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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un montaje duro y sombrío

¿Por qué Chéjov? ¿Por qué Les tres germanes? En La hora de Chéjov, un artículo de Jaime Gil de Biedma, publicado en 1979, Jaime decía que "la experiencia fundamental de los [personajes] chejovianos es la de la irremediable frustración, del perpetuo quiero y no puedo". Y el escritor se explicaba el repentino interés por Chéjov que se vivía en los escenarios catalanes de aquellos años por la similitud que existía entre la sociedad española, "desde el fin de la guerra napoleónica hasta el reciente fin de la posguerra franquista", y la de la Rusia de Chéjov. "Ese mismo despotismo", escribía Jaime, "que empezó por inculcarles [a los chejovianos] sus anhelos de ilustración, de cultura francesa, de responsabilidad social y de plenitud en la realización individual, les ha negado siempre la más mínima posibilidad de proyectarlos en su vida verdadera, en la de todos los días". Igual que ocurrió en España.Transcurridos 11 años, me resulta difícil deshacerme de aquella sensación de frustración compartida al ver la soledad que aguarda a las tres hermanas, y más cuando esas tres criaturas se expresan en catalán, el catalán de Joan Oliver Tal vez ello se deba a un vicio de viejo espectador, aunque lo más sensato sería atribuirlo a que en el teatro de Chéjov hay pasado y futuro, un futuro incierto, pero no hay presente.

Les tres germanes

De Chejov. Traducción: Joan Oliver. Intérpretes: Abel Folk, Marta Angelat, Victòria Peña, Sílvia Munt, Laura Conejero, Jordi Tarrida, Jaume Comas, Pep Munné, Pere Eugeni Font, Josep Minguell, Romà Sánchez, Oscar Intente, Lluís Torner y Conxita Bardem. Escenografía: Denis Fruchaud. Vestuario: Christian Gasc. Iluminación: Alain Poisson. Dirección: Pierre Romans. Teatre Poliorama. Barcelona, 5 de abril.

La obra de Chéjov se inicia en el salón de los Prozorov, un salón con columnas, tras las cuales se ve el comedor, con la mesa preparada para el almuerzo de cumpleaños de Irina, la hermana pequeña. En la escenografía de Fruchaud no vemos el comedor: toda la obra transcurre en el salón. Así pues, vamos a ver, a intuir parte de la obra desde atrás, del mismo modo que no vamos a ver la habitación que Olga comparte con Irina en él tercer acto, ni el jardín que rodea la casa en el cuarto. Eso, en una obra de atmósfera, presenta un serio inconveniente que habrá que paliar sugiriendo desde dentro, de dentro afuera.

Ese salón omnipresente crea un clima enrarecido, de huis clos, que potencia el aspecto sombrío que el director le da a la pieza. Un montaje muy cinematográfico, hecho de primeros planos y fotos fijas, que a menudo tiene su fuerza, pero por donde también a menudo se pierde el texto, la música de Chéjov. El montaje es sombrío, duro y con una tilde de histerismo que, por momentos, hace antes pensar en un Strindberg que en un Chéjov. Son más de tres horas de espectáculo que llegan a pesar un poco en la primera parte, por la ausencia del comedor y porque la compañía no domina ese tempo chejoviano, en el que aparentemente no pasa nada. La segunda parte resulta mucho mejor.

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