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Crisis de los partidos

A finales del siglo XIX, la oposición de los conservadores y liberales en el Reino Unido y otros países estaba extenuada. Sin embargo, los liberales se convirtieron primero en lib-lab por la aportación de los primeros diputados venidos del movimiento obrero y finalmente en Labour Party. En el transcurso del reciente decenio, asimismo, el Partido Socialdemócrata Alemán, cuya componente sindical se debilitaba, fue renovado con el concurso de ecologistas y pacifistas. En EE UU, por el contrario, es la derecha la que supo renovarse cuando Ronald Reagan dio una expresión política a la moral majority conservadora. La izquierda intentó una renovación similar en el momento de la candidatura de Mc Govern, pero el intento fue prematuro y excesivo, fracasé causando un debilitamiento importante y duradero del Partido Demócrata. Actualmente, el Partido Comunista Italiano intenta realizar una reconversión análoga, indispensable desde que la palabra comunista resulta cada vez más difícil de llevar. En Francia, ni la derecha ni la izquierda han tratado, aunque tampoco han intentado realmente, llevar a cabo esta cura rejuvenecedora, buscando una expresión política para los nuevos movimientos sociales. En la derecha, especialmente, las consecuencias de este retraso son catastróficas. La Unión por la República está dividida en cuanto a la postura a adoptar con respecto al Frente Nacional mientras en la UDF Valéry Giscard d'Estaing se presenta como el más próximo a los temas de Jean-Marie Le Pen, pero se aleja, actuando así, de los centristas, dentro de los cuales hay grandes figuras de antirracismo. El mal acecha también a la izquierda: en un principio parecía ser la defensora de los nuevos movimientos sociales, de las feministas, de todas las minorías y también de las asociaciones de defensa de los derechos del hombre. Ahora bien, en este momento la distancia aumenta entre el PS por un lado y los nuevos movimientos sociales por el otro. Los verdes, que acaban de entrar en la vida política y no quieren fracasar realizando apresuradas alianzas con el Partido Socialista Francés y SOS Racisme, la principal fuerza de lucha contra las reacciones xenófobas o racistas, se sienten cada vez más' alejados de los mensajes tradicionales de la Liga de los Derechos del Hombre, que evocan los grandes principios de la Revolución Francesa, pero tampoco tienen nada que decir sobre el medio ambiente, el paro y el desarrollo de los grupos integristas islámicos. El partido socialista cuenta con la ventaja de no tener que afrontar elecciones parlamentarias hasta 1993, aunque actualmente no se halla en una posición clara para lograr la mayoría en la Asamblea Nacional y es absurdo que continúe recurriendo a la alianza pasiva con el partido comunista que hay en el momento actual. El partido socialista no puede evitar que se inviertan las alianzas. Sin embargo, tendrá dificultades para captar suficientes diputados centristas con el fin de reemplazar los votos comunistas. Por tanto, debe mantener el poder e incluso, para no sufrir un claro retroceso en la opinión pública y en el electorado, recibir sangre joven de los nuevos movimientos sociales.Este problema no se plantea en España, donde el PSOE puede dormir tranquilo hasta que muera el último franquista, ya que la derecha ha estado muy comprometida con la dictadura para tener credibilidad y Suárez ha fracasado en su intento neopopulista.

Sin embargo, ningún partido de izquierda puede contentarse con reemplazar a un socialismo envejecido por un programa de modernización económica ni siquiera en España, donde este objetivo es a la vez de importancia prioritaria y a punto de ser alcanzado. Es necesario también, para evitar la ruptura entre Gobierno y opinión pública, y, por tanto, para que la democracia sea representativa, lograr que los partidos políticos sean la expresión de las importantes reivindicaciones sociales.

Marx y otros, a lo largo de todo el siglo XIX, han librado una dura batalla contra aquello que el primero llamaba "la ilusión política". No fue fácil convencer a un mundo de abogados que en lo sucesivo la vida política debía organizarse en torno a la producción y el trabajo. ¿No nos encontramos en una situación parecida? Es dificil hacer comprender a un mundo de economistas y sindicalistas que ha nacido una "generación moral" y que los derechos del individuo, el respeto al medio ambiente y el concepto de identidad nacional provocan actualmente más pasiones, sobre todo en la juventud, que las negociaciones colectivas o la lucha contra la inflación. No por el hecho de que estos problemas se consideren poco importantes, sino todo lo contrario, porque se han convertido en el objetivo de un consenso tan amplio que parecen salir del mundo político para entrar en el de la administración y la técnica. De los viejos problemas a los nuevos, la distancia es tan grande como la que existía entre la libertad política y la justicia social a mediados del siglo XIX. Creíamos que todo se ordenaba alrededor de la economía y que la sociedad no era más que su apéndice: todas las consecuencias de la forma de producción, de intercambio y de distribución. Ahora descubrimos que los problemas sociales, los más candentes, están muy lejos de la economía, ya que, por un lado, se refieren a la persona rodeada de técnicas, a veces liberada por ellas, otras aplastada por su lógica impersonal; por el otro, las relaciones de los seres humanos con su entorno; y por último, entre los dos, las relaciones entre el norte rico y poco habitado y el sur pobre y superpoblado, lo que empuja hacia el norte a los inmigrantes del sur y crea grandes problemas de integración de los recién llegados a los orígenes culturales y sociales cada vez más lejanos.

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En el momento en que estos nuevos problemas sociales se convierten en urgentes, los problemas de la economía parecen despolitizarse. En EE UU y también en Alemania o en Italia, el banco emisor ejerce una influencia decisiva en la economía, lo que todavía no sucede en Francia, donde el gobernador del Banco de Francia es un subordinado del ministro de Finanzas. No obstante, en todas partes los expertos desempeñan un papel de creciente importancia en una economía cada vez más internacionalizada ya sea por el desarrollo de los mercados mundiales o por el fortalecimiento de la intervención de la Comunidad Europea.

La idea socialista se debilita porque hacía depender el progreso social de las transformaciones de la economía, del crecimiento de la producción y de la eliminación de las crisis del capitalismo. En este momento tenemos necesidad de una visión verdaderamente social y cultural de la sociedad. Y la opinión pública se halla en efecto surcada por grandes movimientos, debates y propuestas sobre temas fundamentales como la lucha contra la deserción escolar, la humanización de los hospitales, la integración de los in-

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Alain Touraine es sociólogo. Traducción: C. Scavino.

Crisis de los partidos

Viene de la página anteriormigrados, la igualdad real de la mujer con el hombre, prevenir la soledad de los ancianos, la lucha contra la droga y muchos otros. No obstante, en todos los países occidentales la distancia se ha acrecentado entre el mundo político -algunos dicen nuevamente, como a finales del siglo XIX, la clase política- y la opinión pública. La televisión, la radio y los periódicos son más receptivos que el Parlamento a los nuevos problemas. ¿Pueden los italianos apasionarse por las alianzas entre sus partidos en una vida política donde aquellos que se increpan en público se encuentran instantes más tarde para administrar ciudades o regiones? ¿Cómo pueden los franceses, que tienen una larga y peligrosa tradición de antiparlamentarismo,, creer en sus partidos, que cambian de política más rápida mente que de discurso y que sólo se entienden para ocultar los medios ilegales de su propia financiación y proteger a las ovejas negras que hay entre ellos? La situación más extrema es la de EE UU, donde los partidos políticos prácticamente desaparecen entre los periodos electorales y donde nadie sabe qué es lo que opone a republicanos y demócratas, de manera que la vida política se reduce al presidente, a su política internacional y a la imagen que de sí mismo da a la prensa. Era indispensable que la vida política perdiera sus viejos hábitos, que no tuviera ideología , que se hiciera más pragmática. Sin embargo, esto no puede ser más que una etapa de transición bastante breve por que el precio de este realismo es una gestión a corto plazo, una ruptura con la opinión pública y esta crisis de imagen política que los analistas observan en todas partes. Es preciso reconstruir la política tal como lo hicimos a finales del siglo XIX, cuando se crearon los partidos socialistas o socialdemócratas y que respondían a la ascensión del sindicalismo. Necesitamos nuevos partidos demócratas que defiendan la libertad y la hagan avanzar en campos nuevos. Ésta ha logrado introducirse, en primer lugar, en la vida territorial; después, no sin dificultades y límites, en la vida profesional. Ahora debe entrar en el colegio, el hospital, la televisión, que no sólo son instituciones especializadas: son los lugares donde se elige la cultura de un país y donde se transforma la personalidad de sus ciudadanos.

El comunismo se derrumba prácticamente en todas partes, el camino está libre: la prosperidad vuelve y la guerra no nos amenaza. Es ahora o nunca cuando debemos transformar nuestra vida política; de lo contrario, ésta se disgregará y nuestros países ya no serán más que lugares de producción y venta dirigidos por empresas y bancos internacionales.

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