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La independencia de los bancos centrales

La propuesta de creación de un sistema europeo de bancos centrales y la posibilidad de la independencia de éstos respecto de los poderes democráticos lleva al articulista a exponer su opinión de que limitar la capacidad de decisión económica de los Gobiernos, transfiriendo ese poder a instituciones no sometidas a los poderes democráticos, es incompatible con la creación de una sociedad abierta.

La independencia de los bancos centrales respecto a los poderes políticos democráticos se ha vuelto a poner sobre el tapete con la propuesta de creación de un sistema europeo de bancos centrales, dentro del proceso de la unión económica y monetaria que está llevando a cabo la Comunidad Europea. Distintas instituciones comunitarias -Comisión y Parlamento-, así como algunos líderes políticos, han manifestado la necesidad de que dicho banco central europeo esté sometido a un control por parte de los poderes democráticos.La polémica se ha avivado tras las dos recientes y estruendosas victorias del canciller Kohl sobre el Bundesbank en asuntos importantes relacionados con la unidad monetaria alemana, el ritmo de la misma y la paridad a establecer entre los dos marcos. El hecho de que en ambos casos haya imperado un criterio político frente al técnico y que el Bundesbank -paradigma de la independencia de un banco central- haya tenido que aceptarlo, ha hecho tambalear algunas cosas tenidas como principios por algunos.

La teoría que defiende la conveniencia de una absoluta independencia de los bancos centrales en la fijación y consecución de sus objetivos está basada en dos asunciones: la primera, referente a la lucha contra la inflación como objetivo fundamental y casi único de la política económica. La segunda, la defensa de unas reglas objetivas y conocidas como mejor forma de conducir esta política.

Lo que hay tras este planteamiento es una absoluta desconfianza respecto a la capacidad de los, Gobiernos democráticos para tomar las medidas necesarias en la lucha contra la inflación, por el temor a la impopularidad y a las repercusiones electorales negativas. Hay, al respecto, toda una teoría elaborada sobre el ciclo político que determinaría las actuaciones económicas, de los Gobiernos en función de las campañas electorales y no de acuerdo con las necesidades reales de cada momento.

Incompatibilidades

La independencia del banco central sería, pues, una forma de decir que la política monetaria es una cosa demasiado importante corno para dejársela a los políticos. La pretensión es convertir al banco central en una institución con poder autónomo para cumplir sus objetivos monetarios.

Así planteado, y realmente pensamos que es así, parece claro lo inaceptable de una tal pretensión. Limitar y reducir la capacidad de decisión económica de los Gobiernos, transfiriendo ese poder a instituciones autónomas no sometidas a los poderes democráticos, parece incompatible con la creación de una sociedad abierta.

De hecho, los que esto defienden están recuperando una vieja idea tecnocrática, según la cual sólo los expertos están capacitados para llevar adelante las políticas. Hoy es el banco central y la política monetaria, ¿por qué no mañana la política fiscal o de carreteras, o sanitaria? Por otro lado, olvidan que la propia experiencia reciente ha mostrado como rentable políticamente el mantenimiento, por parte de los Gobiernos, de una política económica seria y de rigor, vacunándolos contra supuestas veleidades.

La economía no es una ciencia, y sus análisis están muy sujetos a juicios de valor, lo que suscita discusiones entre los propios expertos. Las decisiones de política económica -que incluye tanto el instrumento monetario como el presupuestario- no son cuestiones técnicas (aunque incorporen aspectos técnicos), sino opciones políticas que una sociedad madura y democrática debe estar en condiciones de adoptar, cambiar y corregir a través del Parlamento y de los Gobiernos representativos.

Errores

Desconfiar de esta capacidad y preferir normas fijas, controladas por poderes autónomos, no es más democrático ni mejor técnicamente, ya que no evita el error, como demuestra la historia de las actuaciones de algunos bancos centrales independientes. Cuando un Gobierno democrático se equivoca, lo acaba pagando en las urnas, pero ¿qué pasa cuando las autoridades de un banco central independiente se equivocan? Y sobre todo, ¿qué les inmuniza frente al error? ¿Por qué los políticos pueden estar influidos por aspiraciones y presiones espúreas frente a la política monetaria y las autoridades de un banco central no?

Cómo limitar la independencia del futuro sistema europeo de bancos centrales a la instrumentación de la política monetaria decidida por los Gobiernos y someter su actuación al mismo control e inspección al que se someten otras entidades públicas en una sociedad democrática, no es dudar de su capacidad técnica o prejuzgar su actuación. Me parece una norma básica de las reglas de funcionamiento de nuestro sistema politico.

Si queremos construir una Europa democrática hay que creer y practicar los principios democráticos a todos los niveles. Y ello significa creer en la capacidad de autogobierno de sus pueblos, con sus errores y aprendizaje, y no someterlos al tutelaje de quien se arroga la capacidad de saber lo que hay que hacer, sin desviarse de ello.

El concepto de déficit democrático está acuñado ya en la Comunidad y se configura como uno de los princiaples problemas en la construcción de la unidad política. Establecer los mecanismos de control y sometimiento del futuro sistema europeo- de bancos centrales a las autoridades democráticas es una forma de reducir dicho déficit.

Jordi Sevilla Segura es técnico comercial y economista del Estado.

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