Saltar sin red
Las elecciones en Polonia, Checoslovaquia, Hungría y la RDA nos están apuntando un panorama para el proceso de democratización en el Este, dentro del cual la hegemonía va a corresponder de forma muy clara al centro-derecha. Se produce así un drástico movimiento pendular, del forzado socialismo real, en el que lo que había de socialismo no era real y lo que era real no era socialista, hacia el liberalismo o la democracia cristiana.Es fácil de entender como reacción: el clima mayoritario es contrario a esa falsa seguridad que imponían los regímenes caídos, y todo el mundo apuesta por los riesgos de la libertad. La socialdemocracia aparece desacreditada por su parentesco más o menos remoto con el viejo colectivismo, parentesco que han venido a reforzar involuntariamente los reformistas al cambiar sus siglas y reconvertirse de comunistas en socialistas o socialdemócratas. Puede que se aprecie su esfuerzo reformador, pero aun en el mejor de los casos se considera que deben probar su talante democrático purificándose en el purgatorio de la oposición. Y no es seguro, entre paréntesis, que sobrevivan todos a la prueba.
El resultado es paradójico: los pueblos del Este confían la tarea de realizar el ajuste económico a fuerzas políticas de corte relativamente conservador, exponiéndose a que se adopten medidas neoliberales sin el colchón que podrían ofrecer otras fuerzas vocacionalmente más próximas al principio de solidaridad y a la creación o el mantenimiento de un cierto Estado de bienestar. El enfermo elige cirugía mayor y sin ningún tipo de anestesia: ¿masoquismo o inconsciencia?
Probablemente la clave sea un cálculo muy realista: para cortar con las viejas inercias burocráticas e introducir las reformas económicas necesarias pueden ser más conflables políticos que no tengan ninguna vinculación con las formas pasadas de gestionar la economía o de proteger a la sociedad. Es posible que para los comunistas reconvertidos, por irtuy puro que sea su talante, se hiciera mucho más diricil cortar por lo sano con el viejo sisterna, dejar morir a las empresas no rentables, admitir sin paliativos la existencia de paro, dejar funcionar al mercado sin intervenciones paternalistas. Dicho de otra forma: si hay que operar, mejor que el cirujano no sea pariente del enfermo.
A esto se une la imagen de que la derecha es la que ha creado una vía de salida a la crisis en Occidente. Una experiencia como la española podría servir de contraste, pero ya que los comunistas españoles repiten a quien quiere oírles que el socialismo español ha llevado a cabo una política neoliberal, no hay por qué andarse con rodeos: adelante con el neoliberalismo y salgamos de una vez de la crisis. Así vemos cómo, en el momento en que la marea parece favorecer al SPD en la RFA, el centro-derecha se impone en la RDA, con lo que, más allá del cambio del marco, de la estabilidad de las fronteras o de los mecanismos constitucionales, la gran incógnita de la previsible Alemania unificada es saber quién llegará a gobernarla en los próximos años.Los comunistas occidentales se hacen cruces ante el espejismo consumista y la mercadolatría que han invadido el Este, y dicen que esos ingenuos salvajes tendrán que descubrir a su costa los defectos del capitalismo occidental. Pero es probable que las cosas no vayan por ahí: si estos países pudieran copiar literalmente el capitalismo occidental (el desarrollado, se entiende), lo más verosímil es que consideraran cuestión menor sus defectos, y que se sintieran sobradamente compensados por sus virtudes. El riesgo de paro puede que no sea un factor de disuasión importante para poblaciones que han vivido más de 40 años bajo la mentira colectiva ("ellos fingen que nos pagan y nosotros fingimos que trabajamos").
El problema, naturalmente, es que los milagros no existen, y que para llegar al capitalismo desarrollado puede ser necesario (incluso en el mejor de los casos) un ajuste muy largo y duro, en el que el precio de la libertad sea una inseguridad que hoy no existe en los países occidentales. Porque Thatcher puede haberse esforzado en recortar el Estado de bienestar y haber empeorado la situación social en el Reino Unido, pero la UB-40 sigue existiendo, y hasta donde se sabe no se ha abolido el Servicio Nacional de Salud. ¿Qué va a pasar en cambio en el Este, donde el paro, es algo imprevisto y donde el Estado puede ser incapaz de mantener los servicios públicos en una situación de práctica quiebra? ¿Va a permitir el apoyo occidental paliar los desastres sociales traídos por el ajuste? Cabe al menos dudarlo.
Puede suceder entonces que el actual entusiasmo por la libertad deba dejar paso en él Este, y a corto plazo, a un nuevo acento en la seguridad, en la solidaridad organizada públicamente. El socialismo democrático no es fruto de la imaginación de ningún pensador, sino de la necesidad práctica, y sentida por una gran mayoría, de combinar libertad y seguridad. De acuerdo, el mercado exige capacidad de riesgo, pero si hay que hacer equilibrios, mejor hacerlos con red. Por eso se creó el Estado de bienestar, y, pese a los extremos ideológicos de la revolución neoconservadora, por eso sobrevive con Gobiernos de derecha y de izquierda en los países desarrollados.
El capitalismo occidental ha soportado la crisis, el ajuste y el paro gracias al Estado de bienestar, incluso en países semidesarrollados como España. El problema es saber cómo podrá superar el Este la misma prueba sin instituciones similares: la cobertura del desempleo puede que sea el punto crucial. Y así, o el centro-derecha asume como tarea propia la creación de una cierta seguridad para quienes pierdan en el juego del mercado o en pocos años el péndulo oscilará nuevamente en el Este y la mayoría descubrirá que la socialdemocracia no es sólo el uniforme de camuflaje de los comunistas reformistas, sino un modelo de sociedad que ha resultado ser el menos malo de los conocidos.
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