Vuelve, Chopera: te perdonamos
En consonancia con los nuevos tiempos, las gentes del toro no aspiran ya a la gloria de los héroes sino al éxito de los banqueros: la interminable isidrada de 1990 está siendo menos una hoguera de las vanidades que una feria de las codicias. La gestión al frente de la Plaza de las Ventas de los Hermanos Lozano -que han sucedido este año a Chopera como concesionarios- parece guiada exclusivamente por los confortables criterios de rentabilidad que les regala el doble mecanismo del monopolio de la oferta taurina para Madrid y de una demanda inelástica resignada a los aumentos de precios y obligada a aceptar las condiciones abusivas del abono por temor a quedarse sin entradas o a tener que pagar sumas exorbitantes en la reventa. Se diría que los Hermanos Lozano han aplicado a su negocio la letra grande de un manual de bolsillo para optimizar beneficios en mercados monopolistas: elevar el precio de la mercancía hasta las nubes y bajar el costo del producto con merma de su calidad. Mientras la facturación a comienzos de abril de los abonos para toda la temporada permitía a la empresa unos interesantes ingresos financieros adicionales, la exclusión de algunas figuras (como Joselito) y la contratación de toreros de agosto para rellenar carteles y suplir ausencias reducía los gastos.Los Hermanos Lozano son una veterana Familia del mundo taurino que aspira ahora a transformarse en Dinastía. La presencia en los ruedos de Fernando Lozano -cuyo tremendo valor le permitió salir el pasado lunes por la puerta grande- apoya sin duda tal pretensión. Pero ese salto, que permitiría enaltecer con hazañas en los ruedos los actuales negocios empresariales y de apoderamiento del clan familiar, resultará difícil de dar. En efecto, para formar una dinastía taurina se necesita algo más que acumular nombres de pila tras un mismo apellido, como ocurre con los abundantes Lozano. Pepe Luis y Manolo se bastaron ellos dos para crear la Dinastía Vázquez, que hoy el joven Pepe Luis aspira con poco éxito a seguir representando en los ruedos.
Es cierto que las grandes dinastías taurinas, como los Bienvenida y los Dominguín, han sido familias numerosas. Cinco hijos del Papa Negro mantuvieron en los carteles la leyenda -de los Bienvenida: Manolo, Pepe, Antonio, Angel Luis y Juanito. El legado del viejo Dominguín fue recogido por sus tres hijos varones (Domingo, Pepe y Luis Miguel) y potenciado, al estilo de los viejos reinos, con el matrimonio de su hija Carmen con Antonio Ordoñez, a su vez heredero de la dinastía rondeña del legendario Cayetano. En la siguiente generación, la dinastia Dominguín sigue presente indirectamente con Curro Vázquez y Paco Alcalde, casados con las dos hijas del excepcional Domingo Dominguín, el taurino más inteligente, generoso y original que dieron los ruedos.
Las escuelas taurinas, en las que ahora se matriculan chicos de barrio con bachillerato superior, han sustituido la vieja pedagogia latifundista del hambre que Juan Belmonte relató magistralmente a su biógrafo Chaves Nogales. Los cambios sociales han erosionado también la fortaleza de las familias rurales y extensas, en beneficio de las familias nucleares y urbanas. Es cierto que también ahora Rafi Camino, Miguel Litri o Julio Aparicio prolongan en los ruedos los ilustres apellidos o apodos de sus padres. Pero esos nuevos toreros, con independencia de su calidad, no están guiados ya por el destino manifiesto de las viejas dinastías.
En cualquier caso, los nuevos empresarios de Madrid todavia no han expiado el grave pecado mortal que cometieron contra la Plaza de las Ventas. Porque nadie puede olvidar que los Hermanos Lozano fueron los muñidores del rabo que el comisario Pangua le regaló a Palomo Linares en una infausta tarde de mayo de 1972. Para valorar en sus justos términos la monstruosidad de aquella cacicada, baste con recordar que Domingo Ortega, Manolete, Antonio Binvenida, Pepe Luis Vázquez, Antonio Ordoñez, Paco Camino y Antoñete forman parte de la larga lista de matadores que lidiaron toros en Madrid y no cortaron rabo desde los tiempos de Marcial Lalanda. No parece que la gestión de los Hermanos Lozano como empresarios les haga merecedores del indulto por ese delito. Antes por el contrario, si las cosas continuasen como hasta ahora, los buenos aficionados terminarían imitando la célebre pintada bonaernese en tiempos de Isabelita Perón (Lanuse, volvé, te perdonamos) y reclamando a gritos el regreso de Chopera.
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