, sino ontología genética", dice García Bacca. Es por el trabajo, actividad psíquicomaterial, que el hombre realiza el intercambio entre la naturaleza inorgánica y las cosas orgánicas, y crea la realidad humana social del mundo.

La praxis laboral no se puede llevar a cabo sin una reflexión previa que brota del empeño en la radical sumersión en el yo, y por la que el hombre deja de ser cosa entre cosas para constituir la unidad de sus diversidades y de sus componentes orgánicos: "El concepto de ser surge en el hombre en virtud de esa acción vital por excelencia que es ensimismarse, retirarse, en lo posible, de las cosas" (García Bacca). El hombre se clausura para salir más tarde hacia el mundo, y ya fortalecido. En consecuencia, su actividad no es únicamente pensante, se aúna a ella un ser sensible que trabaja con su cuerpo. El hombre es una criatura esencialmente práctica, pues se sitúa en el mundo con el pensamiento y con todo su ser. El pensamiento mismo, decía Althusser, es práctica teórica, acción reflexiva o refleja.

Salir del ensimismamiento para poner nuestras ideas en práctica y realizarnos, es el sentido último de la vida para Ortega, según la original interpretación de García Bacca.

En Vitalidad, alma, espíritu, Ortega define el alma como centro mismo de la individualidad, a diferencia del carácter cósmico, supraindividual del cuerpo y de¡ espíritu. Pero el alma no puede vivir replegada en su convento interior, y sale disparada en múltiples deseos, impulsos y pasiones. El alma es vida misma, por su riqueza vasta y plural. Abandonada a su ardor, el alma excéntrica corre peligro de desintegrarse en una intensa actividad, y necesita ser dominada para que no nos destruya. Aunque tengamos mucho alma y una vida rica, como estamos rodeados de enigmas, sólo el pensamiento puede iluminar la oscuridad de la vida y orientarnos en sus lóbregos vericuetos, en las tensas situaciones problemáticas. Éste es el meollo de la razón vital. Sin embargo, García Bacca interpreta que la lucha entre el hombre y las cosas se supera, en Ortega, por una vuelta del alma a sí misma, después dé su viaje excéntrico, y dice: "La filosofía de la vida no es, por tanto, Ontología". Entonces, ¿qué es la vida?: un valor por sí misma. ¿Para qué vives?: "Vivo para vivir", contesta Ortega. Así la razón se subordina a la vida, es una función de ella misma, un órgano de comprensión para entender lo que vivimos.

La obra de Ortega es un antídoto contra el mal de vivir, esa pesadumbre o depresión crónica que crea el afán posesivo de la sociedad contemporánea.

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