Experiencias del subsuelo
Son las 8.15, nos encontramos en el andén de una estación cualquiera de la línea 7 del Metro de Madrid. Pasan bastantes minutos y no aparece ningún convoy en ninguna dirección. Los presuntos viajeros nos vamos amontonando en el andén.Han pasado ocho minutos desde la llegada de este testigo cuando un tren absolutamente abarrotado se detiene delante de nosotros como diciendo: "Son lentejas...", unos optamos por intentar meternos y otros, quizá más estoicos, desisten del intento. De forma indigna nos transportan hasta Avenida de América, donde gracias a un perfecto estudio del tráfico convergemos y nos cruzamos usuarios de cinco líneas diferentes. Los pasillos ofrecen ambiente de posguerra pese a la dignidad y paciencia de que hace gala la mayoría de las víctimas de la situación.
Nueva espera de 10 minutos en el nuevo andén, con los mismos resultados anteriores, excepto que ahora, más apremiados por la hora, casi todos los que colapsan el estrecho lugar de espera intentan subirse a un tren en el que ya no cabe un alma (y mucho menos un cuerpo).
Ahora la situación es más grave, varias personas resultan atrapadas al cerrarse las puertas. Hay algunos gritos y mucho revuelo; se oyen insultos fuertes hacia la Compañía del Metropolitano y más de uno decide salir a la calle e intentar coger un taxi, o llegar andando al puesto de trabajo. Yo, una vez relajado y dando por asumido que ficho en rojo, busco la oficina de un jefe de estación para presentar una reclamación. ¡No hay ninguno!, ya que la compañía tiende a suprimirlos.
Es importante destacar que la experiencia no corresponde a un día excepcional, y que yo la he vivido varias veces gracias a que asesorado por la publicidad oficial esperaba encontrar en el transporte público un relax a la situación de estrés que me produce el uso de mi coche para ir a trabajar.-
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