No es oro todo lo que reluce
La verdad, la verdad, es que la simple y superficial contemplación de los carteles de esta feria del pobre San Isidro, si no deja al aficionado perplejo, maltrecho le deja. Y si piensa en los dineros que le cuesta sentase en la variopinta y dura piedra de la plaza de toros de Las Ventas delEspíritu Santo, que aquí ropamos con la Iglesia y sus figuras a cada momento, si piensa en los billetes de curso legal -repito-, las carnes se le abren sin necesidad de pasar por el desolladero.No quiero citar ningún nombre de los que se apuntan en los programas de mano, con ánimo despectivo o tan siquiera crítico, porque para mítodo el que se viste de torero merece un grandísimo respeto, pero no hay más remedio que reconocer -sin que la nostalgia se coma almohadilla alguna- que hemos perdido peso y seguramente arte y maestría. Y ya es perder.
La risa va por barrios, y la historia del toreo -y de los toreros- no iba a ser excepción. Ahora, no cabe la menor duda, estamos metidos en lo que se llama un bache, en una época gris y mediocre en la que escasean los talentos, y digo escasean porquealguno queda en la arena.
Sin necesidad de remontarnos a los tiempos de Lagartijo y Frascuelo, ni siquiera a los de Belmonte y José, a la riquísima generación de la anteguerra o de la posguerra, con Manuel Rodríguez. Manolete de indiscutible jefe de filas, sino mucho más cerca, a los años sesenta, la comparación hace temblar los mismísimos cimientos de la noble señora domiciliada en Las Ventas delEspíritu Santo.
Tiempos
En aquellos tiempos -bastante cercanos- se vestían de luces unos jóvenes llamados Paco Camino, Diego Puerta, Gregorio Sánchez, Santiago Martín El Viti y, un poquito después, Andrés Vázquez, un tal Antonio Chenel Antoñete, un chico que iba a salir más de una vez por la Puerta de Madrid, al que decían -y por muchos años digan- Romero, de cariño Curro, y otro que venía a indignar a lo más conspicuo de la afición, Benítez, de apodo El Cordobés, y ahí estaban aguantando a los recién llegados Julio Aparicio, Jaime Ostos, Victoriano Valencia, Manolo Vázquez y Antonio Ordóñez, y más allá los viejos y achacosos Antonio Bienvenida y Luis Miguel Dominguín, y de cuando en cuando uno del Sur que mataba como dios y que atendía por el taurino nombre de Rafael Ortega.
Con tantos reyes, treses de copas o incluso ases de espadas, la verdad es que confeccionar un cartel no resultaba difícil.
Ahora es muy distinto, y por dos razones: bien claro está que no es oro todo lo que reluce y que a veces ni siquiera es plata, y bien claro está que muchos de los que se llaman figuras del toreono dan la cara en Madrid porque les falta torería y lo que hay que tener, además de confianza en sí mismos y soberbia, que siempre es imprescindible en esto de los toros a condición de que se emplee frete a los toros, animales de testuz velluda, patas negras y defednsas buidas, y no en los despachos o en las tertulias de partidarios.
Aunque es cierto que estas mañas también se jugaban en los años sesenta, que ahora mentamos como si en ellos se hubiera descubierto la pólvora china.
Según cuenta las crónicas, el toreo tenía en la antigüedad mucho de romántico, y no me refiero a la escuela literaria de la primera mitad del siglo XIX, sino al tipo sentimental, generoso, inclusosoñador, siempre desprendido y muchas veces altanero, que por sos tenerla se jugaba un cuarto a espadas. He oído decir que José Gómez Gallito, se echó a llorar al enterarse de que le presentaban en Madrid -tenía entonces 16 años- con una novillada más bien comodita, y que exigió una corrida de toros para vérselas con el público de esta gloriosa Villa y con las tripas de su torería. También me han contado que Pepe y Antonio Bienvenida fueron a la cárcel por negarse a matar una corrida descablada, en vez de seis miuras anunciados.
Ahora otros me cuntan que Miguel Báez, Litri, y un chico que el año pasado salió por la Puerta Grande, al que tambiénllaman Joselito, no están en los carteles porque querían torear -y ya es mala pata- la corrida que todos los toreros ansiaban y porque dicen qued las demás no ofrecen garantías. También me han dicho que hay un prometedor y reciente matador de toros, de glorioso apellido, que aún no está para venir a Madrid, pero curiosamente está para tomar la alternativa en Sevilla, y que otro más modesto tampoco tiene valor de ceñirse el capote de paso en la plaza de Madrid, y que la empresa ha dedsdeñado a un torero sevillano que renace y a otros que merecen estar en los carteles de esa feria.
Feria aguada
Todo esto puede ser mentira o exageración, o inclso interpretaciones tendenciosas, pero lo cierto es que al público de Madrid se le orece una feria aguada y que entre los toreros de hoy en día no hay uno capaz de clavar la espada de verdad, y no la de madera, en los medios de Las Ventas del Espíritu Santo y decir "señor empresario, écheme usted seis toros de bandera, y señores compañeros, salgan a medírselas conmigo, que a mí no me importan sus nombres". Aunque alguno luego toree la corrida de Beneficiencia o la de la Prensa o incluso la televisen.
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