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UNA NUEVA EUROPA

Escarbando tumbas en Rumanía

Los campesinos recuperan la tierra donde Ceaucescu sepultó sus casas

Berna González Harbour

Una mujer descarga la azada sobre unas tierras pétreas, Una y otra vez bate y golpea, y rebusca entre hierbas. De pronto asoma un tubo, un pedazo de uralita. Lo encontró: un pozo de agua, su pozo. A 60 centímetros de la superficie, cubiertos dos años por tierra sin cosechar, están los restos de su hogar: estaba escarbando en su tumba. Los campesinos de Rumanía recuperan hoy las tierras en las que Ceaucescu sepultó sus casas.

"Es mío, es mío", grita la señora una anciana campesina de Otopeni, al rescatar ese viejo agujero que durante tantas décadas le procuró el agua. Vasilica Dogaru ha corrido en los días anteriores a cercar su propiedad. Una cuerda fina separa sus pocas hectáreas del resto. "Nadie me lo volverá a quitar".Y nadie se lo va a quitar. Porque si alguien ha salido ganando de la revolución, ése es el campesino. Una de las primeras medidas del nuevo Gobierno rumano fue poner fin al plan de sistematización. Nicolae Ceaucescu pretendía con él desmontar 8.000 aldeas y reconvertirlas en centros agroindustriales racionalizados, sistematizados, socializados, bien planificados. Muy en la línea de su megalomanía permanente, derribar las viejas casas, las iglesias, los más antiguos edificios y construir bloques de apartamentos prefabricados. En pocas palabras, cortar la historia por su raíz y empezar la suya propia: la que él mismo llamaba la era del socialismo, multilateralmente desarrollado.

El plan, iniciado en 1982, adquirió mayor impulso en los últimos años. En ellos procedió a la destrucción del viejo centro de Bucarest. Con él cayó un hospital centenario, hogares de eras pasadas y cuanta capilla cristiana se encontrarán los tractores oruga a su paso. A cambio, edificó el centro cívico, un coloso mastodóntico en el más puro estilo de la arquitectura socialista.

Gente como Vasilica, que volvió un buen día de pasear a sus cabras y se encontró un montón de escombros por vivienda, se vio obligada a recluirse en las nuevas garsonieras, los bloques de apartamentos sórdidos y funcionales.

"Cuando vi todas aquellas apisonadoras destruyendo mi casa, simplemente me desmayé", cuenta. Después de recuperarse, cogió a su marido (Giorge, de 70 años), las cabras, gallinas y patos y se fue a montar la granja en la villa designada.

Y he aquí la villa. Se llama Balotesti. En el bloque P-3, según se entra, a la derecha, afina y desafina un ejército de bestias raquíticas, graznidos, balidos y mugidos de animales encerrados entre cuatro alambres mal puestos, improvisados en un patio que, en cualquier barrio normal, estaría destinado a los columpios.

Fuego en los balcones

"Es lo único que nos pudimos traer. El resto, los muebles, todo lo destruyeron", dice Marioara vecina del lugar. Lo peor no es el olor a piel de patata almacenada para el cerdo. Lo peor es que no hay calefacción ni apenas agua. "Es más, nos entregaron las casas sin puertas, ni ventanas ni nada. Enionces, antes de la revolución, teníamos que hacer fuego en los balcones para entrar en calor y poder cocinar". Porque entonces, cuando se acababa la bombona, había que esperar indefinidaniente el recambio.

¿Y qué, supuso para el pueblo el fin de la dictadura? En Balo tesú los vecinos echaron al alcal de, tomó el poder el vicealcalde y empezaron a desmontar lo desmontado. "Lo primero fue encontrar el plan de sistematización para saber bien qué le correspondía a cada vecino", cuenta Virginia, primera secretaria del Ayuntamiento. Y, después, el abastecimiento. "Tuvimos que cerrar el molino oficial ante la mala calidad del pan y buscar contratos privados. Con panaderos privados, que surgieron a montones. Después, hablar con la empresa de energía para que no faltara jamás butano y gasolina. Ahora el abastecimiento está bien, pues en realidad había, pero no nos lo daban, se lo que daban ellos". Otro de sus pasos es negociar con constructoras la edificación de un complejo turístico en torno a sus aguas termales. En fin, el desarrollo.

Queda aún por discernir el régimen de devolución de las tierras. Las Cortes Constituyentes resultantes de las elecciones del próximo 20 de mayo decidirán si se privatiza por completo o se busca una fórmula mixta. Lo único claro por el momento es que en el campo ganará el Frente de Salvación Nacional. "Nos ha dado pan, gasolina, carne, tierras, todo. Ceaucescu es muy bueno", dice Marin. "¿Cómo?", gritan asustados los presentes. "Iliescu, Iliescu", rectifica el primero.

El rey tartamudo

Corre entre los pueblos rumanos un extraño rumor: un farsante ha suplantado al verdadero rey Miguel. El nuevo, el falso, aquel que está intentando regresar desde su exilio en Ginebra, no tartamudea. El verdadero, sí.Los viejos aldeanos dicen recordar los tiempos en que el rey era rey. "Era muy popular, y tartamudo", dice un campesino, "pero el de ahora no tartamudea". Según la leyenda, alguno de los hijos ¡legítimos de Carol, segundo padre del rey Miguel, habría suplantado al verdadero. Quién sabe de dónde vendrá ese cuento de tan dudosa procedencia, pero lo cierto es que décadas de censura no pasan en balde ni siquiera para los habitantes que vivieron otras épocas.

En estos pueblos rumanos, los viejos, que afirman tener buen recuerdo del rey, creen que éste quiere venir tan sólo para recuperar sus tierras: "Yo no quiero que vuelva porque nos va a quitar de nuevo el campo", manifiesta Marín. ¿Y si no viniera a quitarles nada? ¿Y si sólo quisiera reinar? "Es imposible, no me lo creo, un rey no puede vivir sin tierras", concluye.

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

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