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TOROS

El reino del bajonazo

Lupi / Pauloba, González, Zamora

Cuatro novillos de José Samuel Pereira Lupi, cuajados y mansos; dos de Miguel Higuero, con trapío, 5º manejable, 6º manso. Luis de Pauloba: metisaca bajo saliendo perseguido (palmas y algunos pitos); estocada corta escandalosamente baja (silencio). Cristo González: pinchazo hondo y descabello (aplausos y también pitos cuando sale al tercio); estocada ladeada (ovación y también algunos pitos cuando sale al tercio). Julián Zamora, de Ciempozuelos (Madrid), nuevo en esta plaza: estocada corta caída (petición minoritaria y vuelta con protestas); pinchazo, media atravesada descaradamente baja y descabello. Plaza de Las Ventas, 17 de jumo. Media entrada.

Don Mariano suele decir que el bajonazo reina desde que prohibieron la venta de botellas de gaseosa en las plazas de toros Don Mariano, vieja guardia de la afición conspicua, tiene memoria histórica. Otros aficionados de la vieja guardia piensan igual, y eso que no lo han comentado entre ellos. En realidad no han comentado nada, pues ni siquiera se conocen. Por ejemplo, a la Tumbacristos, que tiene el abono encima de don Mariano -es decir, en la andanada- y no le ve jamás, nadie le quita de la cabeza que si vendieran en las plazas botellones de gaseosa, ningún diestro se permitiría el desahogo de pegar bajonazos.

En realidad Don Mariano, la Tumbacristos y restantes aficionados de la vieja guardia no echan en falta la gaseosa ni los botellones, pues aquello de que por un bajonazo la emprendiera el público a botellazos era una barbaridad. Mejor estamos ahora, en la paz de los plásticos. Sin embargo también es cierto que, salvo si había toro pregonao en plaza, los diestros procuraban apuntar a las agujas, por si acaso. El miedo guarda la viña. No es como ahora, que les da exactamente igual. Ahora llega al mismísimo coso de Las Ventas un novillero con ínfulas de triunfador, le pega al novillo un sartenazo por las proximidades del brazuelo, y se queda tan ancho; o llega otro arropado de paisanaje que pretende auparle a los gloriosos estratos del olimpo táurico mediante el regalo de una oreja, arrea un sablazo tal cual, y encima va y saluda.

No son los únicos, ni los que más culpa tienen, desde luego. Figurones del toreo que llaman profesionales natos o maestros, hartos están de recibir prebendas orejiles a base de pegar bajonazos y les va tan ricamente en el olimpo. O sea que incurren en responsabilidad, pues los jóvenes aspirantes se deslumbran con profesionalidades, maestrías, olimpos,, y les copian. Copian lo malo, naturalmente. Copian el bajonazo, o copian el pegapasismo y ese toree fuera-cacho que está causando furor. Por copiar, copian hasta dar dos pases de pecho seguidos, cuando el pase de pecho verdadero es una suerte de recurso y despedida. Dar dos pases de pecho equivale a despedirse del vecino diciéndole "Que usted lo pase bien, que usted lo pase bien".

Un aficionado le recordó a Luis de Pauloba (mediante gran voz, faltaría más) la condición de obligado propia del pase de pecho en el momento en que, tras dar uno, preparó otro previos excesivos ringorrangos. El día de su presentación -hace una semana- seguramente lo hubiera dado, ya que gozó novillos boyantes de muchas tragaderas, pero ayer los novillos tendrían lo que fuera, mas, tragaderas, pocas. El primero, manso con avaricia, derribó dos veces, topaba, se distraía a la salida del muletazo y Pauloba le toreó voluntarioso. Al cuarto se empeñó Pauloba en pegarle derechazos, aunque se le quedaba en el centro de la suerte, como si no hubiera pases distintos en el universo de la tauromaquia. Luego vino lo de los bajonazos.

Cristo González dispuso de un primer novillo con manejabilidad suficiente para correrle la mano, y la ponía retrasada, por delante el pico. Acabó dando manoletinas, una manoseada suerte de adorno que tenía desterrada esta plaza y ahora le sabe a nueva. En cambio, al quinto, tardo y soso, Cristo González le obligó con mando, le aguantó con valor, le embarcó con temple y si no cuajó faena lucida se debió al propio deslucimiento de la especie bovina que le tocó obligar, aguantar y templar.

Y Julián Zamora estuvo a punto de cortar una oreja. Cientos de paisanos le acompañaban para su debú en Las Ventas y, aprovechando el viaje, le pidieron la oreja con auténtico frenesí, ante el estupor de la vieja guardia. El novillo de la pretendida oreja sacó genio y Zamora, tras armarse un pequeño barullo en los derechazos, le aguantó pundonoroso por naturales de factura recia., no exquisita ni arrematá, quizá porque utilizaba una muletaza desmesurada para su pequeña estatura, de farragoso manejo.

En el sexto, grande y peligroso, estuvo muy valiente Julián Zamora, se lo pasó por ambos pitones con riesgo de voltereta, la voltereta llegó, y siguió muleteando entre achuchones, pero nadie podrá negar que dio la cara. Ahora bien, con el estoque, no la dio: mechó al novillo por el lateral bajero y después salió a saludar, sin que pasara nada. Los mechadores de toros proliferan tanto que el reino del bajonazo ya empieza a ser imperio.

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