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Tribuna:MÉXICO, REFORMANDO AL ESTADO / 2
Tribuna
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Las razones exteriores

El ensanchamiento del papel del Estado en todos los ámbitos de la vida social, indispensable en el período de reconstrucción, en el despegue industrial y en la promoción de la organización de la sociedad, dejó de ser útil para tornarse crecientemente en un obstáculo de la dinámica que su propia acción generó. Así también, cada vez fue menos capaz para atender sus responsabilidades constitucionales y para promover justicia y desarrollo. En una palabra, reitero que la reforma del Estado entraña volver al espíritu original de la Constitución de 1917, concluir un proceso de formación del Estado menos social y más propietario y dar principio al Estado más social por responsabilidad compartida, con un firme compromiso de justicia y democracia. No se puede argumentar que el constituyente de Querétaro -y aun el de 1857- concibió un Estado patemalista o sustitutivo de la iniciativa social, ni tampoco un Estado guardián, mínimo, sin compromisos sociales.Los ideales de los constituyentes del 17 guardan vigencia y perduran porque definieron propósitos y no instrumentos rígidos, pórque garantizaron derechos individuales y colectivos y no dogmas para condiciones que no podían siquiera imaginar. El Estado -propusieron- es la organización política de la nación para defender su soberanía, su capacidad de autogobierno; es su garante de libertades y el promotor del interés general. Hicieron del Estado un instrumento de la reforma de la economía, siendo responsable por aquello que la nación retendría bajo su dominio "necesario para el desarrollo social". La condición de necesidad inherente a ello es, sin duda, relativa a la circunstancia que enfrenta, y, en consecuencia, no puede ser igual en toda situación ni en todo tiempo. Por eso sería injustificado suponer en los constituyentes la creencia en el dictum de más Estado, sin importar que tan ineficiente e injusto sea o que tan débil se muestre para defender la soberanía ante los retos que presenta el mundo hoy. Desde luego, los constituyentes tampoco concibieron un estado evasor de responsabilidades, en retirada, ciego al interés general, por eficiente que fuese en la huida. Determinaron un Estado con la fortaleza suficiente para defender soberanía y promover justicia, respetando la libertad. Nos legaron la responsabilidad, irrenunciable a cada generación, de ver en cada circunstancia los instrumentos para que sus objetivos se cumplan.

En México la reforma del Estado es un proceso con características propias, motivado por razones internas, que, sin embargo, atiende lo que sucede en el mundo. Lo que acontece fuera de nuestras fronteras no ha sido ni puede ser hoy ajeno. Su impacto, aprendido duramente en las pasadas dos décadas, condiciona -que no sustituye- las perspectivas de enfrentar los retos internos. Hay por ello reconocimiento de los cambios profundos que han venido ocurriendo en otras naciones y en la interacción entre países y agentes internacionales. Buscamos aprovechar las oportunidades que se abren a nuestro paso y anticiparnos a los efectos que puedan tener sobre la realización de nuestras aspiraciones. Lo más importante es que actuemos ante el cambio internacional para responder mejor a nuestros compatriotas.

Razones del cambio

Pero este reconocimiento no sustituye las razones profundas del cambio que México necesita para vencer viejos rezagos, para realizar objetivos y aspiraciones compartidos. Sabemos hoy, como ayer, que nuestro proyecto es ser una nación soberana, libre, democrática y, sobre todo, justa. Las circunstancias y lo que requiere su realización han cambiado mucho, y, sobre todo, no puede aislarse de la transformación mundial sin graves y, para muchas naciones, fatales consecuencias. Lograremos los objetivos nacionales en el mundo interdependiente de hoy, no fuera de él. En un mundo de cambios relativamente lentos y concentrados en regiones específicas, la presión por el cambio para la competencia y la viabilidad era menos apremiante. La gran transformación mundial que vivimos implica un sentido de urgencia porque eleva los riesgos a nuestro proyecto, pero también abre oportunidades muy amplias si nos preparamos para aprovecharlas y si nuestro esfuerzo es corresponsable en su logro.

La globalización de la economía, una revolución en la ciencia y la tecnología de alcances todavía inimaginables y la formación de nuevos centros de financiamiento mundial y de nuevos bloques económicos Imponen una competencia más intensa por los mercados. Éstos son hechos que por su hondura y magnitud replantean el arreglo conceptual y práctico en el que las naciones producen, íntercambian y estructuran la lucha misma por el poder del Estado. Los términos de convivencia, los hábitos y las costumbres se ven alterados desde el hogar, la fábrica y la escuela hasta los centros de decisión públicos y privados.

La gran transformación mundial que está en marcha no sabe de fronteras ni acredita credos ideológicos o formas preestablecidas de existencia. Por fascinantes que han sido los cambios en Europa del Este y aun en nuestra América Latina, no olvidemos que las naciones industrializadas de Occidente viven igualmente una transformación también profunda en el papel del Estado, en su capacidad de competir y en sus prácticas políticas. El cambio mundial pone en tela de juicio a toda nigidez y a los dogmas que no permiten ajustes en la escala y a la velocidad requeridos. La realidad, encontramos de nuevo, sorprende a la imaginación más febril, en tanto que el ritmo de los pueblos supera la más ciudadosa predicción. Nadie tiene asegurado el futuro y la indecisión afectaría por igual a las naciones que ignoren el cambio o lo cambien todo más rápido de lo que pueden y desean sus pueblos.

De este modo, la reforma del Estado debe responder al cambio que demanda el bienestar de la población a la vez que debe ser adecuada para la efectiva defensa de la soberanía de la nación en las condiciones de la gran transformacíón mundial. Las circunstancias de hoy, tanto internas como internacionales, precisan de nuevas estrateglas y, sobre todo, una actitud estatal distinta frente a la sociedad, sus grupos y los ciudadanos.

Carlos Salinas de Gortari es presidente de México.

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