El triunfo del Perú telúrico
La esposa de Fujimori le define como un autoritario "con lógica, que primero te enamora, te convence"
JOSÉ COMAS ENVIADO ESPECIAL Acusaciones de fraude fiscal en la venta de viviendas; de recibir, sin tener derecho a ello, una finca de la reforma agraria; antecedentes penales de algunos de los que entraron en sus listas de candidatos; vinculaciones con el desprestigiado Gobierno del APRA y el presidente Alan García; masiva campaña de prensa y propaganda en su contra; denuncias de su condición de japonés y hasta una miniguerra de religión, desencadenada por la jerarquía católica contra el apoyo que le dieron las sectas protestantes. Este cúmulo de factores no ha sido suficiente para frenar la irresistible ascensión del ingeniero Alberto Fujimori, de 51 años, hijo de japoneses y casado con una hija de japoneses, que el domingo repitió el maremoto de la primera vuelta y ganó de forma arrolladora la presidencia de Perú.
La fecha de nacimiento es toda una premonición. Fujinion nació el 28 de julio, fiesta nacional de Perú, y ese día patriótico, salvo accidente, cumplirá 52 años y asumirá la presidencia. En los días previos a la elección circulaba por Lima la versión de que las Fuerzas Armadas peruanas no podrían soportar la humillación de tener que "rendir honores a un japonés". Como las Fuerzas Armadas reciben una de las actas de cada mesa de votación, se llegó a aventurar la hipótesis de que, ante una elección reñida, los militares inclinarían la balanza en contra de Fujimori. Si estos planes llegaron realmente a existir, el segundo maremoto electoral, desencadenado por Fujimori, los arruinó. Sólo una catástrofe podrá impedir que este japonés por los cuatro costados pero nacido en Perú llegue a la presidencia. Una avalancha de votos, surgida del Perú telúrico, el de millones de seres humanos que luchan por sobrevivir en la llamada economía informal en las calles de Lima; el de los campesinos perdidos por las sierras que no hablan o apenas balbucean español; el de los cholos, negros, chinos, los no blancos; todos esos que forman la inmensa mayoría, encontró en las facciones orientales de Fujimori la esperanza de salir de la miseria.
Cauto y silencioso
La revista Sí, en un perfil del todavía candidato, le definía como cauto, precavido, astuto y silencioso". Sus compañeros de estudios le recuerdan "introvertido y estudioso". Serán sus rasgos orientales que le hacen inescrutable; tal vez sus manifiestas mentiras, o al menos contradicciones; o quizá el aluvión de propaganda lanzado durante la campaña electoral más sucia de la historia peruana, pero no cabe duda de que un halo de misterio rodea a Fujimori.
Para Susana Higuchi, su esposa, es "un hombre completo, muy equilibrado. Es muy amoroso, colaborador, hábil e inteligente". Niega, a medias, que sea autoritario, una imagen que se manifestó en la segunda vuelta: "Si quieres, es autoritario, pero con lógica. Primero te enamora, te convence. Lo hace con sensibilidad, entonces ya no lo sientes como imposición o prepotencia. Te ablanda la mente y luego el corazón, entonces qué te queda". Las palabras de su esposa parecen trasladables a la seducción que Fujimori consiguió imponer al electorado peruano.
La segunda vuelta mostró que no hay un solo Fujimori. Ante los ojos de la opinión pública se produjo una transformación. El jovial chinito de la suerte de hace dos meses se convirtió en un político agresivo, capaz de dar golpes bajos al adversario. En el debate en televisión, Fujimori no vacilé en sacar a relucir acusaciones contra su contrincante, el escritor Mario Vargas Llosa, de que consumía drogas, de haber escrito una novela pornográfica como El elogio de la madrastra, y hasta llegó a ponerle delante a mádres y viudas de los periodistas asesinados en la matanza de Uchruccay, que acusan al escritor de haber elaborado un informe parcial y exculpatorio de los verdaderos culpables.
Ataques
Sus enemigos políticos se esforzaron hasta el final para demostrar que Fujimori estaba inscrito, junto con sus hijos, en el Consulado de Japón y que había viajado con pasaporte japonés. Se esperaba que a última hora apareciese una grabación de hace cinco años en la que el entonces recién electo presidente Atan García decía contar con un asesor muy cualificado sobre temas agrarios, el ingeniero Fujimori.
Nada de esto ocurrió, pero, si se hubiese publicado, lo más seguro es que no hubiese servido de nada. Fujimori es un fenómeno que no se puede medir con categorías de pura sociología electoral. Sobre Fujimori dice el psicoanalista César Rodríguez Rabanal que representa "un nuevo tipo de liderazgo, que parece corresponder mejor a las esperanzas de éxito de tantos peruanos que pueden sentirse más cercanos al ingeniero, al agricultor, al constructor de éxito que habla como ellos, que no es un retórico brillante, porque no debemos olvidar cuán desprestigiada está, felizmente, la retórica vacua".
El futuro presidente de Perú disculpó, como pudo, todas las acusaciones en su contra, pero, aunque no hubiese encontrado excusas, nada habría sido capaz de detener el segundo tsunami (ola que sigue al maremoto). El Perú telúrico, el que está al margen de los medíos de comunicación, estaba con Fujimori.
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