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El signo de la polarización

La polarización en la segunda vuelta de la elección presidencial peruana entre el escritor Mario Vargas Llosa y el ingeniero hijo de japoneses Alberto Fujimori se mantuvo hasta la votación, lo que amenaza al futuro presidente de un país asolado por la crisis económica y el terrorismo.Los gritos a favor y en contra que acompañaron ayer el momento en que Fujimori votó en Lima podrían servir como símbolo de la polarización política (izquierda contra derecha), clasista (ricos contra pobres), racial (blancos contra mestizos) e incluso religiosa (católicos contra protestantes). Esta polarización amenaza aún más la precaria estabilidad de Perú. La desesperación de un pueblo que sufre la crisis y el terrorismo provocó que, en las terceras elecciones presidenciales tras el restablecimiento de la democracia, los electores diesen la espalda a los políticos tradicionales y se volcaran en figuras nuevas y no contamínadas por la vieja política.

Tras el fracaso de la derecha con el presidente Fernando Belaúnde en la primera mitad de los ochenta y del APRA con Alan García en los últimos cinco años, el electorado peruano pareció encontrar en Vargas Llosa la figura digna de confianza.

Durante algún tiempo Vargas Llosa parecía el seguro vencedor, pero sólo consiguió un 27,61 % de votos en la primera vuelta. La alianza con los partidos de la derecha peruana casi destruyó al candidato. En la primera vuelta, Vargas Llosa se presentó como prácticamente secuestrado por la política tradicional y la vieja oligarquía, que sofocó los elementos innovadores del mensaje del escritor. Y en eso llegó Fujimori.

La nueva rigura

El electorado recibió a Fujimori como la nueva figura, no contaminada por la vieja política. El chinito de la suerte, sin programa ni aparato político, reunió un 24,62% de votos que le permitió pasar a la segunda vuelta y disputar la presidencia a un Vargas Llosa que durante una semana estuvo a punto de retirarse.

En los últimos dos meses de campaña el APRA se volcó a favor de Fujimori, con todo el aparato del Estado. La izquierda peruana, desunida y sin rumbo, apoyó a Fujimori como última esperanza para impedir el triunfo de Vargas Llosa, en quien ven la encarnación de la vieja derecha. El 19,17% de votos apristas, más el 11,07% de las diferentes izquierdas, parecían garantizar una cómoda victoria a Fujimori en la segunda vuelta. Poco a poco quedó de manifiesto que Fujimori no tenía ni equipo ni programa y el candidato sorpresa apareció cada vez más implicado con el poder aprista.

La necesidad de diferenciar su mensaje y ofrecerse como alternativa llevó a Fujimori a presentarse como candidato de los pobres, mestizos y desheredados frente a los blancos y los oligarcas. La presencia de las sectas evangélicas entre los grupos que le apoyan provocó una respuesta de la Iglesia católica y desencadenó una miniguerra religiosa. La polarización estaba servida. Es difícil que el vencedor logre el consenso que Perú necesita.

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